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miércoles 11 de julio de 2012

Argentina: final abierto

No deja de resultar curiosa la forma como ha quedado vertebrada -después de los encontronazos de las últimas semanas- la relación de la presidente de la República con el gobernador bonaerense. En otras circunstancias, distintas de las actuales, no habrían existido tantas fintas y circunloquios a la hora de cruzarse acusaciones entre ellos.Pero la realidad manda actuar de manera diferente, y en eso le cuesta más a Cristina Fernández morderse la lengua que a Daniel Scioli hacerse el distraído.

La señora, si por ella fuese, desearía descargar todas las municiones a su disposición contra el mandatario provincial. Su estilo confrontativo; el olímpico desprecio que le dispensa al ex– motonauta; la convicción de que tiene delante suyo a un enemigo al cual no sería inteligente subestimar; y la necesidad de limpiar los obstáculos que se interponen en el camino de la re-re, la invitan a torearlo a Scioli en público, sin contemplaciones de ninguna índole. No obstante, debe sofrenar sus impulsos innatos y poner en práctica una estrategia de confrontación indirecta.

Por de pronto es claro, a esta altura, que al zaherirlo en sus discursos lo hará con una condición, cuando menos momentánea: no mencionar su nombre. Lo recibirá al jefe de estado con sede en La Plata el tiempoimprescindible, para salvar las apariencias. Jamás en esas reuniones ventilará las enemistades que los separan y hasta es posible que, si fuese menester, será considerada con Scioli. Esto en punto a las formas —si se quiere— superficiales. En el fondo la consigna es esmerilarlo allí donde más le duela, de modo tal de hacerle la vida en la gobernación tan amarga como resulte factible.

De su lado, quien se sienta en el sillón de Dardo Rocha no debe esforzarse demasiado para mirar para otro lado en lugar de proclamar, urbi et orbe, sus disidencias con el gobierno nacional.

A diferencia de Cristina Fernández, Daniel Scioli es un componedor nato, cuya carrera política ha sido forjada sobre la base del diálogo y el consenso que le gustan a la mayor parte de la ciudadanía. El mandatario bonaerense no sólo no subirá el tono de su discurso sino que, en la medida de lo posible, no contestará ningún agravio ni cuestionamiento de los muchos que se le enderezan en estas horas.

No se llama a engaño quien fuera el compañero de fórmula de Néstor Kirchner respecto de dónde anidan sus enemigos y, mucho menos, de la envergadura que detentan sus fuerzas. Por eso mismo, su táctica podría sintetizarse con arreglo a las tres p: prudencia, paciencia y perseverancia.

Considerándose a sí mismo un bendecido por la suerte y consiente de la popularidad que goza hoy en la principal provincia argentina, ha decidido andar con pies de plomo y medir, con más cuidado de lo habitual, sus decisiones de cara a Balcarce 50. Quienes le dicen que llegó la hora de ponerse los pantalones, parecen no comprender su lógica hecha de resignación, timing y subordinación al poderoso de turno.

Si alguien espera que salga con los tapones de punta y supone que un buen día, cansado de tantas agresiones, perderá los estribos y ensayará contra la presidente un rosario de críticas, lo hará en vano. No resulta ése su estilo y, aunque lo fuese, la relación de fuerzas le es de tal manera desfavorable, que presentarle batalla al kirchnerismo a cielo abierto representaría un verdadero suicidio.

Los dos saben que se hallan enfrentados en una disputa sin tregua en torno del poder.

Ninguno tiene demasiado espacio a fin de retroceder pero, mientras para la señora dar un paso atrás significará siempre un sinsentido, para Scioli el campo de maniobra tiene otra dimensión. La presidente ha decidido desde hace rato ponerlo al gobernador contra las cuerdas, desgastarlo y obligarlo a renunciar a sus aspiraciones presidenciales o —llegado el caso— destituirlo lisa y llanamente. Sobre el particular el kirchnerismo es poco amigo de andar con vueltas.

Scioli, en cambio, necesita ganar tiempo y espacio político para llegar a los comicios de 2013 con un peso similar al que acredita en la actualidad. Su capital y su fortaleza residen, básicamente, en la alta imagen positiva y la excelente intención de voto que arrastra su nombre.

No controla a los barones peronistas del conurbano; carece de volumen para disputarle el poder a Cristina Fernández en el PJ, y La Juan Domingo no podría compararse con La Cámpora. Sin embargo, desde que un desesperado Néstor Kirchner lo sacó del ostracismo -al cual él mismo lo había condenado- para ofrecerle la candidatura a gobernador en 2007, nadie está en condiciones de ignorarlo al momento de presentar batalla electoral en Buenos Aires.

El principal problema que enfrenta Scioli -como hemos repetido hasta el hartazgo- es la falta de fondos para administrar la provincia a su cargo. Ese es su talón de Aquiles. De tan visible, resulta una invitación a lanzarle flechas que, más temprano que tarde, darán en el blanco. Los siete puntos de coparticipación que en su momento cedió Alejandro Armendáriz, en desmedro de los bonaerenses, son de recuperación imposible. Y la administración central ni por asomo actualizará el Fondo del Conurbano que creó en la década del noventa Carlos Menem en beneficio de su entonces aliado, Eduardo Duhalde. Conclusión: tanto Scioli, como el resto de sus pares, han quedado presos del unitarismo fiscal.

Si el bonaerense hubiera hecho buena letra, archivando sus deseos presidencialistas, y hubiese puesto distancia de Hugo Moyano, seguramente habría recibido, en tiempo y forma, los fondos para pagar los sueldos y el medio aguinaldo. Pero el anuncio que hizo en torno a sus planes futuros y el partido de fútbol con el camionero, clausuraron a perpetuidad la posibilidad de conducirse civilizadamente con Cristina Fernández. Ahora deberá padecer el hostigamiento financiero del Tesoro nacional y pagar las consecuencias.

Parece claro cuál es el propósito del kirchnerismo al respecto: por un lado, erosionar su gestión dejando al descubierto el flanco más débil que expone; por el otro, puentearlo sin misericordia y acordar directamente con los intendentes. En principio no existe la intención de destituirlo o cosa que se le parezca. No sea que lo transformen en una víctima. Más efectivo resulta, en cambio, abandonarlo a su suerte y obligarlo a tomar medidas tan impopulares como el desdoblamiento del medio aguinaldo. Sólo si el gobernador siguiese siendo de amianto y resistiese esos embates, el gobierno nacional escalaría con ánimo destituyente.

Si el parámetro para medir la pulseada fuese la dimensión de las divisiones que responden a uno y otro contendiente, la victoria decantaría a favor de la Casa Rosada, mientras que si el rasero resultase la musculatura electoral, al gobernador hoy no le iría nada mal. Ésta es una guerra de desgaste en la cual Cristina Fernández maneja la ofensiva a discreción y Daniel Scioli debe defenderse a como dé lugar. Una puede subir la apuesta sin solución de continuidad, en tanto al otro sólo le cabe desensillar hasta que aclare. No hay nada escrito en cuanto al resultado. Hace nueve meses, cuando se substanciaron los comicios que terminaron plebiscitando a Cristina Fernández, nadie hubiera pensado que en una pelea tan desigual el resultado podría ser incierto.

Eso es lo que ha cambiado y no es poca cosa.

Fuente: LibertadYProgresonline.org