¡Es la naturaleza Cristina!
Tarde. De un tiempo a esta parte, la Presidente de los argentinos está tratando de lograr lo que quizás, es su objetivo más difícil: cambiar.
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Ya no cambiar alguno de los dislates implementados a modo de políticas de Estado, sino cambiar su modo de ser y hacer, desde el lugar donde más cómoda se siente: atrás del atril, que a esta altura puede decirse, obra como trinchera propia. Desde esa guarida donde dispara dardos envenenados hacia todos lados, Cristina quiere ahora mostrarse afable, sonriente, amable. Es tarde.
No es tiempo de sonrisas, ni de amabilidad, ni de gentilezas que no son tales. Pretende ser lo que no sé es, es un artilugio harto conocido por los argentinos. De un modo u otro, es un afán que todos intentamos alguna vez, y sabemos cuan inútil es. Además, la jefe de Estado ha mostrado con creces su naturaleza intrínseca, hasta corroborar como nunca antes quizás, la certeza de la fábula del escorpión y la rana. Nadie duda, que antes de cruzar el lago, el aguijón será clavado.
Cualquier intento por presentarse ante la gente como una émula de Susana Giménez es vano. Pese a ello, en estos días hemos podido observar a la dama intentándolo. Está enfrascada en una de esas cruzadas napoleónicas que no conducen a nada. Mientras, cada vez es más evidente el esfuerzo denodado en pensar algo y, en simultáneo, hacer algo sustancialmente diferente.
La bondad de Cristina es una fantasía, incluso su ceder frente a las provincias, no es más que una estrategia, de las tantas características de la concepción política oficialista. Cedió porque supo en números hacia adónde la gente apuntaba, a la hora de señalar al culpable de la debacle en la provincia de Buenos Aires.
La mandataria está convencida, no por inteligencia sino por evidencia, que su modo de conducirse, hacia la ciudadanía, ha fracasado por una razón muy sencilla: la credibilidad en su palabra y en su persona, hoy, se asemejan a la versión que intentan plasmar como cierta de una Argentina potencia. Cada alocución de la Presidente, es vivida como un manotazo de ahogado, más que como una verdad a ser tenida en cuenta.
El cuento del lobo y las ovejas adquiere más nobleza que cualquiera de las promesas difundida por cadena nacional, como único modo de ser oída. Lo dicen las encuestas. Lo demuestra la ciudadanía. El ejemplo más cabal: el cepo al dólar genera aún más fuga de divisas, y mayor interés por hacerse de la moneda prohibida. Pareciera que la Presidente, no sólo desconoce las leyes de la economía sino también las parábolas de la Biblia. ¿Acaso Adán hubiese tomado la manzana si esta no hubiera sido la fruta prohibida?
Desde que el mundo es mundo, lo que es mostrado como algo que no debe ser deseado, genera en el ser humano, una irrefrenable voluntad de atesorarlo. No descubrimos siquiera el mercado negro en Argentina.
Cristina Fernández puede tener su naturaleza particular, pero no puede modificar la naturaleza humana por excelencia. De hecho, su comportamiento responde también a idéntica esencia: perpetuarse en el poder es el ejemplo más contundente. Posiblemente, si no hubiera una prohibición a presentarse candidato a Presidente en una tercera vuelta, Cristina no estaría tan interesada en mantener el cetro y vestir la banda.
Es menester apelar más a la psiquiatría que a la ciencia política, para comprender y analizar el escenario coyuntural de la Argentina.
Fernández de Kirchner se ha ufanado de criticar y traer al presente, un pasado de diferencias y batallas internas. Incluso, ha hecho de aquel escenario el leitmotiv de su presidencia. Insistió, una y otra vez, tan sólo como demagogia obsoleta, en no regresar a los tiempos de violencia. Sin embargo, toda esta proclama se enmarcó en aquella recomendación que Néstor Kirchner hiciera a la ciudadanía: "Tengan en cuenta lo que yo hago y no lo que yo digo". Pocas veces la sociedad tomó tan en serio una declaración oficial. Y fue un acierto que así lo hiciera.
Detrás del oportunista interés de Cristina por revivir aquella década del 70, que en el año 2003 al asumir el matrimonio al poder, no aparecía siquiera dentro de las prioridades de la ciudadanía, había y hay un mezquino interés por mantener una Argentina dividida.
Esa división se hizo tan evidente hoy, que no sirve ya como estrategia. Cuando algo es tan obvio, cuando el negro es tan oscuro, el esfuerzo por hacer creer que es un blanco tiza, genera el efecto contrario. La gente siente que se la toma por estúpida, y reacciona aunque sea a través de la apatía y la indiferencia.
Por lo dicho, el denodado esfuerzo por hacer creer que éste es un gobierno de unidad y armonía, puede que al principio generara duda, luego risa, pero hoy provoca una animadversión característica de quien se siente burlado día tras día.
Todo empeño por mostrar lo que no es, cae en saco roto, y en el mejor de los casos, actúa como boomerang. Así es como ahora, la Presidente, comienza a beber de su propia medicina. Muchos años de insistir con el sol, mientras la lluvia caía. Muchos años de vender verano, mientras la nieve nos cubría. En síntesis, muchos años de ser ella misma para vender hoy, que es otra distinta.
Cuando la mentira se institucionaliza, pretender credibilidad es una utopía. Gastar fortunas del erario público en encuestas y sondeos de opinión, no parece aportarle un ápice al gobierno, a la hora de evaluar qué debe hacerse de ahora en más. En ese contexto, algún asesor debería avisarle a la jefe de Estado, que aquello en que la gente ya no cree, no es solamente en su oratoria, sino que el descrédito es en sí misma.
La Presidente no comprende que cambiar de disfraz, no implica que se esté en una fiesta distinta. Es decir, este sigue siendo -a pesar de todo-, el escenario político y económico de la Argentina kirchnerista.
Es tarde para cambiar el maquillaje, y más tarde aún para engañar con un simple cambio de escenografía. No son las apariencias, ¡es la naturaleza Cristina!