El fanatismo
Decía Winston Churchcill que “fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema”. Recuerde que el fanatismo es perjudicial e irrazonable.Decía Winston Churchcill que “fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema”. Probablemente todos hemos tenido algún encuentro con personas fanatizadas, ya sea por razones políticas, religiosas, o de otra índole.
Es verdaderamente interesante e inesperado el origen del vocablo “fanático”. Proviene de la palabra latina “fanun”, que significa santuario o templo. Hoy día el término se usa para identificar a la persona que defiende sus ideas, conceptos u opiniones con tenacidad inquebrantable, y a veces irrazonable, con peligro, incluso, de actuar agresivamente.
En los antiguos tiempos de Roma recibían el calificativo de “fanáticos” los sacerdotes del templo de Belona, diosa de la guerra y matrona de los guerreros. Cuando se llevaban a cabo celebraciones dedicadas a esta supuesta divinidad, los sacerdotes recorrían las calles rasgándose las vestiduras e infligiéndose heridas y manchando con su sangre a los espectadores. En aquellos tiempos era creencia popular que el espíritu bélico de Belona se apoderaba de sus siervos y los hacía sufrir para que exaltaran su poder.
No parece lógico que el vocablo “fanun” con su significado de “templo” o “santuario” haya producido el término “fanático” para identificar a los que se adhieren, al costo de su propia vida, y de manera intransigente, a un determinado credo religioso. Mucho podríamos hablar del fanatismo religioso a lo largo de la historia, sin dejar de mencionar sus actuales manifestaciones.
¿Pudiéramos pensar en una más grande expresión de fanatismo religioso que la de los que en el nombre de Alá lanzaron aviones sobre las dos Torres Gemelas, se suicidan en carros-bombas y matan a sus supuestos enemigos produciendo su propia muerte? Como escribió en cierta ocasión el escritor de origen español Jorge Santayana en su libro “La Vida de la Razón”, “el fanatismo consiste en redoblar el esfuerzo cuando se ha pervertido su finalidad”.
Vamos a referirnos en este trabajo, mencionado ya el fanatismo religioso, al peligroso fanatismo político. Es evidente que hay líderes carismáticos que usan sus infrecuentes habilidades para obsesionar a los pueblos con sus ideas y planes y convertir en fanáticos irascibles a sus simpatizantes y seguidores. Citemos, por ejemplo, el caso de Adolfo Hitler, nacido en Braunan, Austria, el 20 de abril de 1889 y que se suicidara, en compañía de su esposa el 30 de abril de 1945, siendo sus cadáveres carbonizados. Hitler impuso en Alemania un régimen totalitario de corte socialista-nacionalista e hizo valer el mito de la superioridad de la raza aria. Formó un multitudinario ejército, organizado y eficiente, integrado por militares automatizados que obedecían ciegamente sus órdenes. Llegó a ocupar la mayoría de las naciones europeas y del norte de Africa y proclamaba que su objetivo era gobernar el mundo. Su fanatismo, contagioso e impuesto, cobró la vida de más de 17 millones de civiles y produjo un pérfido sentimiento antisemita que propició una inhumana persecución a los judíos, a quienes despojaban de todos sus derechos y propiedades y se les amontonaban en fatídicos campos de concentración. Se estima que Hitler exterminó a más de millón y medio de judíos. Hay numerosos estudios sobre la personalidad imponente y cruel de Hitler; pero para muchos sigue siendo un misterio que su fanatismo enfermizo y criminal haya subyugado a un país inteligente y progresista como era Alemania.
No hay que hablar del pasado, pues aún hay fanáticos opresores que dominan la voluntad de sus pueblos de forma maquinal y absoluta. Tenemos el caso de Kim Sungil que controla a los casi 25 millones de habitantes de Corea del Norte como si fueran aves de corral. Hemos visto en los acostumbrados desfiles populares en honor del “jefe supremo” a centenares de miles de hombres y mujeres armados con rifles modernos marchando en toque militar. ¿Qué elemento distintivo tiene el fanatismo que se desliza desde la altura de los más perversos dictadores hasta el más amplio nivel popular?
Cuba es un lamentable ejemplo de los frutos agresivos del fanatismo. ¿Cómo es posible que hombres y mujeres entrenados físicamente salgan a la calle a golpear a mujeres indefensas y a disolver grupos disidentes a culatazos y empujones indiscriminados? Siempre me ha llamado la atención que las personas de la raza negra, las más marginadas del control político del país y las que más necesidades padecen, sean al mismo tiempo las que integran mayoritariamente los grupos represivos del régimen. Estimo que se trata de gente magnetizada por el fanatismo contagioso de los que ya por 53 años conducen la peor dictadura que haya conocido América.
A menudo el fanatismo pasa de ser cruel a ser ridículo. ¿No hicieron un papelazo de marca mayor los que llenaron un teatro en La Habana para celebrarle el cumpleaños al decrépito tirano Castro y éste no tan solo brilló por su ausencia sino que ni siquiera envió una nota de gratitud? Es evidente que Castro se considera el rey, y a todos los demás sus súbditos y vasallos. Los que soportan esta condición son fanáticos que han perdido el sentido de los valores y los objetivos apropiados de la vida. Hay que tener el alma corrompida de fanatismo para aplaudir las insensatas y amenazadoras peroratas del tirano heredero, que de estadista tiene menos talento que el que le sobra a un perro entrenado.
En los días que vivimos el colmo es Hugo Chávez y Frías, un mandatario que en sus discursos intercala canciones mal cantadas, chistes mal hechos y acusaciones frívolas y sin fundamento. Hace algunos meses me asombré de que un grupo de sus fanáticos seguidores, tanto en la tierra de Bolívar, como en Cuba, Santo Domingo y sabe Dios en cuántos otros lugares, se pelaron al rape para congraciarse con el gobernante que ha destrozado a Venezuela como hubiera hecho un elefante loco en una cristalería.
Evo Morales es otro dictador a la usanza socialista que ha querido fanatizar a los indígenas bolivianos en un proyecto de aparente superación social que no les interesa, y tratando infructuosamente de logarlo, declara fechas nacionales las celebraciones tribales, se viste como si fuera de veras un vecino de tierra adentro, es casi analfabeto y quiere darle lecciones al mundo sobre teorías económicas. Lo absurdo es que haya gente que le siga, le conceda el voto y se le asocie en sus locuras. ¿Será que el fanatismo es un mal contagioso, o que los líderes fanáticos están dotados de un misterioso poder de dominio?
Nuestra sugerencia es simple: ame su verdad y defiéndala, pero jamás al costo de pervertir su libertad y dañar a su prójimo. Recuerde que el fanatismo es perjudicial e irrazonable.
Fuente: Diario de las Américas