La Patria Berreta
Razonamiento, moral, y otras antigüedades
La campaña política para las PASO muestra un estremecedor escenario populista. El choripan parece ser una especie de Santo Grial electoral, del que todos tratan de beber (o morder) alternativamente, buscando mejorar su porcentaje de adhesiones, y tratando de mimetizarse con lo que se suele denominar pueblo.
La música de cumbia se enseñorea en los spots, ganando la vieja batalla entre la observación crítica y el movimiento de caderas. Bien latinoamericanos; bien berretas.
Presentan candidatos que no son capaces de articular con claridad un concepto, de esbozar una idea racional y que exhiben antes sus ultrablancos incisivos centrales, que su entramado neuronal. África, un lujo.
El dolor de ya no ser
Este país fue un país mientras conservó rasgos de la cultura europea, y afán. Fuimos faro de la región por ser, precisamente, diferentes a todos los demás. Fuimos capital cultural de Latinoamérica por conservar la tradición y transmitir experiencias de vida de generación en generación. Eso hace ya mucho tiempo que no existe. Ni a los más jóvenes les interesa adquirir experiencia de los mayores, ni los mayores parecen tener mucho para transmitir, sino, más bien, demasiado por esconder. Omisiones de un pasado personal irrelevante, en defensa propia.
En la región tan solo el uruguayo mantiene a duras penas ese orgullo nacional que lo distingue, resistiéndose a ser considerado apenas un sudaca. Los yoruguas resisten desde el orgullo de haber sido. Los argentinos nos desvanecemos en el dolor de ya no ser. Y todos caminamos al ritmo simple binario de la cumbia en 2 x 2. Demasiado sencillo, nada exigente. Apenas útil para moverse con cierta cadencia erótica. Berreta por donde lo mire.
Parece haber un intención inmodificable de igualar para abajo. La cultura de la villa, la cultura de la bailanta, la cultura de la barra brava. Ese extraño e inexplicable orgullo por chupar o fumarse. Una cultura autoimpuesta por una sociedad que adopta gustos y tradiciones cada vez más económicas. Falling down.
En la TV, se muestran las denuncias de corrupción más implacables matizadas con culos bamboleantes y chistes de mal gusto. Con puteadas; esas que tanto garpan por ser entrañablemente populares.
Y uno, ya con bastante camino recorrido, comienza a entender que se trata de un destino inevitable. Que la Argentina ha sido condenada al berretismo. A perpetuidad.
Moral y civismo?
De alguna forma, nos han obliterado el orgullo de la realización individual que nos caracterizó décadas atrás; la ambición por hacer cosas y hacerlas bien. La exigencia de calidad y hasta de cierta excelencia, que tantos argentinos exhibieron ante el mundo, regalándonos muchos de nuestros mejores pergaminos como sociedad, esos que ya a la mayoría ni siquiera les interesan.
Cuesta pensar que este país vuelva a parir un Favaloro, un Soldi, un Borges o un Spinetta. Un Alfredo Palacios, un De la Torre, un Troilo y, hasta me atrevería a decir, un Alfonsín.
Acá es donde uno no puede evitar ver al peronismo como sapiente forjador de nulidades. Cuando asistimos a la primera vez en que un populismo argentino cumple tercer mandato consecutivo, comprendemos que no sólo se han dilapidado reservas económicas, sino también reservas intelectuales, éticas y morales. El populismo es un vicio caro para cualquier sociedad.
La Argentina tiene sus reservas culturales en default. Y la fábrica dejó de producir. El gobierno que venía a hacer la revolución cultural, terminó confundiendo a todos en un pasticcio ideológico de resultado cero. Antes que culturizar, boludizó. Más, aún.
El fanatismo que domina a una gran parte de los argentinos es claro sinónimo de lo que hablamos. O se está a favor de la vulgaridad intelectual del oficialismo, o se está a favor de la vulgaridad intelectual de la oposición. Todos somos rehenes de la vulgaridad ajena, y terminamos haciéndola propia. Vulgaridad mata moral, sabelo.
Han sido abolidos los límites morales autoimpuestos, de modo tal que todo vale a la hora de llevar agua para el molino propio. Así en el kirchnerismo, para pisotear día tras día aquellas supuestas convicciones, cuanto en la oposición, para burlarse impunemente de un bebé, mientras haga reir a la gilada, o para solicitar el voto mediante vaguedades y propuestas nimias.
Es mal camino el camino del vale todo, especialmente cuando es una sociedad entera la que lo toma. Desde el oficialismo o desde la oposición, no nos diferenciamos a la hora de pifiar. Nadie trata de ser superador. El reino del cero a cero de local, como mejor resultado. – No sé, tiramos unos chorizos en la parrilla y listo -.
Es un camino que conduce a la vulnerabilidad social, cuando se permanece en estado de indefensión ante los poderosos. Cuando una imagen vale más que una palabra honesta y razonada.
Es de lo peor que le puede pasar a una sociedad, perder el sentido de la autocrítica, la capacidad de razonamiento individual y la posibilidad de autoimponerse límites claros desde la decencia. Sin afán superador no hay madurez. Sabelo también.
No extraña que las campañas políticas apelen a lo berreta. Al cabo, los líderes políticos son producto del medio que los engendra. Y desde una sociedad berreta es muy difícil proyectar dirigentes que no lo sean.
– Rómpale cultura y tradición a una sociedad, y entonces podrá penetrarla como le plazca.
– Consiga abolir la capacidad de crítica, y tendrá garantizado el fanatismo que necesita para imponerse.
– Vuélvala vulgar, y la podrá conducir fácilmente con ideas vulgares.
– Trabaje para que las juventudes no cuestionen, y se asegurará un plácido tránsito hacia sus objetivos.
– Pisotee los valores tradicionales, y los tendrá inermes y a su merced.
Había una vez un extraño país que empezó a ser; pero que, de repente, dejó de ser él mismo, y ya nunca más fue. Los argentinos no eran vulgares, pero por alguna extraña razón, se volvieron dramáticamente berretas. Como atados a un destino de inmolación.
Desde acá, sabemos, que cuando el mundo tira para abajo, es mejor no estar atado a nada…
Fuente: elopinadorporteño.com.ar