La pandilla de las redes
No hay un día que pase sin que surjan noticias o análisis relacionados al impacto de las redes sociales en la vida diaria.
No hay un día que pase sin que surjan noticias o análisis relacionados al impacto de las redes sociales en la vida diaria. En el caso de Facebook, que comenzó como una traviesa aventura de brillantes universitarios con ansias de ser populares en el campus, ha terminado por ser un populoso patio de vecindad virtual en el que la existencia de los usuarios se ha convertido en un escaparate abierto 24 horas.
Ya no se trata de las fotos más o menos retocadas que se colocan en el “muro” junto a frases cortas que recuerdan los almibarados eslóganes de Hallmark. En el invento millonario de Mark Zuckerberg también hay espacio para el horror en vivo y en directo, como la imagen de una muchacha muerta que su presunto asesino “colgó” hace unos días, acompañada de un macabro mensaje en el que justificaba el crimen y se despedía de la tribu Facebook como quien le dice hasta luego a una pandilla de amigos.
El hombre en cuestión seguramente no conocía a la mayoría de sus pen pal en el espacio cibernético, pero en ese universo nebuloso que invita a la mitomanía los anónimos habitantes llegan a sentirse hermanados por la falsa sensación de una camaradería compartida. Por enloquecido que parezca, el mismo sujeto capaz de acabar con un disparo la vida de su pareja tuvo la debilidad sentimental, y también narcisista, de despedirse de su “público”, que son los millones de curiosos que se asoman a la balconada de Facebook en una suerte de rave internauta adicta al voyeurismo.
Cuando aún no nos habíamos repuesto del shock de la fotografía de la mujer asesinada, en las redes sociales de nuevo hirvió la promiscuidad colectiva con intercambios entre una adolescente recién rescatada de un secuestro perpetrado por un hombre que le costó la vida a su madre y su hermano. Tras su liberación, aparentemente la joven se enzarzó en un diálogo a mil voces con desconocidos que la juzgaban y comentaban con ella los traumáticos acontecimientos que la marcarían para siempre. El luto por sus seres queridos se convertía, así, en una procesión multitudinaria donde propios y extraños se asomaban a la tragedia como una tarde de carnaval.
En esta era de Facebook, Twitter, Instagram y un mar de mensajes de texto que se iluminan intermitentemente es inútil (y producto de la idealización) reivindicar tiempos pasados enarbolando instantáneas Kodak. No obstante, tampoco hay que rendirse al bling resplandeciente del planeta de apps que vende el paraíso de la conexión instantánea y perenne. De hecho, un estudio reciente realizado por dos universidades alemanas con 600 participantes indica que “navegar” en Facebook, lejos de resultar gratificante, puede provocar una sensación de congoja, sobre todo cuando los usuarios ven las imágenes que sus “vecinos” exhiben de viajes, vacaciones u otras ocasiones que resaltan su inmensa felicidad mientras otros desdichados se mueren de envidia contemplando en una pantalla lo bien que se lo pasan los demás.
En los patios de vecindad siempre han abundado los celos, las intrigas, las bajas pasiones, los dimes y diretes que circulan desde las ventanas indiscretas. Y las redes sociales no están exentas de ese aire de portería desde donde se propagan los chismes y se airean los trapos sucios de los inquilinos del inmueble. O, lo que es lo mismo, cuando nos apropiamos de la vida de los otros. Y al revés.
Fuente: independent.typepad.com