La defensa del «bien común»
El bien común es uno de los tantos conceptos de las ciencias sociales y éticas que se presta a interpretaciones de las más variadas y dispares, lo que hace de la fórmula -tal vez- una de las más resbaladizas y ambiguas de estas ciencias. Apelan a ella representantes de las más disimiles tendencias ideológicas, y se la usa en los sentidos más opuestos que sean imaginables.
De esto da buena cuenta el Dr. A. Benegas Lynch (h) cuando expresa:
«Según las tristemente célebres historias oficiales, los que ganan son los buenos y los que pierden son bandoleros y conspiradores contra el bien común. Así se llamaban a todos los movimientos latinoamericanos de independencia (muchos de los cuales se independizaron de la metrópoli pero lamentablemente fueron colonos de sus propios gobiernos). Así les decían los ingleses del establishment a los revolucionarios del otro lado del Atlántico.»[1]
Dentro de la diversidad mencionada, hay autores que recurren a la fórmula «bien común» en oposición al de «bien sectorial», como, por ejemplo, parece hacerlo el Dr. Krause:
«el proceso de elaboración y decisión sobre políticas públicas necesita de sólidas instituciones que permitan su implementación en aras del bien común, evitando las presiones de los sectores afectados y superando los problemas de información e incentivos que afectan al mercado»[2]
En este sentido, la expresión «bien común» vendría a ser un equivalente de «bien general» o «bien público».
No obstante, Ayn Rand, critica seriamente esta última significación:
«Conceptos indefinidos e indefinibles como el interés público o el bien común, que esgrimen tanto los enemigos como los defensores del capitalismo, serían resabios de una visión tribal del ser humano que sólo sirven para escapar de la moral, mas no de guía moral.»[3]
No son pocos (digamos más bien que son una mayoría) los que asimilar el «bien común» con la idea de estado-nación o de gobierno:
«La opinión general -cuidadosamente cultivada, claro está, por el Estado mismo- es que los hombres se dedican a la política o ejercen el gobierno motivados sólo por su preocupación por el bien común y el bienestar general. ¿Qué es lo que confiere a los gobernantes la pátina de una moral superior? Quizás el hecho de que la gente tiene un conocimiento vago e instintivo de que el Estado está involucrado en el robo y la depredación sistemáticos, y siente que sólo una dedicación altruista por parte del Estado hace tolerables estas acciones.»[4]
Indudablemente no resulta casual que la mayor parte de los políticos (sino todos) invoquen de continuo a la noción de «bien común» y la esgriman repetidamente, adoptándolo como teoría ética:
«Todo sistema social se basa, explícita o implícitamente, en alguna teoría ética. A través de la historia, el concepto tribal del «bien común» ha servido de justificación moral a la mayor parte de los sistemas sociales y a todas las tiranías. El grado de esclavitud o libertad dependía del grado en que dicho slogan tribal era invocado o ignorado.»
«El bien común» (o «el interés público») es un concepto indefinido e indefinible: no existe entidad tal como «la tribu» o «el público»; la tribu (el público, o la sociedad) es simplemente un número de individuos. Nada puede ser bueno para la tribu como tal: términos como «bueno» o «valor» son propios de los organismos vivos —de organismos vivos individuales— no de un conjunto etéreo de relaciones.
«El concepto de «bien común» carece de significación, salvo que se le tome en sentido literal, en cuyo caso el único significado posible es: la suma del bien de todos los individuos considerados. Pero en ese caso el concepto carece de sentido como criterio moral, pues deja sin respuesta la interrogante sobre cuál es el bien de los individuos y cómo se determina. Sin embargo, el concepto no se usa generalmente en sentido literal. La razón por la cual es aceptado radica precisamente en su carácter elástico, indefinible y místico; el cual sirve no de guía moral sino para escapar de la moralidad. Puesto que el bien no es aplicable a lo etéreo, se convierte en un cheque moral en blanco para aquellos que pretenden encamarlo.
«Si el «bien común» de una sociedad es considerado como algo aparte y superior al bien individual de sus miembros, ello significa que el bien de «algunos» hombres adquiere prioridad sobre el bien de otros, quedando estos otros relegados a la condición de animales para sacrificio. En dichos casos se supone tácitamente que «el bien común» significa «el bien de la mayoría» en oposición al de la minoría o del individuo. Nótese el hecho significativo de que esta suposición es «tácita». En efecto, incluso las mentalidades más colectivistas parecen percibir la imposibilidad de justificarlo moralmente.
«Sin embargo, «el bien de la mayoría», además, es sólo una pretensión y una ilusión, puesto que, de hecho, la violación de los derechos de un individuo implica la abolición de todos los derechos, la entrega de la mayoría desamparada al poder de cualquier cuadrilla que, autoproclamándose «la voz de la sociedad», procede a gobernar por medio de la fuerza física, hasta que es derribada por otra cuadrilla que emplea los mismos medios.»[5]
Normalmente este es el sentido en el cual la mayoría de las personas utilizan la expresión «bien común», como sinónimo del bien de la mayoría. Pero nosotros entendemos que el bien común es el de todos (mayoría y minoría) y en la medida que alguien de esa totalidad salga perjudicado (aunque solo fuere una sola persona) ya no es posible hablar de la existencia de un bien común allí donde ello suceda.
[5] Ayn Rand. Ob. Cit. Pag. 74 a 76.
Fuente: Accion Humana