Las culpas del modelo neoliberal
Como el mundo es redondo se aconseja no situarse a la izquierda de la izquierda, pues por esa pendiente, el distraído, suele quedar de pronto a la derecha. (Armando Tejada Gómez El viento o la veleta)
De un tiempo a esta parte ha proliferado hasta el paroxismo la moda de atribuir la responsabilidad de nuestros males a lo que se ha dado en llamar el“modelo neoliberal”, encarnado, según la particular visión de sus detractores, en los diez años del gobierno peronista de Carlos Saúl Menem.
A pesar de los ingentes esfuerzos que he realizado, no he conseguido hasta la fecha que alguien me defina qué es este famoso “modelo”, culpable de todo lo malo que nos pasa, desde la muerte de Quiroga en adelante. Aunque algunos autoproclamados historiadores, como el inefable Felipe Pigna, lo remontan aún más lejos, llegando a afirmar que Cristóbal Colón era ya “neoliberal”, ¡150 y 200 años antes de que nacieran Locke y Montesquieu, los precursores del liberalismo!
Más allá de satisfacer esa curiosidad me gustaría saber –porque soy liberal–, la razón por la que ese nefasto y dañino modelo, que tanto daño parece habernos causado, lleva tal nombre, que parece emparentarlo con mi pensamiento. Cuando advierto que los actos de gobierno del Dr. Menem –incluyendo por cierto la falta de respeto a la división de poderes, el atropello a las instituciones, el manoseo obsceno de la Constitución y los escándalos de corrupción– se encuentran en las antípodas de mis convicciones liberales, mi confusión se torna absoluta.
Es cierto que Menem implementó algunas medidas inspiradas en la economía de mercado, que los liberales defendemos, pero lo hizo de manera tan torpe y falta de transparencia, que las malogró. A lo que sumó el haber borrado con el codo lo que escribió con la mano, cuando su ambición desenfrenada de poder lo llevó a negociar lo que fuera y con quien fuera, con tal de lograr su reelección. Y por fin, terminó echando por la borda los beneficios que a pesar de ello obtuvimos, malversándolos en un total descontrol de las finanzas públicas.
Por otra parte, Menem nunca se llamó a sí mismo liberal, por lo que me parece una torpeza endilgarle un pensamiento que nunca confesó tener. Menem fue siempre peronista, como lo es el actual presidente, que tanto lo admiraba y elogiaba, y que ahora lo repudia.
Nada tienen que ver esos excesos cometidos en la década de los 90 con las viejas ideas liberales, que permitieron al mundo liberarse de las monarquías absolutas, garantizar las libertades y los derechos del ciudadano y su igualdad ante la ley, e impulsar el progreso de los pueblos.
La experiencia mundial nos enseña que los países que las adoptaron lograron un crecimiento económico y un desarrollo social sostenidos, consolidaron regímenes jurídicos en donde se respetan los derechos de todos y mejoraron los estándares de vida de sus habitantes, sobre todo de los más postergados, que tuvieron la oportunidad de superar la pobreza y acceder a niveles dignos de vida mediante su propio esfuerzo.
Son los que hoy llamamos países del primer mundo, a los que emigran nuestros hijos en busca del bienestar que aquí no pueden encontrar. Distan mucho, por cierto, de haber logrado la perfección, imposible por otro lado entre los hombres, pero son los sitios en donde hallan refugio los que huyen de otros sistemas.
Argentina creció de manera extraordinaria en todos los órdenes cuando a partir de 1853 adoptó esas ideas inspiradas en Alberdi, y llegó a situarse entre los países más avanzados del mundo y a recibir a millones de inmigrantes que prosperaron en base a su esfuerzo. Y su sustitución por el modelo populista, hace más de medio siglo, marcó el comienzo de nuestra decadencia y nuestra pobreza.
Parece ser también que el odiado “modelo neoliberal” es también el paradigma actual de la no menos aborrecida “derecha”, término cuyo significado tampoco me queda claro. Derecha e izquierda –palabras que evocan una suerte de hemiplejía ideológica– indican posiciones relativas, pues uno puede estar a la izquierda o a la derecha con respecto a otra persona, pero si esta se corre, nuestra posición cambia en relación a ella. Lo que demuestra que dicha calificación depende menos de nuestras propias ideas que del lugar en que se ubiquen los demás, lo que ha graficado con elocuencia Armando Tejada Gómez en el poema del epígrafe.
La ciencia política describe a las derechas como las que se aferran al statu quo y a las izquierdas como las que propician el cambio. En tal caso, las tiranías soviética, maoista o castrista serían de derecha y sus opositores de izquierda. En síntesis, toda una confusión.
Michelle Bachelet o Segolene Royal se dicen de izquierda, pero repudian las dictaduras de Stalin y Mao. A los liberales (neo o paleo, da igual) nos tildan de derecha y no podríamos estar más lejos de monstruos como Hitler y Mussolini.
Por todo ello, creo necesario recurrir a otros vocablos para identificar nuestros pensamientos. En la democracia republicana moderna –creación liberal, como queda dicho– hay cabida para tres corrientes de opinión que defienden con igual denuedo los valores que dan sustento y razón de ser al sistema: el liberalismo, el conservadorismo y el socialismo –o social democracia, para evitar equívocos–, que se diferencian entre sí simplemente por la prioridad que le asignan a cada uno de esos valores.
Así, los liberales priorizamos la libertad, los conservadores el orden y los socialistas laigualdad, pero sin perder conciencia de la necesidad de preservar y garantizar la vigencia de todos ellos. Los liberales hemos aprendido –o al menos así lo espero– que libertad sin orden es anarquía, y sin igualdad –de oportunidades y ante la ley, se entiende, porque en todo lo demás los hombres somos, gracias a Dios, diferentes, únicos e irrepetibles– es injusticia. Los conservadores deben tener en claro que sin libertad, el orden no es armonía sino sumisión, y los socialistas sensatos han aprendido que la igualdad sin libertad deviene tiranía.
Y a los tres nos enseña la experiencia que el principal adversario contra el que hay que luchar es el populismo demagógico, enemigo de la república y de sus instituciones, agente de la corrupción y del totalitarismo, que destruye las sociedades, empobreciéndolas y minando sus bases morales.
El populista siembra desde el poder la discordia, el odio, la revancha y el resentimiento, rompe el tejido social que nos hace parte de un mismo pueblo y recurre al agravio para descalificar al adversario cuando no puede rebatir sus argumentos. Y, quizás lo más grave, divide a la sociedad entre patriotas (los que están con él) y réprobos (sus opositores), lo que impide la búsqueda de consensos que garanticen políticas de estado sustentables en el tiempo, pues con el enemigo no se pacta.
Tener esto en claro es menester a la hora de salvar a la República amenazada, dejando de lado los matices que nos distinguen, para unirnos en la defensa de los principios que una vez hicieron grande a nuestro país. Ya habrá después tiempo para competir entre nosotros con la satisfacción del deber cumplido.
Por mi parte seguiré llamándome liberal, y así como no cometeré la falacia de endilgar a los socialistas serios los crímenes que se cometieron en su nombre, exijo también el elemental respeto de no pretender identificarnos a los liberales con las aberraciones cometidas por otros, que ni siquiera se llamaron así.
Fuente: www.adecirverdad.com