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sábado 25 de enero de 2014

El discurso de una comentarista ausente

El discurso de una comentarista ausente

La expresión social, económica y política del socialismo marxista fue aplastada por los hechos que se sucedieron desde la caída del muro de Berlín en 1989. Un cataclismo las eclipsó y las arrinconó dejándolas para el cultivo minoritario de algunas sectas “pasatistas”. Fue de alguna manera, el fin del fanatismo ideológico.

Esto es lo que ocurrirá seguramente con el kirchnerismo en poco tiempo más: sus discursos, su retórica y la corrupción cultural diseminada por doquier, quedarán constreñidos a las pequeñas discusiones de los cenáculos de algunos jóvenes de La Cámpora, remedo posmoderno de la Juventud Peronista de 1975. Los demás, cruzarán de vereda y se unirán a quienes ofrezcan alternativas de supervivencia política.

Al haber oído hablar a Cristina en su “reaparición”, hemos quedado intrigados: ¿Se estará planteando su gobierno en esos términos abstractos? ¿O solo persigue el fin de exaltar el culto a su persona?

¿Quiere salvar a una generación a la que dice “atenderá” DESPUÉS DE DIEZ AÑOS DE ESTAR EN EL PODER? ¿O está luchando para no ser condenada ella misma por una realidad que insiste en soslayar y está a punto de doblegarla (si no lo ha hecho ya de algún modo)?

El discurso para anunciar un nuevo programa empírico casi irrealizable (ya que su “financista”, el Tesoro Nacional, está fundido), confirma que Cristina Fernández no advierte la “levedad” de su voluntarismo ahuyentando de sí posibilidad alguna de supervivencia.

En efecto, ideas como éstas, que aparecen como fruto de una severa obstinación sin sustento alguno, no reciben jamás una fidelidad demasiado profunda por parte de los demás. Fundamentalmente, porque lo que “se viene al suelo” no es la teoría SINO LA APLICACIÓN.

Ya hemos renunciado a la esperanza de que la presidente entienda que no es tan importante lo que le pasa por ser quien es (su “leit motiv” favorito), sino cómo reacciona frente a ello, como hubiera observado Epícteto. Pero, desgraciadamente, insiste en no ver esto así y marcha por un camino mientras la realidad va por otro.

Cristina cultiva lo que George Steiner denomina la “cultura del comentario”. Una cultura sin erudición alguna que se limita a una

“mediación” entre el espectador y algunos hechos, en la que dicho mediador se “interpone” entre la verdad y la evaluación de quien se ve obligado a oírla de sus labios.

Por eso la gente, harta de sus abusos “orales”, ha comenzado a rechazarla en forma masiva, en gran medida porque las personas que se presentan como “creadoras” cuando no son más que “relatoras” de una historia que ponen a su servicio, terminan contaminando el mensaje y volviéndolo detestable.

Con el tiempo, el “comentarista” va perdiendo originalidad porque solo trata de situarse ridículamente como intérprete de lo que jamás ocurrió ni ocurrirá más que en su imaginación.

¿Qué cataclismo debe ocurrir para que Cristina comprenda que no aceptaremos la idealización de su propio fracaso? ¿No le resulta evidente a esta altura de los acontecimientos que la justificación constante de su pensamiento “histórico” no constituye un paradigma de nada?

La velocidad de acontecimientos cruciales –inflación, pérdida de reservas, gasto público estratosférico, inseguridad, etc.-, frente a los cuales la primera mandataria resuelve “desaparecer” periódicamente, le harían decir a Thomas Merton meciendo su cabeza a uno y otro lado: “Vivimos en el tiempo en que ya no hay sitio (para ella), que es el tiempo del fin”.

carlosberro24@gmail.com