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miércoles 12 de febrero de 2014

La apuesta del kirchnerismo

La apuesta del kirchnerismo

El análisis político y económico de Vicente Massot

Salvo que baje San Pedro y nos corrija —lo cual parece difícil— quienes en los últimos días se han permitido o bien disentir con el relato oficial del país de las maravillas o bien plantear escenarios si no apocalípticos, sí en extremo complicados, o bien pedir un renunciamiento a la presidente, no son ni radicales ni socialistas ni liberales ni conservadores. Tampoco hombres de la izquierda dura o de los sindicatos clasistas. Intelectuales no parecen, al menos que lo disimulen demasiado y, menos aun, empresarios del establishment. Si, dicho esto, no cayeron de Marte a modo de paracaidistas extraterrestres, sólo queda una posibilidad: todos confiesan su peronismo y no precisamente desde ahora.

El común denominador que cobija a Maurice Closs y a Luis Barrionuevo, a Sergio Berni y a Ricardo Pignanelli, a Antonio Caló y a Jorge Yoma —entre muchos que se hicieron oír— es su pertenencia a ese escurridizo movimiento político sin el cual no podría entenderse la política criolla de los últimos setenta años. Justicialistas de corazón, más allá de si hoy —por las razones que fueran— unos militan en la vereda kirchnerista y otros en la opuesta, todos se hallan preocupados por un mismo fenómeno: el descomunal deterioro de la administración que preside Cristina Fernández.

Hubiera sido ridículo que, frente a la crisis que vivimos, hubiesen coincidido en el diagnóstico y en los juicios de valor, pero no escapa a nadie medianamente avisado en la materia que —cualquiera sea la trinchera donde hoy se encuentran refugiados— ellos saben que a más tardar en diciembre de 2015 la actual presidente deberá abandonar la Casa Rosada y a ninguno le es indiferente que sea un peronista o un radical-socialista o un liberal el que termine sentándose en el sillón de Rivadavia. Es que —parafraseando al gobernador bonaerense— con el poder no se jode.

Por eso cada uno de ellos, en su medida, ha expresado algo. Que justamente lo hayan hecho ahora y no medio año o un año atrás refleja qué tanto ha cambiado en la Argentina la relación de fuerzas y hasta qué punto a los miembros de un movimiento que siempre ha girado más en torno del poder que de tópicos ideológicos les quita el sueño la posibilidad de perderlo si finalmente este gobierno —que para buena parte del país es peronista— colapsara arrastrando al abismo al justicialismo en su conjunto.

Que Barrionuevo fue mucho más allá que Pignanelli y que Caló, no se necesita ser un sabio para darse cuenta. ¿Que Berni y Randazzo no llegaron tan lejos como el gobernador de Misiones? —Chocolate por el descubrimiento— Pero lo que trasparentan las palabras del conjunto es que se ha desatado la interna peronista de cara a la inevitable sucesión de la viuda de Kirchner. De lo contrario, cómo explicar que en las propias tiendas del oficialismo —de ordinario tan celoso de las declaraciones de sus funcionarios— Julián Domínguez haya maltratado al gobernador de Buenos Aires y, acto seguido, haya salido Diana Conti a quebrar una lanza en favor del ubicuo mandatario bonaerense.

Los reacomodamientos están a la orden del día y no hay quien, lo diga o lo calle por temor a suscitar las iras del una señora a la que cada día le temen menos personas, no haga sus apuestas a vista y paciencia del país, o tras bambalinas para que todavía no se note. Hay que ver la gente —es una forma de decirlo— que se acerca al jefe del Frente Renovador desde el kirchnerismo para ponerse a sus órdenes. Si para muestra vale un botón, ahí está el salto dado anteayer por el intendente de Merlo, Raúl Othacehé. Hay que ver, al mismo tiempo, las discusiones en las que se encuentran enfrascados los sindicalistas —sobre todo los que todavía están alineados con el gobierno— de cara a la inflación que no perdona los salarios fijos y a las paritarias que se abren en cualquier momento.

¿Alguien duda cuál va a ser la actitud de un Pichetto o un Aníbal Fernández o un Caló —por poner tres nombres emblemáticos— el día que no deban rendirle pleitesía a Cristina Fernández? Por supuesto, podrían retirarse de la política; pero es algo que nunca harían por una sencilla razón: no saben hacer otra cosa. Obviamente, si lo quisieran —y ninguno sería tan audaz— podrían pedir el ingreso a la Unión Cívica Radical, que les sería denegada. Por lo tanto, ellos —como una infinidad de militantes que estuvieron con Carlos Menem, luego con Eduardo Duhalde sin inmutarse y por fin con el matrimonio Kirchner— tarde o temprano correrán tras los pasos de Massa, de Scioli o del que se perfile con posibilidades.

No son, necesariamente, ni buenos ni malos. Son así . Y como nunca antes, desde el momento en que el santacruceño recibió banda y bastón de su predecesor, tuvieron no ya la sensación sino también la convicción de que el ciclo kirchnerista está agotado. Obran en consecuencia y comienzan —a veces con timidez y a veces con descaro— a cambiar de monta.

Sólo los enemigos mortales del peronismo, aunque todavía aliados circunstanciales por razones de fuerza mayor —esto es, los intelectuales de Carta Abierta, los periodistas de Página 12 y los que se agrupan en torno de las organizaciones defensoras de los derechos humanos en versión Hebe de Bonafini o Estela de Carlotto— sueñan con algún tipo de continuidad y de vigencia en el tiempo. Su portavoz más lúcido, Horacio Verbitsky, calibró bien el desafío el domingo en su columna semanal. Dijo, en resumidas cuentas, que si el kirchnerismo era capaz de llegar a las elecciones con un candidato propio y a orillar 20 % de los sufragios, habría esperanzas. En caso contrario ,pasaría a ser un recuerdo como el menemismo, fagocitado por el peronismo.

Todos adelantan sus pronósticos, sus apuestas y mueven, en la medida de sus posibilidades, las fichas a su alcance. ¿Qué hace, mientras tanto, un gobierno que no está muerto y que —si es capaz de reinventarse o de gerenciar un ajuste más o menos exitosamente— puede llegar a las elecciones del año próximo con poca fuerza electoral pero con algún poder de fuego como para protagonizar una salida decorosa? —Imagina una estrategia por etapas, la primera de las cuales es critica: sostener el dólar en un valor no mayor a $ 8 y rogar que esa paridad pueda resistir hasta acoplarse, en abril, con el ingreso de los dólares de la soja. Si lo logra, considera que habrá ganado una batalla fundamental en su lucha por cumplir el mandato presidencial en tiempo y en forma.
Y después de abril, ¿qué? —Por raro que le parezca a algunos y lógico que le suene a otros, en junio, con la llegada del Mundial, todo lo demás quedaría relegado a un segundo lugar en tanto y en cuanto el seleccionado dirigido por Sabella avance a los octavos de final, a los cuartos, a la semifinal y a la final de la Copa del Mundo a disputarse en el estadio Maracaná de Río de Janeiro. ¿Voluntarismo? ¿Pensamiento mágico? —No necesariamente. La jugada es bien difícil porque el gobierno parte de unos supuestos implícitos que habrá que ver si son tales, pero no es de realización imposible.

Le juegan claramente en contra, los casos de corrupción que involucran al vicepresidente de la República, Amado Boudou; la por momentos increíble estupidez de una administración que, como si le faltasen enemigos, acaba de pelearse con Marcelo Tinelli; la enorme desconfianza que a esta altura generan la salud y los actos de gobierno de Cristina Fernández. Además de la inflación, el gasto público, la distorsión de precios relativos, la escasez de dólares —que no tendrá solución ni siquiera en abril— y los aumentos salariales que amenazan dispararse en marzo. A favor tiene la prácticamente unanimidad de pareceres, de propios y de adversarios e inclusive de sus enemigos, respecto de la necesidad y de la conveniencia de que Cristina Fernández termine su mandato. Algunos lo desean de corazón. Otros, en cambio, desean que quien sembró vientos ahora sepa lo que es soportar tempestades. Hasta la próxima semana.

Fuente: Massot / Monteverde & Asoc.