China: ¿se avecina una crisis que sacudirá al mundo?
A menos que usted sea un aficionado a los grandes momentos de la historia comunista de China, es probable que no haya oído hablar de Wuhán, el sitio del legendario cruce a nado del Yangtsé por parte de Mao.
Pero quizás más que cualquier otra ciudad china cuenta la historia de cómo, luego de tres notables décadas de modernización y enriquecimiento en China, su milagro económico parece estar llegando a su fin y por qué hay un grave riesgo de una crisis catastrófica.
Entrevisté al alcalde, Tang Liangzhi, quien está gastando US$330.000 millones en cinco años en un plan de desarrollo cuyo objetivo es hacer de Wuhán, que ya cuenta con una población de 10 millones, en una mega ciudad mundial y en un rival importante de Shanghái, la segunda ciudad de China.
«En los últimos años, China ha construido un nuevo rascacielos cada cinco días»
El centro de la ciudad está siendo demolido para crear un distrito comercial de alta tecnología. Incluirá un rascacielos de más de 600 metros de US$5.000 millones, que será el segundo o el tercero más alto del mundo.
Pero, por supuesto, el objetivo de mi visita a Wuhán era contar una historia más amplia.
En los últimos años, China ha construido un nuevo rascacielos cada cinco días, más de 30 aeropuertos, metros en 25 ciudades, los tres puentes más largos del mundo, casi 10.000 kilómetros de líneas de tren de alta velocidad, 42.000 kilómetros de autopistas y desarrollos inmobiliarios comerciales y residenciales en una escala inconcebible.
Tercera ola
Hay dos formas de ver una reconstrucción del paisaje que habría intimidado a los faraones egipcios y a los romanos. Es una necesaria modernización de un país en un rápido proceso de urbanización. Pero también es un síntoma de una economía desequilibrada, cuyas fuentes de crecimiento reciente no son sostenibles.
La desaceleración económica evidente en China, junto con las recientes manifestaciones de tensión en los mercados financieros, se puede ver como la tercera ola de la crisis financiera mundial que comenzó en 2007-08 (la primera ola fue la debacle de Wall Street y la City de Londres de 2007-08 y la segunda, la crisis de la eurozona).
¿Por qué digo eso?
Tras el colapso de Lehman Brothers en 2008 hubo una contracción repentina y dramática del comercio mundial. Y eso fue catastrófico para China, cuyo crecimiento se ha generado en gran parte por la exportación al rico Occidente de todas esas cosas que ansiábamos. Cuando nuestras economías quebraron, dejamos de comprar y, casi de la noche a la mañana, las fábricas apagaron la luz en toda China.
Visité China en ese momento y fui testigo de las multitudes de pobres trabajadores migrantes empacando todas sus posesiones, incluyendo niños en sus espaldas, y encaminándose a sus aldeas. Era alarmante para el gobierno y amenazó con romper el contrato implícito entre el gobernante Partido Comunista y el pueblo chino: que renuncian a sus derechos democráticos con el fin de enriquecerse.
Así que con el impulso del gobierno de Estados Unidos, el gobierno chino lanzó un programa de estímulo de una escala gigantesca: US$670.000 millones de gasto público directo y una instrucción a los bancos estatales para «abrir sus billeteras» y prestan como si no hubiera mañana.
Lo cual, en cierto sentido, funcionó. Mientras que las economías de la mayor parte del rico Occidente y Japón se estancaron, los tiempos de bonanza regresaron a China. El crecimiento se aceleró de nuevo a la notable tasa anual del 10% que el país había disfrutado durante 30 años.
Pero las fuentes del crecimiento cambiaron de una manera importante y siempre tendrían una duración limitada.
Inversión tóxica
Hay dos maneras de ver esto.
En primer lugar, incluso antes del gran estímulo, China estaba invirtiendo a un ritmo más rápido que casi cualquier gran país en la historia.
Antes de la crisis, la inversión equivalía al 40% del Producto Interno Bruto (PIB), alrededor de tres veces la tasa en la mayoría de los países desarrollados y significativamente mayor incluso que lo que Japón invirtió durante su fase de desarrollo, que precedió a su colapso a principios de los 90.
Tras el crack financiero, gracias al estímulo y el ritmo de construcción, la inversión aumentó a un nivel sin precedentes del 50% del PIB, donde ha permanecido más o menos.
Aquí está la cosa: cuando una gran economía está invirtiendo a ese ritmo para generar riqueza y puestos de trabajo, es una certeza que gran parte de ella nunca va a generar un rendimiento económico, que la inversión va mucho más allá de lo que una toma de decisiones racional habría producido.
Por eso, en China hay grandes desarrollos residenciales e incluso una ciudad entera donde las luces nunca se encienden y por qué hay autopistas relucientes con apenas tráfico.
Pero lo que hace la mayor parte del gasto y la inversión sean tóxicas es la forma en que se financió: se ha producido una explosión de préstamos. Las deudas de China como proporción del PIB han ido aumentando a un ritmo muy rápido en torno al 15% anualmente y se han incrementado desde 2008 de alrededor del 125% al 200%.
«La mayoría de las personas son conscientes de que hemos tenido un auge del crédito en China, pero no saben la escala», dice la analista Charlene Chu, quien fue una alta ejecutiva de la agencia creditica Fitch en China entre 2008 y principios de este año.
«Al principio de todo esto en 2008 –explica–, el sector bancario de China era de unos US$10 billones. Ahora mismo está en el orden de US$24 a US$25 billones. Ese aumento gradual de US$14 a US$15 billones es el equivalente a la totalidad de la banca comercial de EE.UU., que necesitó más de un siglo para construirse».
«Eso quiere decir que China habrá replicado todo el sistema estadounidense en el lapso de media década», agrega.
Cualquiera que viva en el rico Occidente no necesita una clase sobre los peligros de un sistema financiero que genera demasiado crédito demasiado rápido. Y en el caso de China, como fue peligrosamente cierto en el nuestro, una buena parte de la deuda está oculta en instituciones financieras opacas especialmente creadas, conocidas como bancos «en la sombra».
No hay excepciones a las lecciones de la historia financiera: prestar a ese ritmo lleva a que los deudores no puedan cumplir con sus obligaciones y que los acreedores tengan grandes pérdidas. La pregunta no es si esto va a suceder, sino cuándo y a qué escala.
Por eso hemos visto algunos episodios de estrés y tensión en los mercados bancarios de China durante los últimos nueve meses, como un posible augurio de que algo malo está por venir.
Desaceleración del crecimiento
En términos más generales, para la economía en su conjunto, cuando el crecimiento se genera durante un período bastante largo por la inversión impulsada por la deuda o el gasto puede haber un par de desenlaces.
Si la prosperidad se desinfla con suficiente antelación y de forma controlada, y se toman medidas para reconstruir la economía y que el crecimiento se genere de forma sostenible, la consecuencia sería una desaceleración económica pero se evitaría el desastre.
Pero si los préstamos continúan a un ritmo vertiginoso, luego una crisis se torna inevitable.
Entonces, ¿qué va a pasar con el milagro económico de China?
El gobierno chino ha anunciado reformas que, en teoría, van a reequilibrar la economía durante un período de años desde la inversión impulsada por la deuda hacia el consumo del pueblo chino.
El prominente inversor chino Charles Liu, con estrechos vínculos con el gobierno de Pekín, me explicó en qué medida es probable que caiga el crecimiento del país desde el 7%-8% actual.
«Creo que a China le podría ir muy bien si la calidad del crecimiento se transformara en un mayor valor agregado»
Charles Liu, inversor chino
«Creo que a China le podría ir muy bien si la calidad del crecimiento se transformara en un mayor valor agregado», explica Liu, y precisa que un 4% podría estar bien.
Pero por ahora las reformas están en una etapa muy temprana de ejecución y el auge de los préstamos continúa. Y el derroche actual a nivel de construcción enriquece a miles de funcionarios comunistas a partir de un sistema de sobornos institucionalizados, por lo que existen dudas acerca de la capacidad del gobierno central para forzar los cambios.
Además, las consecuencias sociales y políticas del crecimiento de 4% podrían ser profundas: no está claro si es una tasa lo suficientemente rápida para satisfacer las demandas de la gente de empleos y un mejor nivel de vida y, a la vez, evitar una protesta generalizada.
¿Y si el préstamo y la bonanza de inversión no pueden ser contenidos? Entonces estaríamos hablando de una clase de crack que sacudiría no sólo China, sino al mundo.
La historia más grande de mi carrera ha sido el auge de China. Hambrienta y de rápida expansión, este gigante ha dado forma a nuestras vidas, a veces, pero no siempre en nuestro beneficio.
Ha impulsado nuestro nivel de vida al vendernos todas esas cosas materiales que simplemente teníamos que tener, más baratas y más baratas. Pero sus exportadores mataron a muchos de nuestros productores. Y los excedentes financieros que generó se trasladaron a nuestros peligrosos déficits, el riesgoso incremento de la deuda en gran parte de Occidente.
También su apetito dio lugar a un enorme aumento en el precio que pagamos por los alimentos, la energía y las materias primas. Lo que es más, la influencia de China en Asia y África ha cambiado profundamente el equilibrio de poder global.
¿Sería una debilitada China a nivel económico algo bueno para Occidente? Bueno, no necesariamente sería del todo malo.
Pero una China repentinamente incapaz de proveer una mejora en los estándares de vida de su pueblo ve ahora su destino menos seguro, estable y tal vez, para el mundo, más peligroso.
Fuente: www.bbc.co.uk