Ganar tiempo
Amado Boudou ha comenzado a recorrer los pasillos tribunalicios. Algo que, en los años de esplendor junto a la presidente, creyó imposible. Inmediatamente después del acto electoral plebiscitario que, en octubre del año 2011, catapultó a la fórmula del Frente para la Victoria a la Casa Rosada sin escalas, todo parecía sonreírle. A cubierto de cualquier impugnación judicial o de otro tipo, el vice de Cristina Fernández cumplió entonces el sueño del pibe. Pero no le duró mucho la alegría en atención a que la causa —por llamarla de alguna manera— Ciccone vino a coincidir con el final del ciclo kirchnerista; de haber estallado cuatro o cinco años antes, habría pasado desapercibida o se hubiera perdido en alguno de los tantos laberintos jurídicos,. Y eso ha sido fatal para el hombre que, en la euforia de otrora, había considerado seriamente convertirse en el heredero de la Fernández.
El camino será largo para Boudou, que no corre el riesgo de ir preso. Por lo menos, no de momento. Quizás el día en que su protectora abandone Balcarce 50, sea posible. Pero mientras permanezca al frente del gobierno, el hoy imputado por el juez Ariel Lijo conservará su libertad de movimiento. No pasan, pues, por ese lado sus problemas que, en cierta medida, son también los del kirchnerismo.
Boudou no marchará a prisión aunque —eso sí— será procesado en los próximos días o semanas, casi con seguridad. El significado que puede tener esa decisión del magistrado a cargo del caso —que en el mundo institucionalmente civilizado obraría, de manera automática, la renuncia del funcionario en cuestión o un pedido de licencia, en la menor de las hipótesis— aquí carecerá de serias consecuencias. Dicho en términos diferentes: ni por asomo tendrá entre nosotros los efectos políticos que sin duda se seguirían —dadas las mismas circunstancias— en Estados Unidos, Japón o Chile. Esto es la Argentina y habrá que atenerse a la Constitución fáctica —a la normativa, de cuño alberdiano, nadie le lleva demasiado el apunte— para analizar qué puede suceder con Boudou y cuál será el precio a pagar por el gobierno.
Está clara, a esta altura del partido, la decisión de Cristina Fernández de quebrar una lanza en defensa de su vice. Respecto de las razones que tenga para obrar de tal manera, hay mucho que especular y resultaría imposible pasar revista a todas las teorías en danza. Desde las sentimentales hasta las estrictamente políticas, hay para todos los gustos, y de nada serviría repasarlas con lujo de detalles. El dato relevante es el apoyo irrestricto y no los motivos que se tuvieron en cuenta.
Tanto la presidente como su segundo, a igualdad del resto de la administración K, saben bien que sus días en el gobierno están contados. En esa materia no se llaman a engaño por más que las usinas ideológicas adictas y los encuestadores acríticos —de Carta Abierta a Página 12 y de Artemio López a los panelistas de 6, 7, 8— insistan en batir el parche acerca de las chances electorales del FPV. La propaganda —en la cual éstos son expertos— es una cosa. La realidad es otra. Por lo tanto, la estrategia K en punto a Boudou está centrada en ganar tiempo y embarrar la cancha.
Es condición sine qua non prestarle todo el auxilio jurídico y mediático que necesite a los efectos de evitar que se quiebre anímicamente. No porque Boudou sea un débil de carácter predispuesto a derrumbarse, a la primera de cambios. Pero su situación, sobre todo si termina procesado, no es ni será fácil. Y si acaso se sintiese abandonado por sus íntimos y dejado a la buena de Dios, la tentación de prender el ventilador no le convendría a nadie. La protección de la Casa Rosada —más allá de cuestiones de índole personal que forman parte de las vidas privadas de las personas y sólo Cristina Fernández conoce— representa también una autoprotección para la Casa Rosada.
¿Qué significa ganar tiempo y embarrar la cancha? —Sencillo: aprovechar las instancias judiciales que permitan llevar el caso hasta finales del año próximo. Las argucias y chicanas que se pueden enhebrar e interponer en el proceso que se ha abierto son infinitas, o poco menos. Y si a lo escrito se le agrega el comienzo del campeonato mundial de fútbol y una primera ronda seguramente exitosa del seleccionado nacional, no habrá porqué esperar grandes novedades. Salvo, claro, el procesamiento.
Pero aún en el supuesto de que Boudou sea procesado —supuesto harto probable, como se dijo— las cosas no pasarán a mayores. Distinto resultaría si se tratase de quitarle los fueros y el kirchnerismo estuviese obligado a votar como un solo hombre para salvarlo. No sería de extrañar que, en ese momento, más de un peronista que acompaña al FPV desde 2003 levantase campamento e hiciese rancho aparte. Sin embargo, para que semejante votación se lleve a cabo —si alguna vez tiene lugar— falta mucho.
El gobierno confía en una resolución favorable de la Corte norteamericana. Supone, y no parece estar mal rumbeado, que ese tribunal le dará vista al procurador general. También considera factible —luego del acuerdo con el Club de París— el reingreso a los mercados internacionales de crédito. Así piensa exorcizar el fantasma de los hold-outs, por lo menos hasta el año que viene, y financiar con algún alivio su camino hasta el momento en que deba abandonar la Casa Rosada.
Todo lo que hará, de ahora en más, estará destinado a patear los problemas para adelante, tanto en el caso Boudou como en el de la deuda. Basta echar un vistazo al almanaque para darse cuenta de algo que generalmente es pasado por alto en los análisis. Todos sabemos que las elecciones presidenciales se substanciarán el último domingo de octubre y las PASO sesenta días antes. En cambio, pocos tienen presente que el calendario electoral comenzará en marzo. Esto en razón de la serie de comicios provinciales y municipales que darán inicio entonces.
Ganar tiempo para Cristina Fernández supone siempre lo mismo: llegar de la mejor manera posible al 11 de diciembre, día en que deberá colocarle la banda a su sucesor. Pero es un desafío en etapas. La primera de las cuales tiene como meta a marzo. Casi podría afirmarse sin temor a errar que, si el gobierno resiste bien hasta ese mes, el año electoral atemperará después la gravedad de cualquier inconveniente que pudiese cruzarse en el camino del kirchnerismo.
Entretenido el país en discutir candidaturas, analizar las encuestas, hacer vaticinios, desfilar delante de las urnas, cerrar listas, forjar alianzas e imaginar resultados, las cuestiones económicas y judiciales —léase inflación y Boudou, para ofrecer dos ejemplos superlativos— dejarán de ser actores estelares en el escenario político. Quedarán eclipsados por unos comicios que, en forma ininterrumpida, en distintos lugares y con diferente jerarquía, largarán en marzo y sin solución de continuidad llegarán a noviembre, si hay segunda vuelta.
A Boudou es menester protegerlo. Al mismo tiempo, resulta imprescindible para la administración que preside Cristina Fernández aprovechar los eventos que puedan darle oxígeno y aquellos que naturalmente —aunque sea por espacio de semanas— conviertan al país en un gigantesco estadio deportivo. La de la Casa Rosada es una estrategia que se reduce y se resume en la famosa frase del Mostaza Merlo: paso a paso. Más no puede hacer. Pero si no se equivoca en su ejecución logrará el único propósito a su alcance: llegar. Hasta la próxima semana.
Fuente: Massot / Monteverde & Asoc.