Capitalismo, empleo y plusvalía
Se dice que un capitalismo «sin límites» se perjudicaría a obreros y empleados
Este es un gravísimo error, producto de ignorar lo que el sistema es. En el capitalismo no hay ‘anulación de límites’, sino todo lo contrario. Los límites se expanden en beneficio siempre del obrero y del empleado. El lucro del asalariado en el capitalismo no reconoce límites. Lo que sí es indudable es que los gobiernos no dejan de imponerle límites al capitalismo, los que vienen dados a través de impuestos, controles, regulaciones, restricciones, etc. Estas restricciones apuntan al achique la de la economía privada en pos de la expansión del sector estatal y, por supuesto, del engrosamiento de las economías y finanzas personales de los señores burócratas y funcionarios de más alto rango, que siempre privilegian sus particulares ingresos por los de sobre cualquier otra persona o grupos de personas ajenas a la órbita política. Ponerle límites al capitalismo implica destruir fuentes de trabajo, es decir, condenar a obreros y empleados a una desocupación segura, y de allí al hambre y la inanición. Porque sólo el capitalista está en condiciones de dar empleo, y nadie más que él. Los gobiernos nunca pueden dar empleo a nadie, a excepción de que primero expolien a un capitalista para hacerlo. El mal llamado «empleo público», que no deja de ser otra cosa que puro empleo estatal, no es más que una forma eufemística de llamar a lo que económicamente -en la realidad- no es más que un subsidio al desempleo. Es decir, el gobierno roba al capitalista lo que este hubiera pagado en salarios, para hacerlo el gobierno en su lugar. El gobierno -en este caso- destruye fuentes de trabajo en el sector privado para transferirlas al sector estatal (mal llamado «público»). La gran diferencia es que, en el empleo estatal no existe ningún parámetro que permita medir la productividad del trabajo, con lo que necesariamente se producirá despilfarro de capital. No hay manera de saber si el trabajo que el gobierno paga a sus empleados es productivo o no. En el ámbito político pierde total vigencia el concepto económico de productividad. La burocracia es la antítesis misma de la productividad. Su exacto opuesto.
El ejemplo por el cual se dice que el pintor de brocha gorda que de Calcuta se traslada a Nueva York ganará más dinero en esta última ciudad que en la primera, es porque en U.S.A. la estructura de capital es mayor que en la India. Es simple. De hecho, la emigración hacia EE.UU. radica en que -comparados con los demás países- allí todos los salarios siempre son más altos que en otras partes del mundo. Vale para pintores, escritores, limpiabotas, doctores, mucamas, conserjes, abogados, o lo que se nos ocurra. Sea la forma de vida que sea, en USA prosperará más que en la India. Esto es indiscutible. Y ello aun cuando -en nuestra particular opinión- EEUU no es el mejor ejemplo de un país con un sistema «capitalista», aunque tampoco sea el peor. Por supuesto que, si las regulaciones laborales no fueran tantas y tan restrictivas, todos los tipos de trabajos (incluso en los EEUU), tendrían una tasa de retribución muchísimo más alta que las actuales (en donde reina una pléyade de regulaciones que restringen el mercado laboral, generando salarios cada vez más bajos y, finalmente, creando desempleo). Si la tasa de capital del nuevo lugar de trabajo es muy alta, hasta un trabajo de inferior calidad en relación al que se venía desempeñando en un país relativamente pobre se pagaría por encima del nivel en que se lo hacía en este último. Y todo ello, con absoluta independencia de la supuesta «maldad» o «bondad» de los empleadores de cada lugar (de origen y de destino). En el hipotético caso de que todos los empleadores de un determinado país fueran «pérfidos», «malvados» y «odiaran» ferozmente a sus empleados (hipótesis de la cual parten todos los colectivistas, como si fuera un axioma) si el sistema en el cual están insertos es capitalista, a pesar de su supuesta o real «maldad» y «odio» a los trabajadores, de todas maneras, el sistema los obligaría ineludiblemente a elevar sus salarios. Caso contrario, perderían a sus empleados más pronto que tarde, ya que renunciarían a sus puestos, para irse a trabajar con otro empleador (también obligado por el mismo sistema capitalista a subir sus salarios). En suma, el capitalismo siempre empuja hacia arriba las retribuciones de obreros y empleados de todo nivel y jerarquía, desde la más baja hasta la más alta. En el capitalismo (si lo tuviéramos) las remuneraciones se elevarían mucho antes que lo pidieran los sindicatos. Y lo harían en un nivel y a una velocidad muy superior a las de las demandas sindicales, con lo cual las huelgas pasarían a ser por completo innecesarias, por superfluas.
Todos estos errores que hemos refutado, vienen de la aceptación popular de la absurda «teoría» de la «explotación» marxista, que suponía que el capitalista «robaba plusvalía» al obrero, hasta que en 1871 la Escuela Austriaca de Economía (con Menger y Eugen von Böhm Bawerk, entre otros) demostró que no existe tal cosa como «plusvalía» alguna, dado que el valor de todo producto no proviene del trabajo, sino que surge de la peculiar apreciación del consumidor. Esto es de simple sentido común. Cuando una dama va a una tienda de carteras a comprarse una, jamás le pregunta al vendedor (cuando ve una que le gusta) «cuántas horas de trabajo utilizó el obrero de la curtiembre para terminarla». Más allá que, si alguien hiciera semejante pregunta el vendedor no sabría qué contestar, todos sabemos que la gente cuando compra jamás hace tamaña pregunta. La dama, simplemente interroga al vendedor cuál es el precio de la cartera, y si el precio le parece accesible, lo paga y se lleva la cartera, sin importarle si el obrero marroquinero empleó 1, 5, 10, 20 o 50 horas para hacerla. La ganancia del capitalista y del obrero salen de lo que la dama pagó al comprarla, sin que la señora de nuestro ejemplo le haya peguntado ni al vendedor, ni al capitalista, ni al obrero de la curtiembre que trabaja para él, cuánto deseaban ganar cada uno con la cartera. Compró y pagó, simplemente porque el precio le pareció barato en relación con su deseo de tener esa cartera. Ergo, como se ve, no existe ninguna «plusvalía».
Fuente: www.accionhumana.com