miércoles 10 de diciembre de 2014
Asistencialismo y «políticas públicas»
Como ya hemos señalado en otras oportunidades, bajo la máscara de las llamadas «políticas públicas» se esconden no pocas veces los proyectos asistenciales más variados que, sin embargo, tienen todos ellos un denominador común que se descubre a la hora de ponerlas en prácticas : será necesario expoliar a los contribuyentes para poder efectuarlas. En suma, echar mano a la mal llamada «justicia social» que en definitiva consiste en algo simple: quitarles a unos lo que les pertenece para darles a otros lo que no les pertenece. Los partidarios de las «políticas públicas» se consideran a sí mismos o se hacen llamar «hombres prácticos» que desprecian a los teóricos. Estos últimos son tratados con epítetos desdeñosos por dedicarse a la investigación y a la enseñanza. Y así se ha dicho que:
«Muchas veces se tratan estos temas como si estuvieran en departamentos estancos: una cosa son los teóricos de la investigación y la enseñanza y otra bien distinta son los prácticos de la coyuntura. Unos se encierran en sus torres de marfil discutiendo sobre el sexo de los ángeles y otros son los profesionales de la coyuntura bien asentados sobre la realidad y la práctica de todos los días. Así se pinta la caricatura de estos dos campos de acción. Sin duda se trata de roles distintos pero, nuevamente, cabe recalcar que no hay políticas públicas o análisis de coyuntura que no se basen en la teoría. Esta podrá ser defectuosa o idónea pero no hay comentario práctico que no esté sustentado en un esqueleto teórico. Pretender buenas políticas públicas sin andamiaje teórico-conceptual es lo mismo que pretender que existan productos farmacéuticos sin investigación médica. El menosprecio por la investigación y la transmisión de teorías inexorablemente conduce a políticas públicas de peor calidad. Revalorizar el estudio teórico es uno de los cometidos más importantes de la sociedad moderna.»[1]
Los partidarios de las «políticas públicas» piensan que «una cosa es la teoría y otra cosa bien distinta es la práctica», y seducen a muchísimos incautos repitiendo esta falacia tan conocida y divulgada en prácticamente todos los ámbitos, generando la mayor de las confusiones y de los desconciertos en la gente. Sin embargo, esos sedicentes «hombres prácticos» son tan teóricos como los teóricos que ellos desaíran y que se desempeñan en el campo de la enseñanza. Los políticos echan mano de esos autodenominados «hombres prácticos», que no pocas veces se terminan convirtiendo en asesores de aquellos políticos ya en función de poder, y terminan adoptando las «recetas» de «políticas públicas» recomendadas, que siempre se traducen en el mismo resultado : aumentos del gasto público, de impuestos, de tasas, contribuciones, alícuotas y demás instrumentos financieros para poder costear tales «magníficos proyectos» que -se repite como loro- van a terminan «favoreciendo a los que menos tienen». Cuando la realidad indica que cada vez perjudican más a la gente de menores recursos.
«El práctico no hace más que adoptar teorías ya aceptadas. Si el práctico menosprecia al campo teórico su disciplina se estancará o entrará en franco retroceso al tiempo que teóricos con otras concepciones ocuparán los espacios vacíos para que otras teorías le corran la practicidad al práctico. En el caso de las ciencias sociales resulta patético observar cómo muchas organizaciones pretenden contribuir “al mejoramiento de la sociedad” restringiendo fondos a los estudios teóricos que, como queda dicho, hacen de apoyo insustituible para el mejoramiento de “la práctica”. Invertir las prioridades es como poner la carreta delante de los caballos puesto que una vez entendido el campo conceptual, el resto se da por añadidura. Invertir los pasos es como pretender aplicar algo antes de concebirlo.»[2]
Los teóricos de las «políticas públicas» (que no se consideran teóricos cuando en realidad lo son) no constituyen excepción cuando conforman organizaciones del tipo ONG o de cualquier otro, con el fin de recaudar fondos que dicen querer ser destinados a la «ayuda» de los más necesitados. En definitiva, y sin eufemismos a combatir la pobreza. Sin embargo, suelen fracasar, porque cofunden continuamente pobreza con desigualdad, y en lugar de concentrarse en atacar a la primera centran sus dardos en la segunda. Es aquí donde se evidencian las fallas conceptuales que tienen esos teóricos de las «políticas públicas», son incapaces de distinguir las diferencias entre pobreza y desigualdad, a la par que, independientemente de estos último, terminan convirtiéndose en mendicantes de subsidios estatales, por cuanto en sus mal fundadas «teorías» creen que es «función» del estado «la lucha contra la desigualdad». Son incapaces de comprender que si se suprimiera la desigualdad la especie humana se extinguiría por completo en muy pocas décadas. Y, como también dijimos un sinfín de veces, el rol de los incentivos y desincentivos es fundamental en este tema:
«Otro factor poderoso en el aumento de las nóminas de asistencia social es la creciente desaparición de varios fuertes desincentivos para acogerse a ese régimen. El más importante de ellos ha sido siempre el estigma que significaba para toda persona el subsidio a la desocupación, que la hacía sentir que vivía parasitariamente a expensas de la producción en lugar de contribuir a ella. Este estigma fije eliminado por valores que han penetrado en el moderno populismo socialdemócrata; además, los organismos gubernamentales y los propios asistentes sociales cada vez instan más a la gente a recibir lo antes posible beneficencia por parte del Estado. La idea «clásica» del asistente social era la de alguien que ayudaba a las personas a ayudarse a sí mismas, que las impulsaba a lograr y mantener su independencia y a valerse por sus propios medios. El propósito de los asistentes sociales era ayudar a los que vivían de la beneficencia del gobierno a salir de esa situación tan pronto como fuera posible. Pero ahora tienen el objetivo opuesto: tratar de que la mayor cantidad de gente posible reciba asistencia social, promocionar y proclamar sus «derechos».»[3]
En esto desembocan habitualmente las «políticas públicas»: proliferación de subsidios, planes sociales, ayudas de todo tipo bajo el pueril pretexto de «inclusión social». El resultado es la más pavorosa exclusión social como nunca antes se hubiera visto.
[1] Alberto Benegas Lynch (h). El juicio crítico como progreso. Editorial Sudamericana. Pág. 166-167
[2] Alberto Benegas Lynch (h). El juicio crítico…ob. cit. Pág. 166 -167
[3] Murray N. Rothbard. For a New Liberty: The Libertarian Manifesto. (ISBN13: 9780020746904). Pág. 171-173
Fuente: Accion Humana