Cristina, Scioli y las invariantes del peronismo
Había que sentarse a esperar la reacción de una mujer tan poderosa como llena de rencor
Todo, pues, era cuestión de tiempo; y quienes mejor la conocen dijeron, sin equivocarse, que Cristina Fernández no era persona dispuesta a aplazar sus rabietas ni a dejar que se enfriaran. Sucedió, entonces, cuanto estaba cantado. Pocos días después del incidente que le costara el cargo a Rafael Follonier, la viuda de Kirchner aprovechó uno de sus muchos discursos públicos y ensayó, a expensas de Daniel Scioli, una crítica por elevación, indirecta, aunque claramente dirigida al gobernador bonaerense.
A esta altura decir que no basta sacarse fotos e identificarse con un color —el naranja, para más datos— cualquiera sabe lo que significa: ofenderlo y ningunearlo —como se prefiera— al ex–motonauta. Eso fue lo que hizo la viuda de Kirchner por haber osado aquél sacarse una foto con Tabaré Vázquez sin su permiso. Pero detrás del resentimiento presidencial late la descon- fianza y hasta el desprecio que al kirchnerismo de paladar negro le suscita ese personaje —más cerca del duo Pimpinela, el “muñeco” Mateyko y el “Puma” Rodríguez, que de los íconos progresistas.
En realidad, cuanto demuestra el desaire de la Señora es algo que al pobre Scioli —siempre tan sumiso y dispuesto a aceptar, sin decir esta boca es mía, las peores humillaciones— le quita el sueño y —en cambio— a su competidor en el espacio monopolizado por el Frente para la Victoria, Florencio Randazzo, lo colma de esperanza: que no hay todavía un candidato oficialista seguro.
De puertas para adentro, en La Plata, las especulaciones que teje el sciolismo riman con sus deseos más profundos. Dicen que Cristina Fernández ya dejó atrás sus dudas y, aunque Daniel no sea de su predilección, ha aceptado que es el único en condiciones de hacer una buena elección y asegurarle así al FPV una cantidad importante de diputados en la primera vuelta electoral. A la hora de explicar los retos, insisten en relativizarlos, no sin reconocer —al mismo tiempo— que por una cuestión de timing y liderazgo la presidente nunca habrá de bendecir a un solo candidato con tanta anticipación.
Por su lado el ministro del Interior —que de la cartera política maneja poco y nada, dedicado como está (día, tarde y noche) al área del Transporte— desenvuelve su estrategia sobre la base de dos suposiciones: 1) que si demuestra peso específico en las encuestas, la Fernández nunca se inclinará por su competidor; y 2) que, si finalmente las simpatías de la presidente decantasen en su favor, el grueso del voto kirchnerista haría otro tanto.
Llegará el momento en el cual los K deban encolumnarse detrás de Scioli o de Randazzo, pero aún falta tiempo para que la incógnita quede despejada. Parece difícil —al menos hoy— adelantar cuál será la línea de acción que seguirá Cristina. Puede, por un lado, volcarse a favor de uno o de otro antes de que se substancien las PASO en el próximo mes de agosto; o puede —lo que suena más lógico— tomar distancia y dejar que todos —incluidos Sergio Uribarri, Aníbal Fernández, Julián Domínguez, Agustín Rossi y Jorge Taiana— compitan en igualdad de condiciones, para recién después asumir al ganador como propio.
Así como no es conveniente tomar al pie de la letra el adelanto de la Señora respecto de su escasa voluntad de figurar en alguna de las boletas electorales para cuales se la ha mencionado en las últimas semanas, sí está fuera de cualquier duda la distancia que media entre ella y el gobernador de Buenos Aires. Mientras lo primero resulta materia de especulación, lo segundo —inversamente— es indiscutible. Nadie escuchó nunca a la viuda de Kirchner ensayar una crítica o levantar una sospecha respecto de ninguno de sus colaboradores acusados de corrupción. Si para muestra vale un botón, el caso de Amado Boudou resulta emblemático.
En el mismo acto en el que la presidente —aun sin nombrarlo— lo castigó a Scioli con una ironía, sentado a pocos metros de ella estaba su vice, recientemente procesado, como la cosa más normal del mundo. En defensa de Boudou la jefa de estado no ha escatimado esfuerzos, sin prestarle atención al costo político de su capricho. A Scioli, por el contrario, no pierde oportunidad de rebajarlo y zaherirlo, echando en saco roto su servilismo. No importan cuántas sean las genuflexiones y reverencias —por momentos obscenas— del gobernador, lo cierto es que el kirchnerismo no ha hecho más que despreciarlo desde el primer momento. Salvo que sea por una pulsión perversa de la Fernández, tamaña fijación mueve a pensar que, antes de consagrarlo como su heredero en Balcarce 50, agotará todos los recursos a su alcance para dejarlo sin el pan y sin la torta.
Véase lo enfermo de la relación —si cabe llamarla así— que el gobernador viajó sin escalas, a las apuradas, a los Estados Unidos para sacarse una foto junto al ex–presidente de ese país, Bill Clinton, asegurándose primero que podría ir y volver para dar el presente en el acto al cual había sido invitado por la Casa Rosada. Contrató, a tales efectos, un avión privado y pagó una cifra estrambótica con el objeto de no depender de un vuelo de línea. ¿Con qué resultados? Por un lado quedó en evidencia el importe del alquiler del aparato y la noticia no fue bien recibida por la opinión pública. Por el otro, frente a la militancia K, la Fernández se burló de sus fotos y de su falta de planes. ¿Qué dijo Scioli? —Nada.
Así como no sabemos si Cristina Fernández aceptará encabezar la lista de diputados del Parlasur o en su defecto la de la Provincia de Buenos Aires, e ignoramos qué va a pasar —si acaso algo sucede— con los hold–outs a partir del 1o de enero de 2015, también desconocemos cuál será, en definitiva, el candidato del Frente para la Victoria en los comicios presidenciales del año próximo.
Aunque parezca mentira y ponga en tela de juicio una lógica elemental, al kirchnerismo lo único que le importa en términos de los próximos comicios es la suma de diputados y senadores nacionales. Para alcanzar una cifra aceptable, que lo deje con poder de juego en las dos cámaras, una vez abandonado el poder, necesita que su candidato traccione votos en todas partes. No le interesa tanto —en cambio— que sea el ganador. Dicho brutalmente: el mejor escenario para una Cristina Fernández deseosa de conservar el liderazgo del peronismo después de 2015, es que Scioli, Randazzo o el que fuese, perdiese a manos de Mauricio Macri. Por una razón elemental que cualquier peronista conoce, aun cuando lo niegue en público: para un peronista que abandona la Rosada nada hay peor que otro peronista reemplazándolo en Balcarce 50.
Si Sergio Massa fuese elegido presidente, los días de la Fernández como cabeza natural del justicialismo se contarían con los dedos de la mano. Si el ganador resultase Scioli podría cercarlo y condicionarlo, especulando con su natural tendencia a la obediencia y subordinación, pero no estaría segura. Si, por el contrario, se calzase la banda el jefe de gobierno de la ciudad capital, la esperanza del kirchnerismo de retener la comandancia del peronismo, y desde allí elaborar su retorno en 2019, tendría alguna viabilidad.
¿Fantasías? —En buena medida, sí. Aunque el razonamiento K es bastante parecido al que desplegara Carlos Menem, de cara a las aspiraciones de Eduardo Duhalde —a la sazón gobernador de Buenos Aires— allá por 1998. El riojano apostó a Fernando De la Rúa de la misma manera que la Kirchner lo hace por Mauricio Macri. No porque hayan tejido entre ellos una alianza o porque hubieran salvado de buenas a primeras sus diferencias ideológicas. Nada de eso. Es por el miedo que a todo peronista con ánimo de volver a la Quinta de Olivos le produce la perspectiva de que algún compañero gane las elecciones y quiera quedarse a vivir allí. Hasta la próxima semana.
Fuente: gentileza de Massot/Monteverde & Asoc.