Un cambio tardío y sin posibilidades de éxito
Cuando Néstor Kirchner se hizo cargo de la Casa Rosada privilegió, a la hora de formar su gabinete de ministros y de secretarios de Estado, la confianza y la lealtad que le habían demostrado durante años Carlos Zannini, Julio De Vido, Francisco Larcher, Héctor Icazuriaga, Ricardo Jaime y tantos otros de su misma coloratura. Heredó del duhaldismo a Roberto Lavagna, a José Pampuro y a Aníbal Fernández. Y, como sucede siempre, sacó a unos pocos tapados de la galera y les dio la oportunidad de acompañarlo. A Oscar Parrilli, que por mérito propio formaba en el pelotón de los incondicionales, le ofreció ser el mayordomo de palacio y ese fue su cargo en los tiempos presidenciales del santacruceño, prolongados luego a lo largo de las dos gestiones de su mujer.
Pasaron desde entonces once años y la tropa se fue desperdigando por distintas razones. De aquella primera camada que llegó a la administración pública por la decisión del santacruceño, sólo quedan Zannini, De Vido y Parrilli, que acaba de ser catapultado a un puesto estratégico, de singular importancia, merced a un úcase personalísimo de Cristina Fernández. De pronto, comosea, en un abrir y cerrar de ojos, el mayordomo —dicho sin pizca de ironía— se transformó en secretario de Inteligencia de la Argentina.
Proyección de tamaño calado no se explica porque súbitamente el encargado de los viajes, el protocolo, la elección de los hoteles y la satisfacción de los caprichos y gustos personales de la presidente se haya revelado como un espía de categoría superior. Nada de eso. Parrilli se convertiría en el hazmerreír del país si verdaderamente creyese que su tarea es manejar la SIDE. Fue nombrado en atención a una virtud inestimable para Cristina Fernández: su incondicionalidad.
Era un secreto a voces cuánto desconfiaba, a esta altura del partido, la Señora de los dos hombres que su marido había dispuesto para esos quehaceres. Francisco Larcher y Héctor Icazuriaga habían caído en desgracia largo hace y sólo por uno de esos misterios insondables del carácter de la viuda de Kirchner siguieron en el gobierno, cuando debieran haber sido despedidos meses atrás. Como quiera que sea, el otrora mayordomo viene para cumplir una tarea pura y exclusivamente decorativa: poner la cara y asegurarle a su jefa que no habrá más filtraciones indiscretas o informaciones cambiadas.
Tendrá el despacho, las alfombras coloradas, los autos, los gastos reservados, los teléfonos y los contactos internacionales propios de un jefe de la SIDE. Pero el poder del organismo no será suyo. Hará las veces de un florero de lujo. No muy lejos de sus oficinas en la calle 25 de Mayo, quien moverá los hilos de la repartición será el jefe de Estado Mayor del Ejército, o sea, el general Cesar Milani, secundado por un hombre de La Cámpora y miembro de la organización Justicia Legítima.
Mejor tarde que nunca, reza el sabio refrán de origen castellano. La presidente debió moverse mucho antes y con una celeridad de la cual estuvo falta. Una vez más le fallaron los reflejos y reaccionó a destiempo. ¿Por qué? —Porque la principal preocupación que hoy la aqueja y que, en buena medida, explica los cambios de espías —por llamarlos de alguna manera— es lo que ella y sus principales espadas consideran una rebelión de los jueces. Y, si fue con el propósito de poner en caja a los díscolos magistrados del fuero federal que Cristina Fernández les ha dado ahora un cheque en blanco a Milani y a Mena, lo menos que puede decirse es que se equivocó.
Si entre nosotros la SIDE acreditase, aunque fuese en una mínima medida, los méritos y la proverbial eficiencia operativa del Mossad o de la CIA, quizá todavía habría tiempo para poner en marcha alguna estrategia capaz de reportarle un éxito de último momento al kirchnerismo en retirada. Pero la SIDE está formada desde hace décadas por chapuceros y vendedores de humo que, si los mandasen a espiar, lo primero que harían es ir y tocar el timbre. Por lo tanto, sirven de poco y nada. Alguien, con entera razón, podría pensar que son inútiles pero al mismo tiempo les sobran millones. Es cierto, aunque también lo es que los magistrados de los cuales estamos hablando salieron del mercado de pases hace rato.
Lo que parece no haber percibido la administración de Cristina Fernández es que el giro copernicano de jueces que dos o tres años atrás seguían las instrucciones de Javier Fernández —que eran las de Kirchner y las de su mujer— y ahora se han dado vuelta, se explica por el cambio en la relación de fuerzas y por la inconcebible táctica persecutoria enderezada en contra de ellos por el gobierno. No hay, pues, ni SIDE ni Milani ni Mena que valgan.
Aún cuando éstos demostraran una capacidad que hasta ahora se les desconoce, la ofensiva judicial no tendrá marcha atrás. La familia judicial, salvo una minoría enrolada en Justicia Legitima, llegó a la conclusión de que el oficialismo quiere la cabeza de sus miembros y reaccionó en consonancia con el peligro avizorado. Al respecto no hay misterio ninguno que develar y resultará un esfuerzo baldío el de los sucesores de Larcher, Icazuriaga y el mítico Stiusso.
No es con plata o campañas publicas de desprestigio como se podría poner contra la pared y hacerlos pensar dos veces si seguir adelante con las causas que tienen a su cargo Claudio Bonadío, Ariel Lijo y María Servini de Cubría, por nombrar a los más conspicuos representantes de Comodoro Py. Si la Corte Suprema de Justicia —como lo hizo en años pasados— acatara mansamente los dictados presidenciales y en el Consejo de la Magistratura el kirchnerismo tuviese los 2/3 necesarios para nombrar y remover jueces a su antojo, entonces la misión que le ha sido encomendada a las nuevas autoridades de la SIDE luciría bien. El problema es que —aún cuando muchos sigan creyendo lo contrario— el gobierno pierde muchas más batallas de las que gana.
Por supuesto, nunca reconocerá sus derrotas y acaba de poner a un habilísimo charlista como Aníbal Fernández a explicar lo inexplicable. Tarea para la cual no servía el incompetente de Jorge Capitanich. Pero el comunicar mejor no cambiará el curso de los acontecimientos. Si vale este ejemplo, aquí va: el oficialismo se había llenado la boca respecto de los U$ 3000 MM que esperaba conseguir en el canje de deuda. No llegó a 10 % de esa cifra y, sin inmutarse, sus voceros salieron en coro a venderlo como un éxito. Así y todo, resultó un fracaso de proporciones.
Son pocos —si acaso alguno— los sectores, fuerzas, partidos, sindicatos, medios de prensa y grupos de presión situados en la vereda de enfrente del gobierno que no le hayan tomado el tiempo y perdido el miedo que alguna vez los paralizó. Este dato debe ir acompañado en cualquier análisis que se haga respecto de la situación política nacional con otro que lo completa: las dudas, enconos y luchas intestinas que se perciben en el seno del kirchnerismo. Bajo cuerda y por líneas interiores, hay que escuchar lo que se habla en las tiendas del oficialismo. En público nadie levanta la voz ni duda de Cristina Fernández, pero los que en petit comité ponen en tela de juicio su cordura política son secretarios e inclusive ministros que, ante el final de ciclo, no callan sus dudas. Hasta la próxima semana.
Fuente: Massot / Monteverde & Asoc.