Tres posibles; dos probables
Si fuese pertinente trazar una comparación con base en los finales de año, este que llega a su término luce para el gobierno mejor que 2013 en materia económica y peor, sin duda, desde el punto de vista estrictamente político
No es que el kirchnerismo haya logrado revertir el curso de los acontecimientos y aplazar la inevitable vuelta al llano de Cristina Fernández en diciembre de 2015. Pero no tiene una espada de Damócles pendiendo sobre su cabeza.
Por un lado no está aquejado, más allá de las dificultades enormes que pueblan su derrotero, por esa sensación de salida anticipada de la Casa Rosada con la que dio comienzo el año 2014. Recuérdese —si acaso alguien lo hubiese olvidado— la convicción extendida entre los analistas, la clase política y la gente informada respecto de que si la administración encabezada por la viuda de Kirchner no reaccionaba rápido corría el riesgo de terminar su mandato antes de tiempo. Fue entonces cuando impuso su criterio el entonces presidente del Banco Central, Juan Carlos Fábrega, de resultas de lo cual le evitó al gobierno una crisis que bien pudiera haber sido terminal. Por el otro lado, en cambio, sabe que tiene fecha de vencimiento su ciclo histórico.
Aun tomando en consideración la envergadura del presente proceso recesivo y los alcances del flagelo inflacionario, en el horizonte K no se recortan nubarrones tan densos como el año pasado. El culebrón de los hold–outs —que nadie sabe como terminará— podría continuar sin que las partes consiguiesen alumbrar una solución y no por ello habría catástrofe a la vista. El gasto público vuela y, dadas las necesidades electorales, seguirá en ascenso pero eso no afecta necesariamente la llegada del kirchnerismo a diciembre del año próximo. Un año atrás, las apuestas respecto de si Cristina Fernández llegaría en tiempo a cumplir el mandato para el cual fue electa en octubre de 2011, estaban a la orden del día.
¿Todo bajo control, entonces? —Ni mucho menos. Del hecho que la situación económica no sea percibida como dramática —como sí ocurría a comienzos de 2013— está lejos de significar ausencia de riesgos o que hubieran mejorado las chances favorables para los eventuales candidatos presidenciales del Frente para la Victoria. Es cierto que si los saqueos de los cuales tanto se habló hubiesen estallado, el dólar se hubiera disparado y los conflictos sociales hubiesen escalado, tanto Daniel Scioli como Florencio Randazzo estarían ya fuera de carrera. Que esos picos de tensión se hayan sorteado, para ellos ha significado, sin duda, buenas noticias. Pero nada hace prever que cuanto ponen al descubierto todas las encuestas serias pueda revertirse.
Dicho en otros términos: el kirchnerismo no está delante de un tsunami en lo que hace a la gobernabilidad y, sin embargo, hay 70 % de la población que nunca lo votaría. Por lo tanto, se hacen ver dos fenómenos diferentes: cierta comodidad momentánea en materia económica —al menos si se compara dónde estaba hace dos meses y dónde se encuentra ahora— y, paralelamente, una realidad en lo político–electoral que confirma el final del ciclo.
Transcurrido enero el país entrará de lleno en la vorágine de los comicios. Los habrá de todo tipo, tamaño y color. Municipales, provinciales y finalmente nacionales se substanciarán sin solución de continuidad. Léase —a guisa de simple ejemplo— el siguiente cronograma: ya son cuatro las provincias —Salta, Santa Fe, Chaco y ciudad de Buenos Aires— que han confirmado sus comicios a gobernador, todos antes de las cruciales internas abiertas nacionales del 9 de agosto. Además de las cuatro ya confirmadas, otras tres provincias adelantarán las elecciones y lo confirmarán en breve. En primera fila aparece Córdoba. Separados de los nacionales, y casi con seguridad en la primera mitad de año, se votará en Tierra del Fuego y Neuquén. Y de todos modos —para no esperar hasta abril— habrá dos elecciones locales en breve. En la capital mendocina se elegirá al sucesor del fallecido Victor Fayad el 22 de marzo; las internas se llevarán a cabo el 22 de febrero.
Pecando de esquemáticos —y no sin correr el riesgo de incurrir en el viejo vicio reduccionista— podría dividirse el año a punto de iniciarse en cuatro etapas: la primera que comenzará pasado mañana y epilogará a finales de junio, al momento de oficializarse las candidaturas nacionales; la segunda que se extenderá desde el primer día de julio hasta que se lleven a cabo las PASO; la tercera, cuya iniciación coincidirá con el resultado de esas PASO y la primera vuelta, fijada para el ultimo domingo de octubre. Por fin, casi con seguridad —de no mediar un imponderable— habrá un cuarto capítulo que definirá, entre las postrimerías de octubre y las de noviembre, quien asumirá el 11 de diciembre como nuevo presidente de los argentinos.
Inmediatamente después de los comicios legislativos del año pasado, Sergio Massa —claramente cortado en punta— parecía el número puesto. Catorce meses más tarde, lo que hay es un triple empate entre el de Tigre, el gobernador bonaerense y el jefe de gobierno de la ciudad capital. Cualquiera de los tres está en condiciones de meterse en la segunda vuelta; ninguno podría hoy alcanzar 40 % de los sufragios y sacarle a su escolta más de 10 % para así ganar en primera vuelta y, last but nos least, en ninguno de los escenarios encuestados Daniel Scioli triunfaría a expensas de Sergio Massa o Mauricio Macri.
La foto de octubre de 2013 perdió vigencia. Hoy el triple empate de cara a las elecciones de octubre deja sólo a dos con probabilidades de calzarse la banda presidencial: Massa o Macri. Scioli, amarrado como está al mascarón de proa kirchnerista, sólo podría aspirar a la presidencia si rompiese todo lazo con sus mandantes. Algo que, de momento, roza lo imposible. Pero, claro, falta un año, poco más o menos, y entonces la radiografía puede haber cambiado una vez más. Feliz Año. Nos reencontramos en febrero.
Fuente: gentileza Massot / Monteverde & Asoc.