Deuda «eterna» y un mundo feliz
Mucha gente cree que el éxito consiste en perpetuar “sine die” algunas situaciones excepcionales, sin aceptar que “de lo que se trata la vida en general es hacer primordialmente todo lo que nos puede dar felicidad, desde recoger con sencillez una simple cosecha de frutillas hasta ir a la lavandería”, como señala el escritor estadounidense Elwyn B. White.
Y así es, no más.
Los argentinos hemos exhibido siempre un afán desmedido por hacer de nuestra vida un “suceso” permanente, afirmándonos en la creencia de que podemos “vivir con lo nuestro” –y al mismo tiempo “a lo grande”-, venerando con unción a algunos próceres políticos como el señor Aldo Ferrer, hoy fallecido, que no consiguieron develarnos aún los misterios del camino efectivo para lograrlo, ni para comprobar siquiera que no somos colectivamente tan ricos ni tan inteligentes como nos vemos.
A quienes seguimos creyendo en el esfuerzo individual como única manera de someternos a las posibilidades racionales que nos ofrece la inquebrantable realidad, “nos ignoraron, después se rieron de nosotros, luego nos pelearon y finalmente han debido rendirse a la evidencia: ganamos” (Mahatma Gandhi).
Los escandalosos videos donde aparecen personas ligadas al último gobierno contando pilas de billetes como si tal cosa en una cueva y en secreto, permiten comprobar que muchos de ellos consideraban normal tomar lo necesario de donde fuere para consumar sus sueños de poder, aunque debieran instalar una corrupción escandalosa que permitiese generar esos fondos.
Por otra parte, el fracaso proveniente de demorar con argumentos retóricos la devolución de lo que pedimos al mundo financiero para seguir de farra, está a la vista: toda deuda lleva implícito, tarde o temprano, el momento de honrarla, so pena de quedarnos, como le pasó al kirchnerismo, desvistiendo a un santo (Anses) para vestir a otro (Pami).
Fernando Savater recuerda una anécdota que refleja a su juicio cierto tipo de tozudez consuetudinaria, mencionando el caso del novelista Francisco Ayala, quien días antes de cumplir 100 años y respondiendo a lo que haría supuestamente después de muerto si comprobase la presencia de una realidad “Divina” que siempre negó en vida, manifestó empecinado: “le estrecharía cordialmente la mano porque soy una persona educada, pero francamente quedaría muy sorprendido”.
Esta frase pertenece a un mundo basado en argumentos imaginarios que intentan sostenerlo, pero solo contribuyen en realidad a dejarnos aferrados a “una ducha oracular incapaz de solventar todos los enigmas de nuestra amarga condición humana”, agrega Savater.
¿O será acaso que todos mentimos con la misma naturalidad con que respiramos?
El debate en el Congreso Nacional sobre el tema de la deuda, destaca la ignorancia conceptual de quienes no alcanzan más que a recitar un puñado de conceptos totalmente ideologizados y acusaciones sin fundamento hacia el gobierno actual y su propuesta para tratar de cerrar el tema de la “deuda eterna”.
Es bien sabido en este aspecto, que no entraña tanto peligro un mentiroso como un charlatán. Porque las pamplinas que oímos todos los días de él, nos demuestra que no sabe de qué está hablando, ya que la mayoría de los charlatanes lo son por ganas de presumir o por afanes monetarios. A eso se han asemejado mucho los oradores que tomaron la palabra en las sesiones del Congreso para “pontificar” sus “verdades” (¿) opositoras.
¿Qué puede ser más importante en este momento que enderezar el rumbo hacia un desarrollo económico que nos aleje del desastre que nos dejó el kirchnerismo, del cual la deuda con los “hold outs” es quizá el obstáculo mayor?
¿No es sensato proponerse “volver al mundo” y dejar de ser un paria internacional?
¿Es posible considerar con seriedad la metralla oral de legisladores que siguen hablando como si jamás hubiesen vivido entre nosotros, ni hubiesen acompañado en su momento la obcecación de Néstor y Cristina para no lograr una solución definitiva a este asunto?
Al oírlos, nos asalta el recuerdo de unos dichos del ex Presidente del Uruguay Jorge Batlle: “no hay duda alguna que los argentinos hablan un idioma que en el resto del mundo nadie entiende” (sic).
Con el advenimiento de Cambiemos se está librando una batalla trascendente, porque no se trata solo de pagar a nuestros acreedores porque sean más o menos “buitres”, sino de admitir de una buena vez que SIN PRODUCTIVIDAD NO HAY FUTURO.
En los próximos días sabremos cómo sigue esta novela de intrigas palaciegas, porque cuando un modesto torrente de guijarros comienza a rodar cuesta abajo, se convierte finalmente en un alud incontenible.
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