Los obispos deberían reclamar menos impuestos para eliminar la pobreza
Desde el año 2004 el Observatorio de la Deuda Social de la UCA (Universidad Católica Argentina) viene alertando que la pobreza aumenta sin cesar y alcanza a más de un tercio de la población.
No hay mejor señal del fracaso de nuestra dirigencia política que ésta autorizada y penosa fuente estadística. De la cual surgen tres observaciones: a) La primera, que la política económica basada en la demagógica repartija a través del Gasto público no ha servido para reducir la pobreza; b) La segunda evidencia, reconoce los efectos perversos de esta política económica pero ignora las causas que originan la pobreza. c) La tercera certeza, es que si no se remueven esas causas, los pobres nunca podrán, de por vida, abandonar un estado de indigencia que heredarán sus hijos.
LA POSICION ECLESIÁSTICA.
Después de conocidas las estadísticas del Observatorio Social de la UCA, los obispos agrupados en la Pastoral Social hicieron claras referencias del anterior gobierno y la actual administración sobre la extrema pobreza que se perpetúa en el tiempo, sin solución de continuidad.
Hacen suya la exhortación del Papa Bergoglio en los dos Encuentros Mundiales de Movimientos Populares, realizados en el Vaticano (oct. 2014) y en Santa Cruz de la Sierra (jun. 2015). Allí dijo el Papa : «Ninguna familia sin Techo, ningún campesino sin Tierra y ninguna persona sin Trabajo. Es extraño pero si hablo de esto, para algunos resulta que el Papa es comunista, pero el amor a los pobres está en el centro del Evangelio y no responde a una ideología”.
Tanto el Pontífice como la jerarquía eclesiástica se mueven, legítimamente, en el campo de los deseos y las peticiones. Claro es que debieran recordar aquella frase del más grande teólogo laico que tuvo la Iglesia, el Dante Alighieri, cuando escribiera que: “La strada per l’inferno è lastricata di buone intenzioni «.
Los deseos y anhelos pueden ser buenos o malos, pero en el mundo de la realidad no bastan. Si los requerimientos episcopales pretendieran ser entendidos como críticas por las omisiones o perversidades en la acción del gobierno, debiéramos tener en cuenta “que las críticas sin propuesta son destructivas, pero las propuestas sin crítica son una ilusión”.
ENREDADOS EN EL ENGAÑO
La mera crítica como reproche, se basa en un postulado que parece razonable pero erróneo y engañoso en su base. Se trata del famoso argumento del “derrame”, esgrimido de este modo en un documento pontificio: “Algunos todavía defienden que las teorías del `derrame ́, supuestas en todo crecimiento económico favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismas mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante”. (Papa Bergoglio, 2013).
Es una lástima que el pontífice no haya sabido que siete años antes, en 2006, el economista estadounidense Thomas Sowell de la Universidad de Standford, había advertido sobre este inusitado prejuicio acerca del derrame: “Desafío a que alguien señale un economista que trabaje en el sector público, o que enseñe en la academia o en cualquier otro lugar que no sea un asilo para lunáticos, que alguna vez haya argumentado a favor de una `teoría del derrame’. Para criticar esta teoría nada es más fácil, que inventar una versión absurda y utópica de la misma”.
LA IGLESIA NO NECESITA ARGUMENTOS AJENOS.
Lo notable es que ni la Iglesia ni el episcopado necesitan recurrir a estos argumentos contra el “derrame” para exigir soluciones al problema de la pobreza. Porque de este modo se perderán en los laberintos de las ideologías revolucionarias, sean jacobinas o marxistas. La propia Iglesia tiene en su seno un poderoso arsenal de verdades que le permiten desarrollar un pensamiento propio, idóneo para ponerse en práctica con resultados sorprendentes.
Nos referimos a la Escuela de Salamanca, desarrollada por la orden de los predicadores (monjes dominicos) entre los años 1300 a 1530 cuyas sabias enseñanzas se extendieron a todas las universidades europeas y que siguen exhibiendo una sorprendente actualidad.
Esta famosa escuela llamada también “escolástica hispánica” o “escolástica tardía” supo unir la Razón con la Fe y permitió -gracias a Tomás de Aquino- que la Lógica de Aristóteles y los epicúreos, fuese aplicada al análisis y solución de los problemas económicos de la vida real, para encontrarles remedio. Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, Luis de Alcalá, Martín de Azpilcueta, San Bernardino de Siena, Juan de Mariana, San Antonino de Florencia, Tomás de Mercado y Francisco Suárez entre muchos otros dominicos, crearon los fundamentos del derecho natural, los derechos humanos, la noción de soberanía política, el derecho de gentes, el derecho internacional tal como hoy se lo concibe y las bases de las leyes económicas sobre temas como: mercado, equidad en los intercambios, salario y formación de precios, monopolio o competencia, emisión de moneda e inflación, impuestos y despilfarro, lujo en la corte y pobreza del pueblo, crecimiento sostenible, industrialización y agricultura en el comercio internacional. Estos monjes dominicos de la Escuela de Salamanca se anticiparon cuatro siglos a las ideas de Adam Smith, llamado el padre de la economía moderna, porque enseñaron exactamente lo mismo que mostrara el libro de este escocés “La riqueza de las Naciones” publicado en 1776.
No se comprende entonces, que la Iglesia deba recurrir a ideologías sospechosas de revulsivas doctrinas jacobinas o marxistas, cuando tiene tal riqueza intelectual en su patrimonio histórico y moral.
LA ESCUELA DE SALAMANCA Y LOS IMPUESTOS.
Es asombroso y causa gran impacto intelectual releer lo que estos dominicos escribieron entre los siglos XIII y XVII (*) sobre temas impositivos. Sobre todo es impactante
comprobar que estas mismas enseñanzas se aplican perfectamente a la situación de pobreza y desmedida presión impositiva que padecemos en nuestro país. Los obispos argentinos podrían encontrar aquí la explicación de las causas que originan nuestra decadencia y el estado de pobreza estructural. Veamos entonces los pensamientos de la “escolástica tardía”.
Pedro Fernández de Navarrete, capellán del rey y canónigo de Santiago de Compostela escribió (1619): “el mayor problema del país es la emigración causada por los altos impuestos necesarios para solventar los gastos del Estado. Por eso la moderación en los gastos es el mejor medio para engrandecer al Reino; sólo el Rey que vive en austeridad no se halla con la necesidad de imponer tributos intolerables a su pueblo.”
Sobre los empleados públicos añadía: “La miseria es causa de que la Corte no sólo está llena de personas de alto rango, sino también de muchos otros de inferior jerarquía que son lacayos, cocheros, moços de silla, aguadores, suplicacioneros, esportilleros y abridores de puertas que viven del Estado y la Corte, chupando como harpías el patrimonio real, mientras que los miserables jornaleros y labradores debían sustentarse con limitado pan de centeno y algunas pobres yerbas que le quitan sus fuerzas vitales”.
Sigue diciendo Navarrete: “Los impuestos que no son razonables, originan la pobreza del pueblo y de ella ha nacido el imposibilitarse muchos de estos trabajadores-vasallos para poder sustentar las cargas de su familia. Pero además temiendo cada día la venida de los cobradores de impuestos, toman por expediente desamparar sus tierras y las convierten en dehesas, devastadas e infértiles, porque sólo es agradable aquella heredad en la cual no se temen los exactores y recaudadores de impuestos.
Navarrete advirtió que “los impuestos crecen y crecen porque el gobierno imprudentemente aumenta los gastos por la excesiva cantidad de cortesanos que debe alimentar y por eso no es suficiente con prohibir y estorbar que la corte se hinche de más gente, sino con limpiarla y purgarla de la mucha gente que al día de hoy tiene”.
Bartolomé de Albornoz, otro dominico fundador de la Universidad de México en su libro El Arte de los Contratos, Valencia (1532) dice: “Los impuestos son por lo común el azote de los pueblos y la pesadilla de los gobiernos. Para aquellos son siempre excesivos para éstos nunca son sobrados ni bastantes”.
Pedro de Navarra (1597) en su libro “de Restituione”: “los impuestos no son razonables cuando el gobierno carece de la potestad necesaria, pero también cuando a algunos se les grava más que a otros y cuando el dinero de los impuestos en lugar de ser utilizado para la utilidad común son destinados a satisfacer el bien particular del gobernante. Si el príncipe emplea los fondos de impuestos para sus intereses particulares, comete un robo grave y la potestad impositiva se convierte en rapiña y confiscación tiránica”.
Hace ya muchos siglos que la Escuela de Salamanca dejó establecida esta máxima que tiene vigencia hoy: “No todo impuesto es justo y no toda evasión fiscal es injusta”.
Pedro de Navarra (1599) sostenía: “cuando la razón por la cual se pone un impuesto ha dejado de existir, por derecho natural los ciudadanos no están obligados a pagarlo. Como decía Tomás de Aquino en Summa contra gentiles: para considerar que un impuesto sea justo debe derivar de la ley natural que todo hombre tiene inscripta en su conciencia, estar en concordancia con las reglas de la razón y la utilidad humana, ser de posible cumplimiento según los recursos de la gente y formulada por el gobernante sin excederse de un límite en sus facultades tributarias. En cambio el impuesto se torna injusto y opresivo cuando el peso de la ley no es igual para todos y concede privilegios a algunos a costa de otros; en tal caso más que leyes son actos de violencia que merecen ser resistidos por las gentes negándose a pagarlos “.
Cuán distintas y valiosas serían las declaraciones de los obispos de la Pastoral social si comprendiesen estas circunstancias y adoptaran las verdades innegables proclamadas por la Escuela de Salamanca de la orden de predicadores.
Entonces no sólo estarían haciendo críticas con propuestas, sino que podrían hacer propuestas razonables basadas en la propia doctrina de la Iglesia.
Hoy la fiscalidad de las empresas que operan en el mercado interno y las corporaciones que actúan en el comercio internacional, termina siendo trasladada íntegramente a las personas físicas, que soportan los impuestos y la inflación. Existen 96 impuestos directos, indirectos del orden nacional, provincial y municipal. Con todos ellos el Estado llega a sustraer el 73 % del valor económico creado por las actividades de las personas físicas.
Si los obispos consiguiesen convencer al gobierno que la pobreza se elimina con educación de alta calidad y rebajando impuestos, para que los pobres que trabajan en negro o en blanco, puedan acumular capital con las rentas generadas por su propio trabajo, habrán brindado el mejor servicio temporal que el Señor les está requiriendo. Cada día que pasa es más angustiante la necesidad de que lo hagan.
(*) Recogemos su testimonio de cuatro extraordinarias investigaciones: una realizada por Alejandro Chafuen “Economía y Ética”, Rialp, Madrid 1991; otra por Joseph Höffner “Estática y dinámica en la ética económica de la escolástica” Wissenschaftliche Forschung Gesellschaft. Nordrhein-Westfalen, 1968; una tercera de Oreste Popescu
“Contribuciones de teoría monetaria en la economía hispánica“ Academia de Cs.Económicas, 1994; y una última por Marjorie Grice-Hutchinson “Early economic thought in Spain 1177 to 1740“ London 1998.
Antonio I. Margariti