La xenofobia enfermiza de Trump
El otrora baluarte del mundo libre está en manos de un xenófobo que contradice todos los valores en su momento estipulados por los Padres Fundadores de esa nación que ha mantenido durante un largo período esos principios de apertura y respeto para con el extranjero. Ahora este megalómano coincide con esperpentos conocidos en otras latitudes como el “vivir con lo nuestro” y otras sandeces de tenor equivalente.
La xenofobia no es solo con respecto a la inmigración y sus declaraciones racistas, Trump agrede comercialmente a Europa, a México, Canadá y China con la pretensión de encerrarse dentro de sus fronteras lo cual es similar a que se establezcan aduanas interiores en cada barrio para “defenderse de la invasión” de productos más baratos y mejores de otros pueblos, un lenguaje militar del todo inapropiado como si se tratara de ejércitos de ocupación. Con estas actitudes se hace muy difícil la convivencia civilizada.
En el contexto xenófobo que impone Trump, nada se gana con reducir impuestos si a la vez se incrementa sideralmente el gasto público. Poco se gana con desregular algunas áreas si simultáneamente se arremete contra el Poder Judicial y el periodismo. Es típico de mente conservadora siempre comparar la situación con gestiones peores de otros mandatarios, lo cual es lo contrario de la actitud de las izquierdas que siempre reclaman más desde sus puntos de vista autoritarios por eso es que son éstos los que corren el eje del debate y marcan la agenda.
La “guerra comercial” iniciada por el actual morador de la Casa Blanca con su peculiar estilo capilar y bravuconadas varias debe poner en alerta a quienes forman parte de los países agredidos por la suba de aranceles a sus productos en el mercado estadounidense. Lo digo en el sentido de tener muy en cuenta que la denominada “reciprocidad” en esa trifulca no es tal. Si el país A impone aranceles a los productos que proceden del país B, este último haría muy mal en agregar también tarifas para los bienes que entran del primer país puesto que de ese modo estará perjudicando doblemente a sus ciudadanos: la primera vez por la contracción en las ventas al país A y la segunda por obligar a sus habitantes a comprar más caro de ese mismo país… vaya reciprocidad.
Otra vez se repite la situación ya anticipada por Adam Smith en el siglo xviii en cuanto al peligro de empresarios metidos en la política. Un empresario eficiente es aquel que revela un talento especial para descubrir cuando los costos están subvaluados en términos de los precios finales y saca partida del arbitraje correspondiente, lo cual para nada significa que conozca un ápice de los fundamentos éticos, jurídicos y económicos de una sociedad abierta.
No parece haber otra salida que reiterar lo dicho anteriormente sobre el tema arancelario. Parece increíble que a estas alturas del siglo xxi seguimos debatiendo si hay que imponer trabas o no al comercio entre países. Todavía se siguen empleando los argumentos más retrógrados, primitivos y cavernarios del mercantilismo que comenzaron a esgrimirse en el siglo xvi al efecto de bloquear transacciones de bienes y servicios a través de las fronteras, como si éstas fueran delimitaciones mágicas que modifican todos los principios de sensatez y cordura.
La base central para derribar las trabas al comercio exterior es que permite el ingreso de mercancías más baratas, de mejor calidad o las dos cosas al mismo tiempo. Es idéntico al fenómeno de incrementos en la productividad: hace menos onerosa las erogaciones por unidad de producto con lo que se liberan recursos humanos y materiales para poder dedicarlos a otros menesteres, lo cual, a su turno, significa estirar la lista de bienes y servicios disponibles que quiere decir mejorar el nivel de vida de los habitantes del país receptor.
Esto mismo es lo que sucedió cada vez que se inventó un procedimiento para mejorar la productividad con lo que, como queda dicho, se liberan recursos humanos y materiales para otros emprendimientos al efecto de satisfacer otras necesidades para lo que el empresario está atento en cuanto a capacitaciones y así lograr sus objetivos de aumentar ganancias. Ese es el progreso. Todo aprovechamiento de los siempre escasos recursos se traduce en aumento de salarios e ingresos en términos reales puesto que ello es consecuencia de las tasas de capitalización.
Si se comienza a preguntar cuales cosas se podrían fabricar como si estuviéramos en Jauja y todos estuvieran satisfechos, quiere decir que no hemos entendido nada de nada sobre economía. Reiteramos, en verdad la cuestión arancelaria no es diferente de los efectos que tendrían lugar si se impusieran aduanas interiores en un país o si un productor de cierto bien en el norte descubre un nuevo procedimiento para producirlo y consecuentemente lo puede vender más barato y mejor, pero en el sur lo bloquean debido a que los de la zona lo fabrican más caro y de peor calidad.
Este es el mensaje de los funcionarios de las aduanas de todas partes: “no vaya usted a traer algo mejor y de menor precio porque perjudicará gravemente a sus congéneres”. En un sentido contrario, este es el significado de los duty free que tanto fascinan a todo el mundo los cuales dejarían de existir si no se interpusieran los aranceles y tampoco viajarían pasajeros con medio mundo a cuestas en proporción a lo cerrado al comercio que sean sus países de origen puesto allí que podrían adquirir lo que necesitan en lugar de acarrear pesadas maletas y esconder productos en los lugares más increíbles del cuerpo para no ser detectados por los antedichos burócratas (por supuesto que los que imponen semejantes legislaciones ingresan mercaderías con pasaportes diplomáticos y otras prebendas).
A juzgar por los voluminosos “tratados de libre comercio” aún no se comprendió que la abolición de aranceles permite ajustar la relación exportación/importación a través del tipo de cambio libre. Al exportar ingresan divisas que se deprecian en relación a la moneda local, lo cual estimula las importaciones que, a su vez, aprecian la divisa extranjera debido a la salida de las mismas, lo cual frena las importaciones y estimula las exportaciones y así sucesivamente. Todo arancel a las importaciones afecta las exportaciones puesto que disminuye las demandas de divisas que es precisamente lo que incentiva las exportaciones y viceversa.
Sin duda que si los gobiernos introducen alquimias monetarias, manipulaciones del tipo de cambio, endeudamientos estatales que hacen las veces de entrada de capitales y se impone dispersión arancelaria se crea un embrollo que perjudica a las partes en las transacciones comerciales y, especialmente, a los consumidores. Este es especialmente el caso del endeudamiento: entran divisas del exterior que no son fruto de las exportaciones por lo que se deprecia el tipo de cambio, lo cual, a su turno, incentiva artificialmente las importaciones que, a su vez, generan desbalances artificiales.
El francés decimonónico Frédéric Bastiat tiene infinidad de escritos en los que se burla del llamado “proteccionismo” que en verdad desprotege a los consumidores y le da cobertura a empresarios ineficientes que viven a costa de los demás. En este contexto, en su época sugería se obligue a tapiar todas las ventanas de las casas al efecto de proteger a los fabricantes de candelas de la “competencia desleal del sol”.
En aquellos tiempos del siglo xvi Montaigne escribió sobre el comercio de modo tal que luego lo dicho se conoció como “el dogma Montaigne” que consistía en la peregrina idea de que en toda transacción la parte que hace entrega de dinero pierde mientas que quien la recibe gana, situación que modernamente se denomina “suma cero” en el contexto de la teoría de los juegos. Pues bien, la miopía de Montaigne y sus seguidores no les permite ver que en toda transacción ambas partes ganan: el que entrega dinero es porque aprecia más el bien o servicio recibido que la suma que entrega a cambio, de lo contrario no hubiera realizado la operación. De aquella falacia deriva la noción la balanza comercial favorable si se exporta más de lo que se importa y la supuesta ventaja de acumular dinero.
En realidad lo ideal para un país sería solamente importar sin exportar nada, es decir arrasar con los bienes y servicios del mundo sin tener que llevar a cabo exportación alguna. Es lo mismo que sucede con cada uno de nosotros: es difícil de imaginar una situación más grata que la de comprar y comprar de todo sin necesidad de vender nada. Lamentablemente nos vemos obligados a vender bienes o servicios para poder adquirir lo que necesitamos, lo mismo ocurre con un conjunto de personas que viven en un país las cuales deben vender al extranjero para poder comprarles o, de lo contrario, deben ingresar capitales al país para poder financiar dichas adquisiciones. Por estas falacias es que Jacques Rueff en The Balance of Payments aconseja que los gobiernos no lleven las estadísticas del comercio exterior ya que constituyen una tentación para intervenir en el mercado que es cuando se suceden los desajustes mencionados.
Es paradójico que se hayan destinado años de investigación para reducir costos de transporte y llegados los bienes a la adunada se anulan esos tremendos esfuerzos a través de la imposición de aranceles, tarifas y cuotas.Kenneth Boulding en su clásico Análisis Económico concluye que “Así pues, un defensor razonable de los aranceles debe demostrar su lógica dispuesto a defender el retorno a los tiempos del caballo y la diligencia”.
En general los defensores de los aranceles son empresarios prebendarios con el apoyo logístico de intelectuales partidarios de esa contradicción en términos denominada “economía cerrada” (como lo es un círculo cuadrado), pero si se compara con los millones de consumidores perjudicados comprobamos lo que puede hacer una minoría decidida.
Vilfredo Pareto escribió que “el privilegio, incluso si debe costar 100 a la masa y no producir más que 50 a los privilegiados, perdiéndose el resto en falsos costes, será en general bien aceptado, puesto que la masa no comprende que está siendo despojada, mientras que los privilegiados se dan perfecta cuenta de las ventajas de las que gozan”.
Hay un dèjá vu en todo este pataleo estadounidense. Del mismo modo que ocurre con las personas, un grupo de ellas conocida como una nación tiene todo que ganar al abrirse al comercio, en este sentido resulta del todo irrelevante si las otras personas y países deciden hacer las del troglodita.
A este cuadro de situación se agregan las crisis en España y en Italia (ahora con Sánchez y Conte a la cabeza) para no decir nada de las lamentables economías de Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia a las que se acoplan las ya destrozadas de Irán y Corea del Norte. Tal vez los signos más alentadores en América latina estén representados por Chile y por las perspectivas electorales en Colombia que afortunadamente van en dirección opuesta a los nubarrones electorales que se avecinan en México (es de esperar que Brasil y Argentina encuentren rumbos adecuados).
En resumen, respecto al tema arancelario, tal como señala Milton Friedman “La libertad de comercio, tanto dentro como fuera de las fronteras, es la mejor manera de que los países pobres puedan promover el bienestar de sus ciudadanos […] Hoy, como siempre, hay mucho apoyo para establecer tarifas denominadas eufemísticamente proteccionistas, una buena etiqueta para una mala causa”.