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jueves 22 de abril de 2004

Bastiat y un ejemplo “de novela” que hace evidente la ridiculez de oponerse al libre comercio

Dado que el proteccionismo vuelve a tener fuerza en nuestro país, sustentado en el modelo de sustitución de importaciones, recomendamos leer el siguiente diálogo, inventado por Federico Bastiat, entre Robinson Crusoe y Viernes acerca del comercio exterior.

Nota del Editor: el texto que reproducimos, que no tiene desperdicios, fue extraído del libro “La Protección Arancelaria” de W. M. Curtis.

Cierto tiempo después, habiéndose encontrado Robinson con Viernes, ambos unieron su trabajo en una tarea común. De mañana cazaban seis horas y traían cuatro cestos de caza. De tarde trabajaban seis horas en el huerto y obtenían cuatro cestos de hortalizas.

Un visitante extranjero

Cierto día llegó a la isla una canoa. Desembarcó de ella un apuesto forastero y fue admitido a la mesa de nuestros dos reclusos. Este forastero probó la producción del huerto, la elogió mucho y antes de despedirse de sus anfitriones habló como sigue:

“Generosos isleños, habito un país donde la caza es mucho más abundante que aquí, pero donde la horticultura es completamente desconocida. Sería fácil traerles todas las tardes cuatro cestos de carne si vosotros me entregaseis a cambio dos cestos de hortalizas”.

Al escuchar estas palabras Robinson y Viernes se retiraron para consultar, y la discusión que tuvo lugar es demasiado interesante como para no consignarla íntegramente:

VIERNES – ¿Qué le parece?

ROBINSON – Si aceptamos la proposición, estamos arruinados.

V – ¿Está seguro? Considerémoslo.

R –El caso es evidente. Aplastada por la competencia, nuestra caza como rama de la industria, quedará aniquilada.

V –¿Pero eso qué importa, si tendremos los venados?

R –¡Teorías! Ya no serán el producto de nuestro trabajo.

V – Perdone, señor, porque para tener los venados tendremos que entregar hortalizas.

R – ¿Qué ganaremos entonces?

V – Los cuatro cestos de carne nos cuestan seis horas de trabajo. El extranjero nos los da a cambio de dos cestos de hortalizas, que solamente nos cuestan tres horas de trabajo. Esto nos deja tres horas libres.

R – Diga, más bien, que esas horas son restadas a nuestros esfuerzos. Ahí está la pérdida. El trabajo es riqueza, y si perdemos la cuarta parte de nuestro tiempo, seremos la cuarta parte menos ricos.

V – Usted está muy equivocado, mi querido amigo. Tendremos la misma cantidad de carne, la misma cantidad de hortalizas, y tres horas de más a nuestra disposición. Esto es progreso, ¿o eso no existe?

R – ¡Usted se pierde en generalidades! ¿Qué haremos con esas tres horas?

V -Haríamos alguna otra cosa.

R – ¡Ah! Comprendo. Usted no puede concretar. Alguna otra cosa, alguna otra cosa, eso es fácil decirlo.

Alternativas

V – Podemos pescar, adornar nuestra cabaña, leer la Biblia.

R – ¡Utopía! ¿Hay alguna certeza de que debamos hacer lo uno o lo otro?

V – Muy bien, si no tenemos ninguna necesidad que satisfacer, podemos descansar. ¿Acaso el descanso no es nada?

R – Pero mientras descansáramos nos moriríamos de hambre.

V – Mi querido amigo, usted se ha metido en un círculo vicioso. Hablo de un repose que no substraiga nada a nuestro abastecimiento de carne y hortalizas. Usted siempre olvida que mediante nuestro comercio exterior, nueve horas de trabajo nos proporcionarán la misma cantidad de provisiones que obtenemos en la actualidad con doce.

R – Es muy evidente, Viernes, que usted no ha sido educado en Europa y que usted nunca ha leído el Moniteur Industriel. Porque entonces habría aprendido que todo ahorro de tiempo es pérdida pura. Lo importante no es comer ni consumir, sino trabajar. De nada sirve lo que consumimos si no es el producto directo de nuestro trabajo. ¿No quiere saber si usted es rico? Nunca considere los goces que obtiene sino el trabajo que debe hacer. Esto es lo que el Moniteur Industriel le enseñaría. En cuanto a mí, no tengo pretensiones de teórico y sólo me preocupa la pérdida de nuestras actividades de caza.

Idea extraña

V – ¡Qué manera de invertir las ideas! Pero…

R – Nada de peros. Además, hay razones políticas para rechazar las ofertas interesadas del pérfido extranjero.

V – ¡Razones políticas!

R – Sí, él sólo nos hace estas ofertas porque son ventajosas para él.

V – Tanto mejor, dado que también son ventajosas para nosotros.

R – Entonces con este tráfico nos colocaríamos en una situación de dependencia con respecto a él.

V – Y él se colocaría en situación de dependencia con respecto a nosotros. Nosotros necesitaremos su carne, él necesitará nuestras hortalizas y todos viviremos en términos de amistad.

R – ¡Sistema! ¿Quiere que le tape la boca?

V – Eso lo veremos. Todavía no he escuchado ninguna buena razón.

R – Supongamos que el extranjero aprende a cultivar un huerto y que su isla resulta ser más fértil que la nuestra. ¿No ve las consecuencias?

V – Sí, nuestras relaciones con el extranjero cesarían. Ya no se llevaría nuestras hortalizas, dado que podría tenerlas en su isla con menos trabajo. Ya no nos traería carne, dado que nada podríamos darle a cambio, y entonces nos encontraríamos precisamente en la situación en que usted nos quiere colocar ahora.

Temores

R – ¡Salvaje imprevisor! Usted no comprende que después de haber aniquilado nuestra caza inundándonos de carne, él aniquilaría nuestros huertos inundándonos de hortalizas.

V – Pero esto sólo duraría mientras estemos en condiciones de darle otra cosa, o sea mientras encontremos otra cosa que producir con economía de trabajo para nosotros mismos.

R – ¡Otra cosa, otra cosa! Usted siempre vuelve a lo mismo. Usted está en la luna, mi estimado amigo Viernes; sus opiniones no tienen sentido práctico.

El debate fue muy prolongado y, tal como sucede a menudo, cada cual siguió aferrado a su propia opinión. Pero como Robinson ejercía gran influencia sobre Viernes, su opinión prevaleció, y cuando llegó el extranjero para conocer la respuesta, Robinson le dijo:

“Mire, extranjero, para inducirnos a aceptar su proposición debe usted darnos dos seguridades: primero, que su isla no tiene mejores existencias de animales de caza que la nuestra, porque queremos pelear con armas iguales solamente. Segundo, que usted pierda en la operación. Porque, tal como sucede en todo intercambio, por fuerza hay una parte que gana y otra parte que pierde, y nosotros seríamos tontos si usted no perdiera. ¿Qué me dice?”.

“Nada”, respondió el extranjero, y echándose a reír volvió a subir a su canoa.




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