Image Image Image Image Image Image Image Image Image Image
Scroll to top

Top

jueves 13 de mayo de 2004

Un nuevo dislate educativo en la provincia de Buenos Aires

Los nuevos cambios curriculares dentro del área de Historia en el Polimodal esconden un profundo desprecio por el conocimiento y una ideología política que rechaza la posibilidad de integrarnos al mundo y nos condena al encierro.

La provincia de Buenos Aires acaba de dar a conocer cambios en el diseño curricular del Polimodal. Uno quiere creer que las decisiones adoptadas son fruto de un intenso trabajo de revisión, discusión y puesta en marcha, y que están destinadas al mejoramiento de la calidad educativa, cuya pobreza actual salta a la vista. Eso es lo que uno quisiera creer, porque en realidad algunas de los cambios adoptados son verdaderamente increíbles.

Voy a referirme al dislate educativo y pedagógico de suplantar el espacio curricular Historia Mundial por Historia Argentina y Latinoamericana en todas las modalidades del ciclo. La medida tiene un carácter claramente político que corre en paralelo con una ideología prevaleciente en un gobierno que insiste en convencer a la sociedad argentina de que somos víctimas eternas de complots internacionales, y de que es mejor “vivir con lo nuestro”. El evidente propósito adoctrinador de esta grosería pedagógica no merece demasiado análisis: imponer el latinoamericanismo, rechazar el universalismo.

Lo que asusta, en realidad, es la visión estrecha, maniquea, chauvinista e intelectualmente pobre que subyace en la mencionada decisión. Un paso más en la creciente tendencia a nivelar para abajo que caracteriza al ciclo Polimodal desde su creación.

Para tomar tal decisión, quienes manejan los hilos de la política educativa y quienes revisan los planes en la Dirección de Escuelas debieron hacerse la pregunta: “¿Para qué sirve Historia Mundial?” (y si no se la hicieron, mejor ni pensar). Es obvio que llegaron a la conclusión de que “no sirve”. Porque, vale aclarar, uno de los ejes intelectuales de la política de quienes tienen a su cargo estas cosas en La Plata es la utilidad del conocimiento, no el conocimiento mismo.

¿Qué nos importan la revolución industrial en Inglaterra y sus efectos sociales en dicho país y en Europa a comienzos del siglo XIX? ¿Para qué estudiar los movimientos sociales en el continente europeo o la propia Revolución Francesa? ¿Acaso nos interesa en algo la Guerra Fría? El surgimiento de la cooperación internacional y el desarrollo de los organismos internacionales, ¿son de utilidad alguna para nuestros alumnos, a quienes debemos concienciar sobre el MERCOSUR?

Cuando el mundo marcha hacia la integración económica, política y cultural, alguien (o algunos) ha creído conveniente negar la globalización y encerrar a la Argentina fronteras adentro, mentalmente hablando. A la ya preocupante incapacidad creciente de nuestros egresados de comprender textos, abstraer y concluir en ciencias sociales, escribir siguiendo un orden lógico de argumentación, y otros males, la provincia ha logrado agregarle el provincianismo intelectual. Somos argentinos y latinoamericanos, nada más.

Siendo director de Polimodal de un prestigioso colegio de la zona de Olivos, me tocó la dura tarea de negociar el Plan Bilingüe de dicha institución con las autoridades en La Plata, experiencia digna de una novela de Kafka con elementos de ciencia ficción al mejor estilo Bradbury o Sturgeon. Nuestro interlocutor, uno de los Consejeros integrantes del Consejo General, organismo que aprueba planes especiales, era un hueso duro de roer en sus convicciones político-partidarias.

Cuando tratamos de explicar que nuestro plan tenía más espacios curriculares que los diez oficiales en cada año porque preparaba para los ingresos universitarios, el consejero nos sacudió con una dosis de sinceridad pasmosa: “A nosotros la universidad no nos interesa”, descerrajó a quemarropa y sin anestesia. Y agregó, con intenciones de knock-out: “El chico tiene que salir con un título que le permita encontrar empleo rápidamente”.

Frente a esta muestra cabal de cuál es la concepción de educación que prima entre quienes toman las decisiones en este ámbito en provincia, las instituciones educativas que hacen de la calidad académica su misión principal, están inermes. La obsesión igualitarista de la reforma educativa no tiene nada de sarmientina; todo lo contrario, es autoritaria porque quiere uniformidad en la forma y en el fondo de los planes educativos que cada institución puede y debe ofrecer.

Pese a estar consagrados en la Ley Federal de Educación, la provincia no aprueba planes especiales porque, supuestamente, sería legitimar una suerte caos educacional permitiendo que existan tantos planes como escuelas haya para presentarlos. Esto haría imposible establecer regímenes de equivalencias y regular el cambio de un alumno de una institución a otra.

La verdad es más seria que eso. La verdad es que las autoridades de la provincia tienen prejuicios ideológicos claros contra la posibilidad de que existan ventajas comparativas cualitativas para alumnos de determinadas escuelas. Si la educación que recibe la mayoría tiene nivel x, ese debe ser el nivel para todos. Los resultados prácticos de esta filosofía están a la vista en el nivel que ocupan nuestros egresados en las estadísticas mundiales en cuanto a lengua y matemática, por ejemplo, o en los fracasos masivos de los ingresos universitarios.

Cuando tratábamos de defender frente al consejero la existencia de espacios curriculares optativos de Arte y Música, recibimos la siguiente reprimenda: “¿Qué tiene que hacer un alumno de la modalidad Ciencias Naturales estudiando Música? Denle más Biología”. Frente a esta barbaridad intelectual y pedagógica, ¿qué más se puede agregar? Navegábamos, sin dudas, en dos universos filosóficos paralelos, y las paralelas, se sabe, no se tocan sino en el infinito. La ironía de esta historia es que cuatro alumnos de 3er año del colegio, integraban la banda musical tocando guitarras y teclados. Algo inconcebible para el modo de pensar de nuestro amable consejero, fiel ejecutor de una ideología que propugna la ingeniería social.

Pues bien, parece que es posible negar la historia mundial. Si no la enseñamos, no existe. Si no existe, nuestros alumnos podrán ocuparse sólo en lo que importa, “lo nuestro” (con una concepción francamente autoritaria de lo nuestro, como lo antagónico a “lo de otros”).

Nuestros alumnos, entretanto, seguirán a pura pérdida rodando cuesta abajo en lo que ha sido, desde su implementación efectiva, el mayor fracaso educativo en la historia del país. Perderán la visión macro de un mundo que se integra cada vez más, pues como dice Pierre Vilar, la Historia nos permite entender el pasado para conocer el presente. Generaciones de jóvenes ignorarán las raíces del pensamiento moderno, de las instituciones económicas y políticas, y de los procesos de desarrollo de las sociedades precedentes, de las cuales son herederos directos, así como hoy ignoran la geografía básica, física y humana, del mundo que los rodea.

Les costará entender, por ejemplo, que las Naciones Unidas representan la voluntad de conformar espacios de consenso internacional y la aspiración kantiana de paz perpetua presentes desde Westfalia, y que sus problemas actuales tienen reminiscencias de los mismos problemas que condicionaron y, eventualmente minaron, a su organización madre, la Liga de las Naciones.

Entenderán, si pueden, apenas superficialmente el rol de las dictaduras latinoamericanas en la política de contención del comunismo, porque, con suerte, tendrán una pálida idea, surgida de algún comentario probablemente prejuicioso, de lo que fueron la Guerra Fría, la Doctrina Truman, el Plan Marshall, el Containment, o la crisis de los misiles cubanos.

Marx y Engels serán un compendio ideologizado resumido en veinte minutos, para poder comprender las revoluciones latinoamericanas. Por ello, jamás entenderán que no existe “el comunismo” sino distintas formas históricas de experiencia colectivista. Y, por supuesto, estarán muy lejos de poder analizar por qué cayeron la URSS y el comunismo europeo oriental y por qué persiste en China.

Ni qué decir de los totalitarismos europeos, que para el caso serán todos lo mismo: fascismo italiano, nazismo, franquismo. Camisas negras y paso de ganso, holocausto, tiranía y guerra mundial, nada más. Pero nada de corporativismo, porque, se sabe, podría ser comparado con alguna experiencia histórica nativa de mitad de siglo pasado.

La desaparición de historia mundial pone en manos de la educación en el aula un instrumento invalorable de adoctrinamiento. La historia mundial de los siglos XVIII a XX, columna vertebral de nuestra civilización actual, será lo que el docente quiera en función de las necesidades de historia local y regional. Y cualquier barbaridad que a éste o ésta se le ocurra decir, no tendrá que probarla. Así, si quiere, será fácil demostrar la teoría del complot tan cara a muchos de nuestros docentes jóvenes y tan pobre intelectual y científicamente.

Sería bueno conocer los argumentos pedagógicos y filosóficos que justifican este nuevo dislate. De seguro, nos seguirán iluminando sobre qué concepto de ciencia histórica y qué concepto de educación prima en la provincia. Pero hay algo que es innegable: nuestro chicos continúan desprotegidos intelectualmente.

La educación Polimodal en provincia de Buenos Aires, sin duda, está más cerca de las alpargatas que de los libros. © www.economiaparatodos.com.ar



Gonzalo Villarruel es historiador y ex director de Polimodal.




Se autoriza la reproducción y difusión de todos los artículos siempre y cuando se cite la fuente de los mismos: Economía Para Todos (www.economiaparatodos.com.ar)