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jueves 26 de agosto de 2004

Los buenos, los malos y una película de terror

La terrible confusión que reina en la Argentina en el campo de las ideas convirtió al liberalismo en un demonio y al progresismo populista en el ángel protector de la Nación. Esperemos que pronto se caigan las máscaras y la gente comience a ver las cosas como realmente son.

La confusión que hoy existe en la Argentina sobre las ideas me hace acordar a esas películas de terror en que la víctima cree que el malo es el bueno y desconfía del bueno pensando que es el malo. En estas películas de terror, cuando tienen un final feliz, el bueno de verdad termina salvando a la víctima del malo de verdad, pero antes la víctima tiene que pasar las de Caín.

En esta Argentina de hoy en día, que es de terror, ¿quién aparece como el falso malo y quién como el falso bueno? El falso malo es el liberalismo y el falso bueno es el populismo progresista.

En la confusa Argentina en que hoy vivimos, el liberalismo aparece como el responsable de todos los males. Por ejemplo, el liberalismo es el culpable de la corrupción y los progres populistas son los castos políticos que vienen a salvar a la población de los corruptos liberales.

¿Cuál es la verdad? Que el liberalismo tiene como principio la existencia de un gobierno limitado que no puede hacer lo que se le da la gana con los ingresos y patrimonios de la gente. El liberalismo, desconfiando del monopolio de la fuerza que tiene el Estado, quiere ponerle un límite a los gobernantes para que, por ejemplo, al usar ese monopolio de la fuerza, no tengan la posibilidad de crear ricos de la noche a la mañana mediante una simple resolución administrativa. El liberalismo pretende que las utilidades de los empresarios provengan de ganarse el favor del consumidor. Compitiendo, invirtiendo y produciendo bienes y servicios a precios y calidades que respondan a las demandas de los consumidores. El liberalismo pretende que el empresario sólo pueda progresar si hace progresar al consumidor.

Los progres populistas, por el contrario, usan el monopolio de la fuerza para violar el derecho de la gente a la libertad de elegir y otorgan beneficios de todo tipo a empresarios que, en realidad, son cortesanos del poder. Así, los burócratas colman de favores a esos empresarios prebendarios y les ayudan a amasar fortunas gracias al despojo que le hacen a los consumidores. Bajo el progresismo populista, el empresario progresa a costa del consumidor.

Pero como justamente esas fortunas provienen de decisiones administrativas de los progres populistas, queda margen para “comprar” el favor del funcionario de turno. Total, si gano tanta plata y tan fácilmente, ¿qué me cuesta compartir una parte del botín con el funcionario de turno para que me permita expoliar al consumidor?

La corrupción aparece cuando las políticas progresistas y populistas le permiten a los funcionarios de turno decidir sobre la vida y la fortuna de las personas, porque ese poder le otorga a los políticos la posibilidad de vender favores a determinados sectores bajo la apariencia de políticas nacionales y populares.

El liberalismo aparece en esta Argentina de terror como el culpable de la pobreza. Sin embargo, el liberalismo lucha por establecer en el país reglas de juego eficientes y estables en el tiempo (orden jurídico) para que los empresarios inviertan, de manera tal que contraten personal, baje la desocupación y crezca el salario real gracias al aumento de la productividad de la economía. El liberalismo pretende que la gente pueda llevar el pan de cada día a su casa gracias al fruto de su trabajo. El liberalismo quiere que la gente viva con la dignidad de su labor.

Los progre populistas, en cambio, aparecen como los falsos buenos que reparten planes sociales, casas y subsidios, entre otras dádivas. Hacen esto porque pretenden que, para subsistir, la gente dependa siempre del político progre. ¿Qué dicen los progres? “Ojo, que si vienen los liberales pierden todos estos “beneficios” que nosotros les damos”. Por supuesto que los van a perder, porque el liberalismo les otorgará a cambio de esos mendrugos, la posibilidad de comprarse su casa, educación, salud y bienestar gracias al fruto de su trabajo, gracias a que el desarrollo les permita tener un salario lo suficientemente elevado como para no depender de ningún político para comer, vestirse y tener un techo digno. El liberalismo hace que la gente viva con dignidad. Los progres populistas hacen que la gente tenga que humillarse ante un funcionario para poder comer y tener una vivienda miserable.

A los progres populistas les conviene la pobreza porque les permite controlar el poder gracias a las dádivas que reparten. Compran poder humillando a la gente. Haciéndola depender de ellos permanentemente. Pero mientras reparten dádivas haciéndose los buenos, por detrás acuerdan con corruptos empresarios cómo se van a repartir los beneficios de la próxima protección arancelaria, desgravación impositiva o crédito subsidiado. Mientras la gente implora por las migajas que les tiran los progres, ellos amasan fortunas gracias a la corrupción que genera el hecho de no estar subordinados a un orden jurídico.

Para los progres populistas la pobreza de la gente constituye su negocio. Sin pobreza no se justificarían los miles de millones de pesos que manejan bajo el nombre de planes sociales. Miles de millones de pesos que manejan a su antojo, lo que les permite controlar el poder y engrosar sus cuentas personales.

El liberalismo es el falso malo que genera concentración de riqueza, concentración que, supuestamente, vienen a combatir los progres. La realidad es que la riqueza se concentra cuando no hay competencia y los cortesanos del poder logran utilidades extraordinarias gracias al reparto arbitrario de ingresos que hacen los progres populistas. Son las políticas progresistas y populistas las que generan la concentración de la riqueza en unos pocos, contándose entre esos pocos los progres que están en el poder. Son ellos los que venden “favores” a unos pocos y en detrimento de la inmensa mayoría de la población. Son ellos los que forman parte del selecto grupo que concentra la riqueza lucrando con el monopolio de la fuerza que le otorgaron los ciudadanos. Abusan descaradamente del poder en beneficio propio, haciendo de la corrupción su negocio predilecto.

Buena parte de las población argentina está viviendo las de Caín porque, al igual que en las películas de terror, ha confundido a los malos con los buenos. La gente cree que los progres populistas vienen en su ayuda, cuando en realidad se están riendo a carcajadas de la confusión de la gente, mientras la sumergen en la indignidad de ir a revolver los tachos de basura en busca de cartones, depender de un corrupto puntero para recibir unos miserables $150 a cambio de ir a una marcha en la que no sabe por qué va a protestar, conformarse con un empleo público sin tener la satisfacción personal de hacer algo útil en su vida o tener trabajo por unos pocos pesos y sin porvenir ante la falta de inversiones que requieran de mano de obra.

La Argentina está viviendo una película de terror en la que, todavía, muchos creen que los malos son los buenos. La gente está sufriendo las consecuencias de esa terrible confusión, pagando con su misma dignidad el error que está cometiendo.

Tengo la esperanza de que, al igual que en las películas de terror, pronto llegue el momento en que el verdadero malo quede desenmascarado ante la población y tenga que pagar los costos del brutal desprecio que tiene por la gente.

En ese momento, que Dios quiera que llegue lo antes posible, el liberalismo tendrá la dura tarea de volver a poner de pie a la gente que hoy tiene que arrastrarse ante el malo pensando que es el bueno.

En ese momento, el liberalismo tendrá que devolverle a la gente la dignidad de vivir de su trabajo y en verdadera libertad, liberándola de la opresión que constituye el progresismo populista. © www.economiaparatodos.com.ar




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