Francamente, leer los diarios todos los días puede transformarse en una tarea insalubre si uno se toma muy a pecho lo que sale publicado. Es que el grado de cinismo con que se maneja buena parte de la dirigencia política argentina llega realmente a límites insospechados. Veamos algunos ejemplos.
Los populistas progres se la pasan hablando de democracia y respeto a las instituciones, sin embargo, todos miran para el costado cuando se trata de analizar la forma en que Fernando De la Rúa fue volteado del poder, con un golpe de Estado “fantasma” que llevó a la muerte a más de 30 personas. ¿Quién termina siendo investigado? De la Rúa por haber ordenado restablecer el orden público, mientras que los que armaron los saqueos y disturbios para voltearlo aparecen como los grandes demócratas.
Segundo ejemplo de cinismo. Eduardo Duhalde acaba de salir con los tapones de punta contra Estados Unidos por los subsidios que otorga a la producción agrícola. El ex presidente dice que es imposible una integración económica mientras Estados Unidos mantenga ese castigo para los productores argentinos. Lo irónico es que fue Duhalde el que restableció las retenciones a las exportaciones agrícolas que castigan al productor local. Lo insólito es que pretende aparecer como defensor de los productores locales siendo su gobierno el que los castigó con ese impuesto.
Tercer ejemplo. Mientras Kirchner insiste con el tema de los derechos humanos, manifiesta su simpatía por Fidel Castro, que es uno de los dictadores más sanguinarios que todavía subsisten en el mundo. Toda una contradicción en términos. Pero no conforme con eso, recibe con grandes honores al presidente de China, país que masacró a miles de personas por pedir libertad de expresión y democracia. ¿Cómo es esta historia, señor presidente? ¿Si los chinos pueden ayudarlo a hacer algún negocio usted negocia con ellos olvidándose de los principios que juró no dejar en la puerta de la Casa Rosada? Si usted negocia con un régimen autoritario que desprecia los derechos humanos, quiere decir que la plata vale más que sus principios. Me parece, señor presidente, que debería salir a la puerta de la Casa Rosada a ver si no se le cayó algún principio del bolsillo, porque sino no se entiende que reciba con honores al representante de un régimen totalitario sólo para que los diarios publiquen en sus tapas que los chinos podrían invertir 20.000 millones de dólares.
Cuarto ejemplo. Los detractores de la década del 90 se la pasan hablando de transparencia e institucionalidad, pero, esos mismos detractores son los que piden y aprueban los superpoderes para que el Ejecutivo pueda gastar como le plazca 77.000 millones de pesos. Es como si el Congreso le hubiera dado un cheque en blanco al Ejecutivo para que gaste y que, en todo caso, en el 2006, rinda cuentas acerca de en qué los gastó. ¿Alguien podría explicarme qué diferencia hay entre los gobiernos militares que cerraban el Congreso y esta parodia de democracia donde los legisladores siguen cobrando su sueldo pero no cumplen con sus obligaciones, de manera que el Congreso realmente no existe en la práctica?
Terminemos con la pavada. Reconozcamos que en la Argentina tenemos gobiernos de fuerza y no una verdadera democracia. Si el Congreso aprueba cualquier cosa que le manda el Ejecutivo porque le tienen miedo al jefe; si la Corte, según Duhalde, tiene que acompañar políticamente al Ejecutivo porque de lo contrario es imposible gobernar; y si el que gobierna, en caso de que llegue a retobarse contra la mafia, termina siendo volteado, no con tanques, sino con hordas que salen a la calle para crear el ambiente necesario para hacerlo renunciar, reconozcamos que en la Argentina la democracia y la república brillan por su ausencia.
Pero lo más grave es ver la indiferencia con que la gente observa las contradicciones anteriores y los atropellos institucionales que vive el país. El cinismo que más me preocupa no es sólo el de una buena parte de la dirigencia política, sino el de la gente común que acepta cualquier barbaridad porque tiene algún peso más en el bolsillo.
Si la gente comparara su situación personal, no contra el caos del 2002, sino contra décadas anteriores, podría advertir la constante decadencia en que estamos sumergidos.
Aceptar sin más esta ausencia de moralidad pública porque estamos mejor que a principios de 2002, es comprar todos los billetes ganadores de la próxima desilusión. © www.economiaparatodos.com.ar |