La traumática salida de la convertibilidad significó mucho más que el fin de una década marcada por el dólar barato, ya que modificó por completo el escenario económico argentino. De tener altos salarios en dólares y cierta estabilidad de precios, el país pasó a remuneraciones licuadas por la inflación y a un esquema de peso devaluado para ganar competitividad. En este “nuevo modelo” impulsado desde la llegada a la presidencia de Eduardo Duhalde, y refrendado por Néstor Kirchner, conviven dos variables aparentemente imposibles de congeniar: el tipo de cambio elevado y salarios reales altos. De tener que “sacrificar” una de ellas, ¿hay que bajar el dólar o esperar que la dinámica de la economía induzca al aumento de sueldos?
La estrategia implementada por el Gobierno, a través de la política cambiaria del Banco Central (BCRA), es la de adquirir la mayor cantidad de dólares en el mercado para que la paridad con el peso no caiga. Es más, el organismo comandado por Martín Redrado incrementó significativamente su intervención en la plaza para que el tipo de cambio se encauce en torno a los 3 pesos por dólar.
¿Para qué esta paridad? Según los economistas afines a la política oficial, este valor del dólar da previsibilidad a la actividad productiva y fomenta un modelo apoyado en las exportaciones y la sustitución de importaciones. Uno de ellos, Eduardo Curia (asesor del ministro de Planificación, Julio De Vido), sostiene que el tipo de cambio alto es el factor principal que permite alinear al resto de las variables detrás del modelo exportador. Además, la apreciación del peso haría caer los ingresos que embolsa el fisco mediante las retenciones a las exportaciones, y esto afectaría al superávit fiscal primario necesario para pagar deuda. Tan sólo en 2005, el ahorro consolidado (Nación más provincias) llegará al 3,9% del PBI, según el presupuesto. Con todo, el país debe asegurarse fondos equivalentes a 2% del PBI durante décadas para cancelar vencimientos.
Además, el dólar más barato, según argumentan quienes concuerdan con la actual paridad, afectaría a la balanza comercial. Sin embargo, si se analiza el resultado de las ventas al exterior de Argentina, se comprueba que el país está lejos de haberse convertido en una nación exportadora. Es cierto que el saldo ha aumentado, pero ese incremento se explica por los mayores precios de los bienes vendidos y no por la cantidad despachada.
También se relaciona al tipo de cambio con la competitividad de la economía. “Es sabido que (el valor del dólar) sólo es uno de los factores que inciden en la competitividad con aspectos tales como el costo financiero o la calidad de la inversión”, dijo el director del Centro de Estudios en Finanzas de la Universidad Torcuato Di Tella, Eduardo Levy Yeyati, en una columna publicada en el diario El Cronista.
En la actualidad, la Argentina ha logrado ser más competitiva gracias a –entre otros factores- salarios reales bajos. Sin embargo, el sector empresario ve con preocupación a China -paga sueldos (medidos en dólares) muy inferiores a los de Argentina-, que luego de haber obtenido el status de economía de mercado podría aumentar sus ventas al país. Tampoco es sencillo, a pesar de la megadevaluación local, competir con los productos brasileños que “invaden” el mercado nacional. El debate acerca de cómo un país logra sacar ventajas en el comercio exterior continúa latente, mientras que algunos sectores ya piden (por lo bajo) que la divisa estadounidense cueste 3,30 pesos.
¿Cómo afecta el valor del dólar a los salarios? Desde la devaluación, el ingreso real del trabajador disminuyó producto de la inflación. Si bien hubo aumento de sueldos, éstos aún no alcanzaron los niveles precrisis. Algunos ejemplos. En base a datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC), el salario público promedio está 28% por debajo al percibido en 2001, mientras que las jubilaciones se encuentran rezagadas un 20% contra el mismo año. Los sueldos en blanco del sector privado, según calcula el organismo, han recuperado gran parte de la pérdida producida por la inflación, aunque los más perjudicados fueron los empleados informales (52% de los trabajadores del sector privado) que vieron caer su poder adquisitivo en 27%. Es más, el 48,5% de los trabajadores en relación de dependencia (públicos y privados) están “en negro”. Si bien se crearon 300 mil nuevos empleos registrados en el último año (con un sueldo promedio de bolsillo de 890 pesos mensuales), los 180 mil trabajos “en negro” surgidos durante el mismo período cobran 336 pesos por mes.
“Es necesario asumir que la contrapartida de un tipo de cambio muy alto son salarios muy bajos. Esto se refleja tanto en un crecimiento de los salarios por debajo de los precios como por la masiva apelación a contratar por fuera de la legislación. En este marco, las intervenciones tradicionales, como aumentar salarios por decreto o combatir el empleo ‘en negro’ con más fiscalización, tienen impactos acotados”, señala un reciente informe del Instituto para el Desarrollo Social Argentino (IDESA).
El panorama descripto explica –aunque sea en parte- el porqué de la ebullición del conflicto salarial. La pugna por mayores ingresos se enmarca en un escenario de crecimiento económico: después de caer más del 20% desde el inicio de la recesión hasta 2002, se produjo el rebote de 2003 (8,7%), mientras se pronostica un alza del 8% (o más) para este año, y un piso de 6% para 2005. También ha bajado el índice de desocupación al 14,8% (aunque si se contara a los beneficiarios del Plan Jefes como no ocupados, la tasa se ubicaría en torno al 19%). Sin embargo, la contracara se manifiesta en los índices de pobreza e indigencia que siguen siendo altísimos en la Argentina. Por ejemplo, en la actualidad, para no ser pobre hay que percibir 735 pesos mensuales por familia tipo (padre, madre y dos hijos menores), mientras que la línea de indigencia (está delimitada por la capacidad de obtener sólo alimentos) se encuentra en 334 pesos.
Por todo esto, y con las variables macroeconómicas más o menos aseguradas en el corto plazo, la discusión sobre cómo aumentar el consumo interno y, de esa forma integrar al mercado parte de la población excluida, se torna difícil de esquivar. Por eso, la disputa entre quienes desean que la divisa norteamericana se mantenga en niveles elevados y los que auspician una revaluación del peso se intensificó.
“La obsesión por un dólar alto, al igual que la nostalgia por el dólar bajo, parece a estas alturas un resabio anacrónico de un pasado que no terminamos de dejar atrás. Una apreciación gradual del peso debería ser saludada como una bienvenida muestra de confianza, y una oportunidad para generar competitividad duradera”, asegura Levy Yeyati. © www.economiaparatodos.com.ar
Leandro Gabin es periodista egresado de TEA y actualmente se encuentra cursando un Posgrado en Periodismo Económico en la Universidad de Buenos Aires. |