En las últimas semanas nos hemos visto frente a otro ataque invasor de las autoridades sobre la propiedad privada. Con la excusa de recaudar impuestos impagos en la provincia de Buenos Aires, el ente recaudador provincial salió con la “brillante” idea de abrir las cajas de seguridad de los contribuyentes morosos. Nuevamente la violación a los derechos de propiedad parece ser el mejor remedio que se lo ocurre a las autoridades. Como ocurriera en 2001 con el corralito, hoy nos proponen un poco más de inseguridad jurídica. Parecería que no se dan cuenta quienes proponen y defienden dichas medidas que el mal que se hace es mucho mayor que el bien que se persigue.
El sólo hecho de mencionar la posibilidad de abrir las cajas de seguridad no sólo pone en estado de indefensión a todos los que pagan sus impuestos y tienen cajas de seguridad, sino que crea más inestabilidad en el sistema bancario y, sobre todo, incertidumbre en probables inversiones futuras. Cuando el gobierno en la búsqueda de sus fines avasalla los derechos de propiedad, en realidad pone en peligro los cimientos mismos del sistema republicano. Estas líneas no pretenden defender a los evasores, sino que lo que se busca es defender los derechos de todos los habitantes de la Nación y mostrar a las autoridades que para bajar la evasión es necesario que los impuestos sean menos opresivos y que, principalmente, se aprecie su utilidad para la sociedad en su conjunto y no que sean tomados como un botín de guerra para beneficio de los políticos y sus allegados.
Es interesante, por este motivo, ver cuál era la concepción que tenían los griegos con respecto al sistema tributario. Hemos aprendido en las clases de historia de la escuela que la civilización griega fue la que fundó las bases de la cultura occidental con sus inestimables aportes. Casi todo el conocimiento del que hoy nos valemos tiene sus orígenes en la Grecia clásica. Medicina, astronomía, matemática, filosofía, arquitectura y arte, entre otras, fueron las disciplinas en las que los griegos nos dejaron su legado. Pero es sin duda su capacidad de construir una sociedad libre su más importante contribución para Occidente.
Su fundamento para el desarrollo de este tipo de sociedad fue el respeto de la propiedad privada. Para los griegos la tiranía era una consecuencia directa del sistema impositivo. Si la libertad tenía que ser preservada, entonces había que evitar un sistema tributario tiránico. Para ellos, los impuestos indirectos eran los más apropiados. Estos tenían su justificación en que eran necesarios para mantener un gobierno que administrara los bienes comunes que permitieran el desarrollo natural de la sociedad.
Cuando en determinadas circunstancias, como ser el caso de una guerra (algo muy común en aquella época), se implementaba algún tipo de impuesto directo (el más odiado por la sociedad ateniense), ni bien el conflicto terminaba el impuesto era suprimido, y si por caso la guerra había generado alguna ganancia económica, entonces la misma era utilizada para rembolsar el impuesto.
No era este el mismo comportamiento que tenían hacia los territorios conquistados. Generalmente estos sufrían una presión tributaria mucho mayor. De alguna manera ellos identificaban el impuesto con el hurto y, por lo tanto, tenían bien claro la diferencia del sistema tributario hacia adentro y hacia fuera. El abuso de este doble discurso fue el que les hizo perder aliados en la Guerra del Peloponeso contra Esparta. La Liga de Delos con la que Atenas enfrentó a Esparta era más una unión compulsiva de ciudades-estado dominadas por los atenienses que un conjunto de ciudades unidas para defenderse de un enemigo común. Historiadores como Charles Adams, sostienen que en realidad la derrota de la Liga de Delos se debe más al deseo de las ciudades de la liga de liberarse de la pesada carga tributaria de los atenienses que a la superioridad militar de los espartanos.
Tenemos en este caso histórico dos enseñanzas concretas. La primera de ellas es que los impuestos deben servir solamente para cubrir las necesidades básicas del gobierno. En consecuencia, si el gobierno se dedica sólo a brindar los servicios necesarios para que una sociedad se pueda desarrollar libremente, estos tributos no deberían ser altos. Por ende, si los tributos no son altos, el “premio” por evadir es menor. La segunda enseñanza es que los atenienses veían a los impuestos directos y elevados como sinónimo de tiranía y violación a los derechos de propiedad, por ello no los aplicaban en su territorio, salvo en casos excepcionales, pero sí lo hacían con sus enemigos en los territorios conquistados.
La demagogia del gobierno lleva a decir que aquellos que no pagan sus impuestos perjudican a los sectores más pobres de la sociedad. Esta falacia tiene por objetivo ocultar la verdad de las cosas, es decir, que los que perjudican a la Nación en su conjunto son los distintos gobiernos de turno que con impuestos altos producen verdaderas calamidades económicas como ser: primero, violan los derechos de propiedad de las personas y con ello su libertad; segundo, desalientan la inversión productiva, ya que con tal elevada carga tributaria es muy difícil ser competitivo; tercero, los altos impuestos tienen una incidencia mayor sobre quienes menos ganan; y cuarto, pero no menos importante, todos los puntos mencionados anteriormente atentan directamente contra el desarrollo de múltiples actividades económicas que darían mayores oportunidades para todos, pero sobre todo para los más necesitados. Obviamente, que con ciudadanos más prósperos y más libres se acabaría el negocio del clientelismo político.
Por esto sostengo que la mejor manera de castigar a los evasores es bajar los impuestos, ya que al hacer esto disminuye el “premio” por evadir. © www.economiaparatodos.com.ar
Alejandro Gómez es profesor de Historia. |