Las fiestas de fin de año han encontrado a los argentinos envueltos en una marea de consumo que se reflejó en cuanto centro de compras uno analizara. Algunos de esos complejos abrieron sus puertas las vísperas de la Nochebuena hasta las 4 de la madrugada y mucha gente permaneció en ellos hasta las 6.
Los pasajes a cuanto lugar de vacaciones uno quiera mencionar están agotados desde hace días y las reuniones de fin de año se han multiplicado por decenas si uno las compara con los últimos tiempos.
La Argentina ha figurado entre los 12 países más optimistas del mundo en un estudio internacional reciente que consultó a líderes de opinión sobre las perspectivas del futuro cercano. Incluso el New York Times acaba de comentar la recuperación de los números económicos, lograda aun contradiciendo las recomendaciones externas que ha recibido el país. Es, para algunos, como haber tocado el cielo con las manos: por fin la Argentina podría demostrar que el Universo está equivocado y solo ella tiene la razón.
Sin embargo, nadie puede atar este estado mental de algarabía a una sola idea perdurable. Son muchos los que confiesan la incidencia de la suerte en el presente estado de cosas. La situación financiera internacional con bajas tasas de interés, la caída del dólar y la suba de los precios de los commodities que la Argentina vende se han combinado de manera mágica, y ya suficientemente comentada, como para producir esta sensación de alivio.
El canje de la deuda parece abrirse camino entre tumbos y papelones y los mercados van cerrando el año con records de cotizaciones por los balances de las empresas.
Por otro lado, las pujas salariales también se han incrementado y, en muchos casos, han tomado las formas de la violencia y la extorsión. Medio país sigue viviendo al margen de la ley, en la economía informal, y un número coincidente se debate en la pobreza.
La inversión privada sigue contándose por gotas. La situación de las empresas de servicios parece estar en un limbo jurídico y las demás tienen la típica actitud de esperar y ver. Ningún empresario de aquellos con los que uno conversa se anima a diseñar un horizonte que supere los seis meses.
¿Cuál sería la situación social si las condiciones internacionales fueran otras? ¿Qué hemos hecho para prevenir un cambio súbito de esas condiciones?
Las respuestas a estos interrogantes comienzan a virar la visión del optimismo hacia la inconciencia. La ceguera del corto plazo nos ha llevado a tirar serpentinas al aire, pero la proyección del perfil argentino nos hace parecer más a un imprevisor o a alguien que tiene los días contados y está dispuesto a tirar sus últimos cartuchos en una orgía impensada de dispendio.
El modelo que, con esfuerzo, uno puede percibir flota en la mente del presidente Kirchner es francamente demoledor en cuanto a los auspicios de un país afluente y relajado por su holgura. Si una definición puede darse de ese perfil diríamos que es políticamente de los 70 y económicamente de los 40. Esto es, una especie de revolucionismo dialéctico, constructor de una nomenclatura gobernante rica y diferenciada que desde su comisariato mantiene a la población sumida en el disfrute de migajas y en el sigilo de expresarse libremente frente al miedo. En lo económico, un país chico, encerrado, forjador de una burguesía cercana al poder, sin capacidad de competir, defendiendo intereses sectoriales y sometiendo a la población a la antigüedad, la baratura de calidad y el monopolio de los precios.
¿Cuáles serían entonces los justificativos del optimismo? Este perfil antiguo ya ha sido intentado en la Argentina. Ni siquiera hace falta consultar bibliografía para saber lo que ocurrió: una visita de una tarde a los archivos de cualquier diario del país sería suficiente para abrir los ojos de cualquiera. ¿Por qué, entonces, nos subimos a este carrusel inconsciente de un “viva la pepa” sin fundamentos?, ¿no hay en la Argentina nadie que advierta el rumbo equivocado?, ¿preferimos vivir en la inconciencia antes de hacer lo que debemos hacer?
Al presidente le convendría pensar en los “segundos tiempos” de muchos de sus antecesores. Archivar por un momento los vítores de la actualidad y simular una proyección de la situación de marginalidad de medio país pero con condiciones internacionales adversas. El presidente pertenece a un partido cuya tradición marca que el endiosamiento de un nuevo líder implica necesariamente el hundimiento del líder anterior. Si Kirchner no avanza de verdad en superar las estrecheces de la Argentina actual, sus propios halagadores de hoy lo destruirán mañana.
Para eso debería empezar por deponer sus actitud de “vivo argentino” por la de un estadista inteligente. Si no invierte su tiempo en eso, las mieles de su popularidad se desvanecerán tan pronto como la inconciencia disfrazada de optimismo. © www.economiaparatodos.com.ar |