¿Le preocupa realmente la corrupción y la democracia a la mayoría de los argentinos? Me formulo esta pregunta porque cuando uno observa el comportamiento del electorado, no puede concluirse que, necesariamente, la mayoría de los votantes argentinos hayan manifestado su rechazo a un candidato por el tema corrupción y manejo poco transparente de las instituciones políticas. Mi impresión es que, mientras la gente tenga algún peso en el bolsillo, el tema político poco le interesa y la cuestión de la corrupción le puede preocupar pero no tanto.
Por ejemplo, en 1995 ya circulaban acusaciones sobre actos de corrupción en el gobierno de Carlos Menem. Como no tengo un corruptómetro para medir el grado de corrupción en cada gobierno, no me animo a afirmar que el gobierno de Menem haya sido más corrupto que todos los que lo antecedieron y los que lo siguieron. De todas maneras, en 1995, aun con el efecto tequila que había pasado unos meses antes, Menem ganó las elecciones presidenciales con la fusta debajo del brazo. En ese momento se argumentó que había ganado gracias al “voto licuadora” o “voto cuota”, lo quería decir que el grueso del electorado se había volcado a favor de Menem porque, como mucha gente estaba endeudada en dólares, no quería asumir el riesgo de que un nuevo gobierno devaluara y le complicara la vida. Si este argumento es cierto, quiere decir que la gente valoró la estabilidad económica por encima de las denuncias de supuestos actos de corrupción.
Las acusaciones que tuvo el gobierno de Menem sobre el tema de los decretos de necesidad y urgencia, corrupción y mayoría automática en la Corte resultaron insuficientes para cambiar el voto de una población que parecía privilegiar la estabilidad económica y el crecimiento por encima de todos estos temas.
Diferente fue el caso de Fernando De la Rúa cuando surgió el tema de la supuesta compra de votos en el Senado para aprobar una nueva legislación laboral. En ese momento, la gente se indignó porque la economía estaba en recesión y la incertidumbre sobre el futuro era muy grande. Es decir, como la gente no la estaba pasando bien económicamente, entonces hubo un ataque de “moralidad” pública repudiando el acto de corrupción. El gran cacerolazo espontáneo cuando se anunció el corralito se produjo, a mi juicio, porque la gente sintió muy directamente cómo el Estado le metía la mano en el bolsillo.
Néstor Kirchner llegó a la presidencia con muy pocos votos y gracias al manejo de las elecciones que logró implementar Duhalde. De entrada, Kirchner cometió una serie de arbitrariedades, algunos miembros de la Corte Suprema fueron removidos a través mecanismos arbitrarios y el manejo de los fondos públicos hoy en día es casi un secreto de Estado. Es más, después de casi dos años de gobierno de Kirchner, se desconoce el manejo de los fondos de Santa Cruz que, por cierto, involucran un monto sustancialmente mayor al de muchos actos de corrupción que se han denunciado contra Menem. Sin embargo, el presidente sigue teniendo una imagen positiva alta, si es que uno acepta las encuestas que andan circulando por los medios.
Como hoy la gente tiene una sensación de más tranquilidad económica comparada con el desastre que vivimos a principios de 2002 –gracias a que las condiciones económicas internacionales juegan a favor de la Argentina (alto precio de los productos de exportación, baja tasa de interés, países vecinos que siguen creciendo) –, pareciera ser que el gobierno puede cometer cualquier tipo de torpezas que la gente ni se inmuta. Por ejemplo, cuando se produjo la tragedia de Cromagnon, Kirchner ni quiso aparecer por Buenos Aires ni abrir la boca. Claro, su aliado político en la Capital, Aníbal Ibarra, le complicaba la vida y, por lo tanto, era mejor dejarlo merced de su propia suerte a correr el riesgo de asumir algún costo político por la desgracia ocurrida. La gente no pareció indignarse ante la indiferencia o el miedo político de Kirchner frente a esa tragedia.
A mí me gustaría ver las encuestas de opinión sobre Kichner con una economía estancada, mayores presiones inflacionarias y renovado temor hacia el futuro económico.
Mi impresión es que la transparencia en el manejo de la cosa pública, el respeto por las instituciones y la corrupción son temas que quedan relegados a un segundo plano si la gente tiene algún peso más en el bolsillo.
Quiero aclarar que este desinterés de la gente por tener gobiernos sujetos a la ley no lo percibo únicamente en los sectores de menores ingresos y de menor formación cultural. Lo percibo también en los profesionales y en parte del mundo empresarial. Kirchner puede hacernos quedar mal como país cometiendo algunos de sus típicos desplantes a, por ejemplo, algún presidente extranjero. Frente a ese hecho, algún empresario podrá manifestar su disgusto… mientras sigue viendo si las ventas continúan aumentando.
Es cierto que la dirigencia política argentina es, en promedio, detestable, impresentable, incapaz y corrupta. La pregunta que me formulo es: ¿le importa realmente a la gente la calidad promedio de esta dirigencia? Con toda franqueza creo que existe un algo grado de hipocresía dentro de la misma sociedad argentina.
Y, para terminar, me juego a afirmar que el día en que la economía empiece a estancarse, los precios a subir aceleradamente y el salario real se deteriore cada vez más, más de un medio de comunicación y la gente en la calle van a empezar horrorizarse por la falta de información sobre los fondos de Santa Cruz, por los poderes extraordinarios que el Congreso le otorgó al presidente y por setentismo adolescente que hoy impera en el país.
Cuando la economía ya no satisfaga a la población, hasta el desabrochado saco cruzado y los mocasines serán motivos de crítica e indignación pública.
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