– Hay una inconsistencia dentro del modelo planteado por el Gobierno: la pata fundamental de este esquema económica pasa por la sustitución de importaciones. Para eso es fundamental que los salarios internos no superen los 300 dólares. Todo aumento de salario nominal con tipo de cambio fijo va en contra de la política de sustitución de importaciones.
– Va erosionando el espacio que ese llamado modelo productivo, que en rigor fue una macrodevaluación, le dio al sector de la producción para sustituir importaciones o para evitar competir con importaciones y poder exportar de otra manera. Las decisiones de aumentos salariales por encima de la productividad, decisiones a nivel de cúpula o a nivel colectivo que no reflejan la situación de cada empresa. Con esto no quiero decir que los salarios estén adelantados, están en realidad atrasados. Esa es la esencia de este modelo productivo. Sería justo que haya una recuperación salarial, pero en momentos en donde hay otros factores que inciden sobre los precios, los aumentos salariales podrían alimentar un poco más esa tendencia. Habría que evitar que las negociaciones sean de esta manera –es decir, a través de la Unión Industrial Argentina (UIA) o de la Confederación General de Trabajadores (CGT) u otras cúpulas– y dejar que las empresas acuerden libremente con los trabajadores.
– ¿Quién puede invertir en un país con salarios bajos y una población donde sólo 18 millones pueden ser consumidores (porque los restantes están en la pobreza o en la indigencia)? No hay masa crítica para abastecer un mercado interno.
– Alguien podría decir: “invierto para exportar”. Pero esta regla tampoco es estable. Es decir, hubo una macrodevaluación y hay un intento de sostener un tipo de cambio real alto que se contradice con la posibilidad de controlar la expansión monetaria y, además, a la larga todas las devaluaciones se trasladan a los precios y su efecto se pierde. Y tratar de mantener esta hipótesis de tipo de cambio alto y salarios bajos es prácticamente imposible en el tiempo salvo que haya un mecanismo brutal, rígido, imperativo, para mantener bajos los salarios. Y esto no es posible.
– Usted hizo referencia a un acuerdo de cúpulas donde dos sectores se van a poner de acuerdo o no para un aumento de salarios. En ese caso lo que vamos a tener es una puja por el ingreso: el dirigente sindical le va a decir al productor que sustituye importaciones que le dé algo de la renta extra que está obteniendo por no tener que competir y poder cobrar más caro en forma de salarios más altos.
– Yo creo que la cuestión es más política. Es una puja y una negociación donde unos dicen que no pueden pagar más y otros dicen que los sueldos están atrasados. Yo creo que el argumento de que no se puede pagar más no es sostenible a nivel colectivo, porque eso le puede ocurrir a una empresa pero no a otras. Y siempre está el ejemplo a mano. De manera que yo no creo en esas negociaciones a nivel de cúpula, creo que finalmente hacen daño al sistema y al trabajador y crean un riesgo para los inversores, porque hay una variable fundamental que no está relacionada con la evolución de su propio negocio y que es determinante de la quiebra o de la prosperidad de su empresa. Por otro lado, tampoco ayuda a la creación de un clima de inversión, cosa que no existe en la Argentina. Más allá del acuerdo por el canje, y esto es claro con el pedido de boicot a Shell que hizo el presidente, el país todavía no ha aprendido la lección.
– La lección de la necesidad de reglas de juego claras y sostenidas en el tiempo…
– Es una lección ya aprendida en el mundo civilizado. Pero, lamentablemente, estamos frente a una acción política que privilegia la popularidad que se puede obtener de inmediato con apelaciones del tipo “no me van a torcer el brazo”, “la culpa de la inflación la tienen los malos”, “yo peleo contra los malos a favor suyo”, “hay quienes saquean el país”… Este tipo de apelaciones que han sido permanentes en esta gestión de gobierno, no hacen más que ahuyentar a quienes desean invertir, trabajar y generar un país próspero a través de inversiones que, naturalmente, les reditúen.
– ¿No le parece que el empresariado argentino –hablando en términos generales– se olvidó de defender ciertos valores o principios que son justamente los que los protegen en su actividad comercial? Porque lo que está ocurriendo en los últimos días sería consecuencia, en última instancia, de la ausencia de una dirigencia empresarial que se plante firme en la defensa de ciertos valores. Los políticos tendrán sus responsabilidades, pero vayamos a las nuestras: ¿qué hacemos los que queremos un país distinto para alcanzarlo?
– Yo creo que cada uno desde su lugar tiene que trabajar. Nosotros tenemos un sistema representativo, las leyes se votan en el Congreso y en las legislaturas provinciales, más allá de las corporaciones. Y acá entran los empresarios, los profesionales, los trabajadores. Creo que el camino principal para la transformación es el de la acción política, y no vamos a inventar algo distinto a lo que ya está establecido en nuestra Constitución, que es el mecanismo de representación a través de partidos políticos. Hay que hacer una apelación en ese sentido, la política se tiene que prestigiar y para que eso pase todos los ciudadanos deben hacer un esfuerzo por canalizar sus inquietudes y sus deseos de transformación a través de ese camino que es el que marca nuestra Constitución.
– Se presentó esta semana el Índice de Libertad Económica que elabora la Heritage Foundation. La Argentina pasó del puesto 17 en 199 al puesto 142. Somos uno de los países con menor libertad económica. Y, por supuesto, somos uno de los menos prósperos. Mi inquietud sobre este panorama desalentador es quién demanda regulaciones en nuestro país. ¿Quiénes piden una devaluación? ¿Quiénes demandan mercados cerrados? ¿Quiénes demandan regulaciones en el mercado laboral? ¿Son solamente los políticos?
– Los políticos responden a manifestaciones de interés de distintos sectores de la sociedad. Son corporaciones, son sectores que se ven favorecidos con las regulaciones. Lo que sucede es que las regulaciones crean beneficios concentrados para gente que normalmente tiene capacidad de lobby y de hacer presión sobre los políticos y las instituciones. Y el perjuicio está muy difundido, muy diseminado. Y, en general, quien se perjudica con las regulaciones no se da cuenta. Cuando alguien pide protección, paradójicamente, en este país las organizaciones sindicales lo apoyan porque creen que de esa forma se crea trabajo. Pero no se dan cuenta de que eso encarece los bienes para todos aquellos que viven con un salario fijo y que son numéricamente muchos más que los empresarios que se favorecen con esa medida regulatoria. Hay que hacer mucha docencia. Y van en perjuicio de esto el populismo y la demagogia, porque no hacen más que confundir a la gente. Hay que explicar muchas cosas. Por ejemplo, que la reforma del Estado implica, entre otras cosas, que cuando alguien compre un kilo de arroz va a pagarlo menos porque el IVA va a ser menor debido a que la mochila que lleva el Estado sobre sus espaldas es más liviana. O bien que, pagando lo mismo, va a tener mejores servicios.
– ¿La Argentina tiene un ambiente de negocios mínimo como para que la inversión en los próximos dos años permita pasar de una tasa de reactivación a una tasa de crecimiento?
– Tiene obviamente que cambiar el enfoque, el estilo y el discurso oficial. En todos los países las políticas públicas son vitales para crear ese clima porque la ley está por encima de la decisión individual de cada ciudadano. Después de lo que vivimos esta semana, no veo para nada que haya un ambiente propicio para las inversiones. Pero tengo la esperanza de que no sólo aprenda la gente sino que también aprendan quienes gobiernan. Tenemos que seguir insistiendo, a pesar de recibir supuestas reprimendas desde las tribunas oficiales. El presidente no va a callar a quienes menciona como supuestos enemigos por pensar distinto que él. © www.economiaparatodos.com.ar |