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jueves 15 de septiembre de 2005

¿En qué clase de sociedad piensan?

La campaña electoral está teñida de discursos y arengas que prometen un nuevo país, un nuevo pacto moral y una refundación del Estado. Sería saludable para el pueblo argentino que los políticos nos dijeran con toda claridad a qué nuevo tipo de país y sociedad aspiran.

Si un observador imparcial -armado de santa paciencia- hace el esfuerzo de escuchar los discursos oficiales de la actual campaña electoral, podrá distinguir un modus locütus reiterativo: una oratoria intemperante, un tono de voz crispado, amenazas veladas pero directamente dirigidas, denuncias personales y acusaciones sin fundamentos. Entre tanto ruido comunicacional, aparecen algunos destellos que, hilando muy fino, permiten entender lo que están tratando de decirnos, es decir aquello a lo que aspiran o se proponen lograr.

Tales relámpagos intelectuales son coherentes entre sí y se expresan con frases de este tipo: “vamos hacia un nuevo país”, “construiremos un nuevo orden social”, “dejaremos atrás la vieja política”, “no abandonaremos nuestras convicciones”, “acabaremos con las mafias”, “la sociedad tendrá que movilizarse”, “necesitamos un plebiscito”, “hay un antes y un después de nosotros”, “que no nos sigan poniendo obstáculos” y así por el estilo.

Es evidente que despliegan un enorme esfuerzo tratando de acumular suficiente poder personal para recrear algo, a lo mejor cambiar la sociedad, o tal vez crear un nuevo Estado, sueño fundacional que todos los gobiernos, civiles o militares del signo que sea intentaron reeditar estérilmente desde 1943 a la fecha.

Pasando en claro estas invocaciones laicas tenemos la posibilidad de examinar cuál es el tipo de convivencia civil que ellos nos anuncian, es decir ¿en qué clase de sociedad están pensando?

A la candidata y candidatos del gobierno se les abren tres caminos:
• la sociedad igualitaria,
• la sociedad cortesana y
• la sociedad competitiva.

Cada camino nos conduce a un tipo de Estado diferente, que es en definitiva lo que ellos llaman “el proyecto”, así a secas, sin que nadie sepa hasta el día de hoy cuál es la idea que pretenden convertir en realidad concreta.

La primera alternativa es la sociedad igualitaria, aparentemente alentada en los discursos oficiales y repetida en la prédica de los dirigentes sindicales cuando se insta a los empresarios a distribuir la riqueza y se afirma que el gobierno repartirá la renta nacional por medio de los impuestos. Claro que muchos de los que esto dicen, se excluyen cuidadosamente de ese igualitarismo que aplicarían sin embargo al resto de la sociedad. La sociedad igualitaria se produce cuando se pretenden distribuir desde el gobierno los resultados del proceso económico entre clientes electorales y los perdedores del mercado. Para ello, el Estado interfiere en el proceso productivo -porque allí es donde se forman todas las rentas- mediante regulaciones, impuestos y subsidios. Pero de este modo terminan arruinando este proceso y desalentando las inversiones de riesgo que deberán ser reemplazadas por primitivos y toscos sistemas de ahorros forzosos. La visión de una sociedad igualitaria se erige mediante un Estado prepotente, dominador e irrespetuoso de la seguridad jurídica que apela al crecimiento hipertrofiado de las intervenciones y los controles mediante la manipulación de la economía con apoyo del poder corporativo de sindicatos adictos.

La segunda alternativa es la que alienta una sociedad cortesana, para lo cual habrá que atender al otorgamiento de privilegios y la promoción de grandes negociados destinados a la nueva clase empresaria amiga del poder político, con quienes deberán compartirse gangas y resultados. Esa nueva burguesía oficialista tendrá asegurada una rentabilidad que el sistema competitivo le negaría, pero siempre y cuando sigan siendo sumisos a las insinuaciones del poder político. Así se termina erigiendo una economía mercantilista, ferozmente recaudadora, para asegurar la opulencia de los empresarios cortesanos. Ese Estado mercantilista, igual al que implantó Jean Baptiste Colbert en la Francia de Luis XIV, necesita imperiosamente de la hegemonía política en un régimen absolutista, donde el Parlamento es tan sólo un adorno insignificante como quedó grabado en la famosa frase del rey sol cuando en el parlamento de París le discutían sus decretos y no se sometían a una obediencia incondicional: ¡Señores, el Estado soy yo!

La tercera alternativa es la sociedad competitiva, pero no una competencia desleal entre aventureros, desfachatados, traficantes de influencia o codiciosos sin moral. Se trata de una competencia de honestos y eficientes que premia con el éxito a los más capaces, a los más esforzados, a los más inteligentes y tenaces. El orden de la competencia se consigue mediante un Estado promotor de las iniciativas privadas, que siempre son libres, voluntarias y nunca coercitivas. Para erigir esta sociedad competitiva el Estado tiene que contar con autoridad moral y abstenerse de realizar una política intervencionista. La sociedad competitiva permite que todos los miserables puedan elevarse, ascender socialmente y tener las oportunidades abiertas para disputar primacías a los actuales detentadores del poder económico mediante el juego limpio. La sociedad competitiva se obtiene con una economía de mercado libre en el marco de un Estado de Derecho.

En los próximos días y hasta el 23 de octubre de 2005 seguirán las arengas políticas de los candidatos del gobierno y de la oposición. Sería saludable para el pueblo argentino que nos digan con toda claridad en qué clase de sociedad están pensando. © www.economiaparatodos.com.ar



Antonio Margariti es economista y autor del libro “Impuestos y pobreza. Un cambio copernicano en el sistema impositivo para que todos podamos vivir dignamente”, editado por la Fundación Libertad de Rosario.




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