La pacífica -y esperada- deposición del ex presidente Lucio Gutiérrez, de Ecuador, la hizo curiosamente la gente de Quito, sin distinción de clases o etnias. Del mismo modo que en su momento se pusiera término al mandato del insólito ex presidente Abdalá Bucarán. Lo del coronel Gutiérrez ocurrió, recordamos, cuando el pueblo de Quito salió pacíficamente a la calle para exigir -airadamente- contar con un Poder Judicial independiente. Nada menos que eso. Esto es, con uno que no fuera groseramente manoseado por el Poder Ejecutivo. La protesta popular hizo, en efecto, explosión cuando -con una “nueva” Corte Suprema, nombrada ostensiblemente a dedo- el ex edecán presidencial del curioso Bucarán pretendió exculpar -burdamente- a Abdalá Bucarán en tres feas causas que tramitaban en el alto tribunal, relacionadas -todas- con la investigación de distintos -y graves- peculados.
No obstante, el pueblo quiteño, una vez en la calle, resultó enseguida, como cabía esperar, engañado por grupos violentos aunque pequeños de clara orientación izquierdista (¿suena conocido?), que aprovechando rápidamente el vacío comenzaron a tratar de “liderar” las cosas y “rodearon” al entonces vicepresidente Alfredo Palacio, que debió repentinamente hacerse cargo de la primera magistratura de su país, con ellos instalados en su entorno.
Hasta no hace mucho, esos “grupos” o “bandas” (a los que aquí llamaríamos probablemente “piqueteros” y allí se autodenominan, mucho más gráficamente, “forajidos”) lograron imponer sus criterios. Con el apoyo, claro está, del recientemente defenestrado ministro de Gobierno, Mauricio Gándara, que presuntamente “los manejaba”. Gándara debió renunciar precipitadamente hace tan sólo algunos días ante el inminente juicio político que se le preparaba desde el Parlamento de su país. Escapó, seguramente, para evitarse males mayores.
El problema, como siempre sucede cuando uno trata de “operar” con este tipo de incontrolables “grupos de presión”, es que ellos, de pronto, desbordan a sus circunstanciales “líderes” y comienzan a operar con autonomía. Esto es, “por las suyas”. Para capitalizar ellos el “miedo” que siembran en las sociedades.
Aquí y en Ecuador es lo mismo, según queda visto.
El que a “hierro mata, a hierro muere”, dicen. Y en política esto ocurre, más o menos rápidamente.
Si no lo cree, piense en cómo “desde la calle” no hace mucho se “derrocó” a De la Rúa. Y cómo se “gobernó” luego con las calles en poder de los “piqueteros”. Y en cómo se sigue usando a estos “grupos” para con ellos sembrar ansiedad y temor e intimidar constantemente a la población. Y en las tensiones de todo orden que así se generan. Pese a que nuestro primer magistrado -que se niega sistemáticamente “a reprimir” a los piqueteros (eufemismo que utiliza con éxito para negarse a hacer cumplir la ley)- juró en su momento, al asumir, como todos “cumplir y hacer cumplir la ley”, agregando que “si así no lo hiciera que Dios y la Patria se lo demanden”. Dios, es probablemente cierto, lo tiene sin demasiado cuidado. La Patria (o sea todos nosotros) de pronto, se lo podríamos llegar a demandar. Y quizás no falta ya mucho para que esto sea un reclamo fuerte.
Por esto es quizás hora de comenzar a pensar que lo de Ecuador confirma que es posible que se puede operar -al menos por un rato- con la cercanía de “grupos de choque”. Pero que, no obstante, con el tiempo éstos se transforman en “inmanejables” y tratan de devorar a sus propios “organizadores” o “patrocinantes”. Peligroso como juego político, entonces, en extremo. Además, por su carácter de posibles “soviets” en la sociedad.
Lo que ahora debe pensar el mandatario ecuatoriano, Alfredo Palacio, es que sus circunstanciales “apoyos” ruidosos de ayer pueden bien ser su grave dolor de cabeza de mañana. De ser así recordará que el que siembra vientos cosecha temporales. Y esto es lo último que el frágil Ecuador necesita. © www.economiaparatodos.com.ar |