Hace un par de semanas nos informaron de un interesante seminario organizado en la nerviosa Washington, en los Estados Unidos, por el prestigioso Woodrow Wilson International Center for Scholars. Concretamente por quien allí maneja -desde hace años- los temas latinoamericanos, Joe Tulchin, un profundo conocedor de América Latina.
El tema del mismo fue uno de esos a los que, en los Estados Unidos, se confiere prioridad total: la cooperación bilateral en la guerra contra el terrorismo.
Las sesiones académicas se dividieron en dos. Una matutina, de tipo teórico y mirada de corte puramente regional. Y otra vespertina, que se dedicó exclusivamente a la relación de la Argentina con el país del norte en esta delicada cuestión.
En la sesión de la mañana expusieron, en inglés, cuatro figuras reconocidas. Me refiero a Deborah Mc Carthy, la asesora senior en materia de Terrorismo del Departamento de Estado; el especialista Jerry Kloski; la decana de la Facultad de Derecho de la Universidad del Pacífico, Elizabeth Rindskopf Parker, ex asesora legal de la CIA; y Emilio J. Cárdenas, en su carácter de director de Agenda Internacional, una excelente publicación de gran recepción en el extranjero. Como moderador actuó Paul R. Pillar, hoy profesor de la Georgetown University, pero hasta no hace mucho uno de los más altos funcionarios en materia de seguridad de la administración norteamericana. A Cárdenas le tocó hablar de los obstáculos que en la región están impidiendo un pronunciamiento claro respecto de una definición de “terrorismo”, tal como propugna que ocurra antes de fin de año el propio secretario general de las Naciones Unidas.
Los oradores, en esto, coincidieron en que hay algunas cuestiones que demoran y “complican” el acuerdo sobre esa definición. Entre ellas, la existencia de ex guerrilleros (terroristas) ubicados en diversos e importantes puestos de gobierno en los países de la región. Protegidos por indultos, amnistías y -en algunos casos- hasta por inmunidades parlamentarias, cuya validez no ha sido hasta ahora puesta en tela de juicio, pero cuya discusión parece sólo cuestión de tiempo.
Esto, se dijo, provoca que las Supremas Cortes de Argentina y Nicaragua hayan ya sostenido que el terrorismo no es un crimen de lesa humanidad, lo que horroriza a los norteamericanos, que empiezan ahora a comprender el “trasfondo” de este tema.
Ocurre que si se aceptara que el terrorismo es -como efectivamente lo es- un crimen de lesa humanidad, no prescribiría nunca y sus responsables, tarde o temprano, deberían ser juzgados y condenados por sus delitos. Especialmente cuando los atentados generaron víctimas civiles inocentes.
Hay hasta un canciller en la región que no hace mucho se vanagloriaba (en una entrevista periodística concedida al diario La Capital, de Rosario) de “haber puesto bombas” en los años 70. Increíble o surrealista, quizás, pero absolutamente cierto. Si no lo cree, lea La Capital del 8 de marzo de 2001, en la página 20, cuarta columna, abajo. No va a dar crédito a lo que allí dice quien se ufana de haber colocado bombas a “aristócratas” de los 70.
También se habló del “ambiente” que se genera cuando desaparece el Estado de Derecho o cuando (como en nuestra Argentina) los gobiernos se rehúsan a “hacer cumplir la ley”. Y del impacto que tiene la existencia, en Colombia, de al menos dos movimientos terroristas que están en guerra abierta con las fuerzas del gobierno. Nada más alejado que los “freedom fighters”, pero su importante número y presencia no hacen fácil poder acordar sobre qué es un terrorista. Particularmente cuando ni Ecuador, ni Venezuela (los vecinos de Colombia) los califican así.
En la sesión de la tarde participaron, en cambio, algunos funcionarios argentinos de la Cancillería y el propio secretario de Seguridad, el ex militar Luis Tibiletti. Sin contrapunto alguno con sus pares norteamericanos, afirmaron que la colaboración de Argentina y los Estados Unidos es integral. Y así parece. Es más fácil decirlo allí que aquí. Aquí “se hacen” las cosas, pero silbando bajito y con un discurso “en contra”. Para que nadie se dé demasiada cuenta de cómo efectivamente son los “tantos”.
En ambas sesiones estuvo presente el embajador Bordón, lo que cabe destacar. Tuvo palabras elogiosas para los panelistas, incluyendo una generosa mención al ex embajador ante la ONU, Emilio Cárdenas, reiterada por el secretario Tibiletti, quien elogió específicamente el trabajo del ex diplomático en materia de operaciones de paz en la ONU.
Curiosamente, la periodista de Clarín que moderó la sesión de la tarde sostuvo, en una extraña nota, que hubo una “polémica” entre los argentinos. Los que estuvieron allí me confirman que no fue así. Nada, entonces, más alejado de la verdad. Alguno hasta escuchó cómo, luego de la exposición de Cárdenas, el embajador Victor Baugé se le acercó abiertamente para decirle que coincidía, en todo, con él. Lo que habla del clima amistoso prevaleciente en el seminario que, entonces, de polémico no tuvo nada.
En rigor, Ana Barón como moderadora estuvo tan opaca que el “cierre” de la reunión académica lo hizo, en su lugar, el embajador Bordón, con la actitud de afecto que acabo de describir.
Raro lo de Clarín, ¿no es cierto? ¿Una “operación” por encargo? ¿O simplemente una dosis mendaz de “picante”, para que sus lectores recalen algunos segundos en un tema que es, de por sí, bastante árido?
Cualquiera sea la razón, es lamentable lo reseñado porque simplemente lo que se dijo desde las columnas del matutino cercano al Gobierno no responde a lo ocurrido.
Dejemos ahora Washington y vayamos a nuestra Buenos Aires.
Entre el 26 y el 28 de septiembre, el Consejo Permanente de la Organización de los Estados Americanos, más concretamente su Comité de Seguridad Hemisférica, organizó en Buenos Aires un seminario sobre la resolución 1540 (2004) del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el papel de ese organismo respecto de dicha resolución y el rol de la Agencia Internacional de Energía Atómica y el de la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas en su implementación.
Se trata de una norma oportunamente emanada del Consejo de Seguridad, relacionada con la preocupación de la comunidad internacional en el sentido de que las armas de destrucción masiva no lleguen a manos de “actores no-estatales”, una suerte de eufemismo que incluye a las organizaciones terroristas y a sus difusos actores. Todos los estados miembros de la ONU están comprometidos a concertar su acción en este sentido. Un tema prioritario, en consecuencia, para la paz y seguridad internacionales.
Lo que llama poderosamente la atención es la absoluta ausencia de la “misión” de nuestro país ante las Naciones Unidas en este particular evento. Por la materia, no debió haber estado ausente. No apareció ni como organizadora, ni como participante. Tampoco envió algún disertante. Como si ella no tuviera “nada que decir” en un tema de su propia jurisdicción.
El nivel de la misión, con César Mayoral a la cabeza, es insatisfactorio. Éste es, recordamos, el embajador que designara esta administración sin el acuerdo de sus pares. Un caso único en la historia diplomática vernácula contemporánea, en el que ese acuerdo de los pares se reemplazó (o, más bien, se suplió) por el fuerte y oportuno “empujón” que le diera a la candidatura de Mayoral el raro ex senador riojano, Jorge Yoma (amigo de nuestra Cristina Fernández), en el seno mismo del Senado. Por “el ciego”, según dirían los “rugbistas”, claro está. O sea, por fuera del “circuito normal”. Por “izquierda”, para esta administración.
Todo se achata, también nuestra representación ante las Naciones Unidas. Da pena, pero parece ser así. Y nos dicen que éste es un “país serio”. Lo que pasa es que nadie “lo toma en serio”. Y lo más grave es que tampoco algunos de sus funcionarios más altos y -por ende- mejor pagos. © www.economiaparatodos.com.ar |