Una de las cosas que ha cambiado en el trato entre los chicos, de unos años a esta parte, es lo que podríamos llamar el “alcahuetismo”. No me refiero a los “pactos de silencio” que se establecen cuando alguno hace una macana y los demás lo cubren. En este sentido muchas veces hay que trabajar con los chicos la diferencia entre “compañerismo” y “complicidad”, ya que lo segundo no parece ser una conducta adecuada. Una cosa es encubrir una travesura y otra muy distinta es encubrir un delito, como es el vandalismo o el robo.
Pero como decía antes, no es a este tipo de “denuncia” a la que quiero referirme, sino al cambio de hábitos de los chicos en lo que hace a contar a sus padres sus problemas con los compañeros. Esto es nuevo y me parece positivo: que haya más diálogo entre padres e hijos siempre es favorable. El tema es cómo reaccionamos los adultos ante estos comentarios de nuestros hijos.
Por un lado, no necesariamente las “cargadas” entre chicos (si bien hacen sufrir a las “víctimas”), son negativas. A veces son espejos sociales de formas de ser a las que nuestros seres queridos nunca nos hubieran enfrentado.
Permítanme citar mi ejemplo personal. Cuando mis compañeros de colegio comenzaron a decirme “narigón”, “quilla”, “Cirano” y epítetos por el estilo, reconozco que no solo sufrí, sino que en más de una oportunidad terminé a las trompadas. Por supuesto que mis padres jamás se enteraron de las cargadas, ni del sufrimiento, ni de los golpes. Hasta que un día me miré al espejo y me dije: “Narigón soy. O me dejo bigote o me hago la plástica, pero algo debo hacer”. Para resumir, mis compañeros, claramente de una manera agresiva, me ayudaron a asumir mi realidad.
Hoy, en general, los chicos les cuentan a sus padres cómo sufren con las cargadas agresivas que reciben. Hasta ahí, todo bien. Lo malo es que en vez de pensar que son cosas de chicos, muchas veces los adultos intervenimos, y generalmente intervenimos mal. En vez de hacerlos recapacitar acerca del porqué de su sufrimiento, les damos magníficas recetas que en general sólo complican las cosas. Voy a citar dos ejemplos reales de “consejos” de dos madres a sus hijos: “Si fulano te dice cabezón, pegale uma piña y rompele la nariz”, “Si mengano te dice gorrrrrrrrrdo, vos decile adoptado de porquería (cambie porquería por sinónimo con m)”.
Da la sensación de que esto complicará las cosas en vez de solucionarlas. También hay padres que acuden a las escuelas para que éstas “hagan algo” para que no carguen más a sus hijos. Y las escuelas bastante poco pueden hacer con cuestiones ancestrales que hasta están definidas en los tratados de Psicología como la “edad de la crueldad”.
Escuchemos a nuestros hijos y apoyémoslos, pero no intervengamos en cosas de chicos, que seguramente nos equivocaremos. © www.economiaparatodos.com.ar
Federico Johansen es docente, director general del Colegio Los Robles (Pilar) y profesor de Política Educativa en la Escuela de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la UCA (Universidad Católica Argentina). |