En Rusia
En marzo de 2004, tuve la oportunidad de visitar Moscú y el privilegio de ser recibido por destacados hombres de gobierno, de la banca y de círculos universitarios. Constituyó una valiosa experiencia que me permitió contar con más elementos de análisis en relación a los cambios producidos en la ex Unión Soviética y la actual situación de Rusia en su sistema político y económico.
Mi inquietud mayor en el curso de las diversas entrevistas concedidas estaba referida a los principios que subyacen la acción de gobierno y en los que se apoyaba la transición iniciada entes de 1989 y concretada a partir de entonces. Quien mejor se manifestó al respecto fue el presidente de la Duma, que aunque no los explicitó de la manera que siguen, dio a entender que son tres.
El primero, que las autoridades rusas tienen puesta la mira en el futuro. El pasado es materia de los historiadores y de la justicia. Expresó que no tienen tiempo para detenerse en la evaluación de una etapa de la historia a la que califican como sumamente negativa por oprobiosa y violadora de los Derechos Humanos. Pero que fue. “Miramos al futuro sin detenernos en el pasado”, sostuvo.
El segundo, que el mundo es lo que es y no el que Rusia quisiera que fuera. Rusia, dijo, es un país que no tiene fuerza para cambiar las reglas de juego existentes y en consecuencia debe aceptarlas aunque no le guste. Debe recordarse que Rusia tiene poder de veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
El tercero, que en Rusia se siguen las reglas de la economía de mercado y, por lo tanto, “el que no trabaja, no come” y bajo el arbitraje del Estado rige un esquema de premios y castigos que alcanza a todos por igual, sin privilegios ni tutelas políticos. En el campo empresarial los subsidios no existen.
No me parece que deba efectuar un juicio de valor sobre los principios enunciados, porque expresan el pensamiento que subyace la realidad política rusa y eso es lo que importa para evaluarlos Como referencia adicional, todos mis interlocutores se destacaban por su alta formación profesional orientada al manejo del sector público, de modo que me quedó muy claro que ninguno era un improvisado y que ocupaban sus funciones por pertenecer a una elite de excelencia. Al manejo de las diversas áreas estatales no llegan los amigos del poder sino los más aptos.
En la República Popular China
La segunda de las experiencias ocurrió en abril de 2005 en un viaje que hice a China. Y tuvo lugar en la Universidad Tecnológica de Hong Kong, adonde tuve oportunidad de cambiar impresiones con un profesor de Economía de la Universidad de Calcuta, junto con las autoridades de esa casa de altos estudios. Al referirse al proceso de crecimiento chino, expresó que, en su opinión, al largo plazo India tenía perdida la carrera económica con China, no obstante considerar que el nivel de tecnología disponible en su país era superior al de los chinos y que las empresas, públicas y privadas, eran más eficientes y por lo tanto de más alta competitividad internacional.
Ante la aparente contradicción en su exposición, no tardó en explicar que la asimetría se encontraba en el disímil comportamiento de los sistemas políticos de ambos países. El de India de tipo occidental, muy condicionado por la coyuntura toda vez que la periodicidad de las elecciones y el incentivo a los votantes, no sólo distraía recursos presupuestarios para reforzar la posición electoralista del gobierno sino que, además, los políticos se distraían en la búsqueda de posicionarse en las estructuras de poder gubernamental. Ocupados permanentemente el resultado de las próximas elecciones, faltaban quienes se ocuparan del planeamiento de la economía, que en todo caso quedaba en manos de burócratas altamente calificados, que no obstante perdían motivaciones al quedar faltos de directivas superiores.
Por el contrario, en la República Popular China, no existía la necesidad de ganar elecciones según el modelo occidental, por lo que toda la dirigencia política funcionaba conforme las directivas de los órganos elegidos por la Asamblea Popular y auditada por los dirigentes del Partido Comunista. De tal modo, no sólo se producía ahorros de recursos, sino -lo que es mejor- el tema de las elecciones no ocupaba al gobierno ni tampoco distraía a la opinión pública.
Sus conceptos, si bien no estuvieron dedicados a ponderar las calidades del sistema político chino, fueron aprovechados para señalar que no consideraba que el autoritarismo chino debiera ser contabilizado como una pérdida total de los derechos ciudadanos, debido a que en no pocos países occidentales los políticos se manejan con un alto nivel de discrecionalidad y en sus funciones persiguen prioritariamente sus fines personales antes que los del conjunto de la sociedad, por lo cual en los tiempos que corren hay muchos gobiernos que sólo tienen de democracia el formalismo.
Como en el caso anterior, los juicios de valor carecen de validez, ya que se trata de testimonios de una realidad que es importante conocer, se comparta o no. Lo decisivo es derivar conclusiones que sirvan para la praxis política. © www.economiaparatodos.com.ar
Raúl E. Cuello es economista, con un master en Economía en la Universidad de Columbia. Es también profesor consulto de la Universidad Católica Argentina (UCA) y profesor pleno de la Universidad de Belgrano (UB). |