Rafael Bielsa es -y será por muchos años- recordado por los especialistas en política exterior como uno de nuestros cancilleres más flojos de la historia. Esto es, de menor calidad, de todos los tiempos. Casi sin competidores que le hagan sombra.
En buena medida, por su irrefrenable ansiedad por entrar en crisis o conflicto con todos y cada uno de sus interlocutores. Como si para él -en su manifiesta improvisación- la diplomacia fuera solo una variante, algo más sofisticada, de la “lucha libre”.
Pero también por su desatada pasión por tratar de demostrar públicamente a los demás cuanto mejor es él, que ellos. Lo que constituye una variante realmente inusual de lo que antes llamábamos, simplemente: soberbia.
Y, finalmente, por creer que la suya es la única visión acertada de cómo funciona un mundo (para Bielsa, el de Gramsci) que, en la realidad, él desconoce, desde que vivió siempre en y del Estado.
Sin embargo, su ejemplo cunde. No solamente en Corea del Norte, o en Irán, o en Cuba, o en Venezuela, como cabría esperar. En algunas otras partes del mundo también. Incluyendo en el mucho más educado y civilizado Japón.
Algunos creen que Taro Aso, su actual canciller, es posible que haya leído (tratando quizás de poder conciliar el sueño) algunos cables descriptivos de las proezas de nuestro ex responsable del Palacio San Martín, pues es evidente que trata de imitarlo. Lo que ciertamente no es tarea fácil, sino casi imposible.
Porque -de la misma manera en que Bielsa estaba empeñado en enseñarle burlonamente al canciller chileno acerca de las eternas bondades que nos legara su gran héroe, Juan Domingo Perón- el también apasionado Aro trata ahora de convencer a sus vecinos de que la era del militarismo colonialista japonés (que condujera a su país a participar desastrosamente en la Segunda Guerra Mundial, acumulando en su haber una historia de aberrantes crímenes de guerra difíciles de olvidar para los países cuyos ciudadanos en su momento los sufrieran) era muy distinta de lo que, en rigor, nos cuenta la historia.
Con sus dichos, Aro -en rigor- ofende a sus vecinos. Aunque quizás él pueda creer (como nuestro inefable Rafael Bielsa) que, desde su presunta “torre de marfil”, los está “educando”.
Un ejemplo de sus desdichados discursos (y algunos otros, respecto de China o Corea del Sur), es el que Aro dirigiera recientemente a Taiwán, asegurando que su progreso actual en el campo de la educación es probablemente tan sólo el hijo directo de la tan larga, como dura, ocupación japonesa de la isla, que se mantuvo por espacio de medio siglo luego de que las fuerzas niponas se apoderaran de ella como “botín” de la guerra contra China, en 1895.
Aro, como Bielsa, tiene visiblemente dificultades de las que nuestras abuelas llamarían -con justeza- problemas “de tino”. Una pena para el ordenado y civilizado Japón, pero -en el extraño caso de Aro- pareciera ser así. © www.economiaparatodos.com.ar |