Cuando vamos rápidamente camino a las elecciones legislativas intermedias en los Estados Unidos, está meridianamente claro que los norteamericanos no aprueban la tarea de sus legisladores. Aunque allí el Congreso, a diferencia de los que nos ocurre a nosotros, no es casi “un sello de goma” que ni se reúne salvo que reciba instrucciones de su presidente de hacerlo.

El rechazo de la gente es, en rigor, tan intenso como lo fue en 1994 cuando los republicanos lograron obtener el control de ambas cámaras.

Dos tercios de los encuestados se quejaron de su labor, a la que calificaron de visiblemente inferior a la realizada en los dos años previos. Sólo un flaco 25% del total de los entrevistados se manifestó, en cambio, en líneas generales, conforme con la labor parlamentaria. Este último porcentaje es nada menos que la mitad del que existiera en las elecciones de 1998 y de 2002. Es muy parecido, en cambio, al de las elecciones de 1994, en las que los demócratas sufrieron una tremenda debacle política.

Ante esa imagen negativa, no es del todo extraño que el 48% de los entrevistados se hubiera mostrado partidario de elegir ahora nuevos representantes por estar abiertamente disconforme con el esfuerzo de los actuales. Un 39%, en cambio, se manifestó, pese a todo, partidario de reelegir a los actuales legisladores.

El porcentaje de aprobación a George W. Bush, por su parte, sigue siendo del 59% cuando de la guerra contra el terrorismo se trata y de apenas un débil 39% respecto de su labor presidencial, en general. Sin cambios, entonces. © www.economiaparatodos.com.ar