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jueves 22 de marzo de 2007

Autoridad es una buena palabra

Sin autoridad no es posible ser padre, ya que ésta es la que nos permite transmitir a nuestros hijos contenidos contenedores de valores que le den sentido al vivir.

Resulta interesante repensar nuestra función de padres como la de los primeros educadores, aquellos encargados de criar personas dispuestas a aprender, a escuchar, a crecer.

Padre es aquel que es capaz de enseñar, en un sentido auténticamente humano. Ser padres no remite exclusivamente a la función biológica de engendrar un nuevo ser. Sólo se engendra cuando se enseña, cuando se introduce a los recién llegados en un mundo que ya está ahí.

Al hablar de un sentido auténticamente humano, estamos hablando de valores. Nos referimos a “valor” como aquello que hace que un hombre sea tal; es un referente, una pauta que orienta el comportamiento humano hacia la transformación social y la realización de la persona. Es una guía de orientación a la conducta y a la vida de cada individuo y de cada grupo social, sin lo cual perderíamos nuestra humanidad o parte de ella.

Hoy en día, la jerarquía de valores está en crisis, los esenciales pasaron a ser los menos importantes y los secundarios se colocaron en la cima de nuestra estima. Los momentos de crisis son en sí mismos una posibilidad de crecimiento, un motor para el cambio. Frente a ellos podemos actuar positivamente y ser agentes activos de esa transformación.

Entre otros, el valor “autoridad” está siendo cuestionado en muchos ámbitos. Debemos ser conscientes de que sin ella no se puede ser padre. Sin autoridad no tenemos la calidad de transmitir a nuestros hijos contenidos contenedores de valores que le den sentido al vivir.

Criar es conducir a un niño a su mejor destino; pero también a un adulto, que es padre. En ese vínculo nos encaminamos en la búsqueda de lo mejor de nosotros mismos, a través de asumir nuestra responsabilidad de padres.

Es importante que seamos conscientes de que como padres somos el primer “otro” para nuestro hijo, aquel que inicial y fundacionalmente le marca un “hasta ahí”, le muestra que no está solo en el universo; de esta manera le vamos dibujando los bordes, los límites. Éstos son tan importantes a la hora de pensar en la salud mental de los niños porque son los que permiten la conciencia de la existencia del “otro”.

Cuando hablamos de límites, nos referimos a marcar un punto de referencia, una presencia, sin temores. No puede ser el temor el que dictamine los procesos de la crianza. La paternidad es un acto de fe y de confianza que no se relaciona con la dominación, que implica tratar al otro como un objeto, sino con el cuidado y la conducción.

La familia es el lugar de la protección, de un adulto protector. Dentro de sus funciones, a la hora de la prevención hay varios elementos importantes: organización, amparo, límites negociados, supervisión, sensación de pertenencia y de unidad, tiempo compartido. El miedo como factor de crianza quita toda esperanza, porque empezamos a diseñar sistemas de seguridad en lugar de ámbitos de crianza. Una sociedad será mucho más segura si es una sociedad amorosa que confía.

Nuestra función de padres es educar, ocuparnos. El amor no es solamente un sentimiento, es sobre todo un trabajo. Sin una serie de esfuerzos perseverantes, nunca podremos ser conductores de vida sana para nuestros hijos. La educación le da a cada uno de ellos la dimensión de sus posibilidades de ser.

Ésa es nuestra tarea esencial… © www.economiaparatodos.com.ar

Jorgelina Hernando es licenciada en Psicología y miembro del equipo de profesionales de la Fundación Proyecto Padres.

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