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jueves 17 de mayo de 2007

La temida mimetización

Los santacruceños renunciaron a su libertad a cambio de obtener protección total de los caudillos autoritarios que los gobiernan. Lo preocupante es que ese modelo pueda llegar a imitarse en el resto del país.

El presidente Néstor Kirchner ha dicho que es un anarquista. Se escudó detrás de la idea de que en el sur todos lo son. Pero la Argentina no es el sur. La perspectiva de que transforme a todo el país en la postal esquizofrénica de Santa Cruz es tan preocupante como real.

El temor que muchos han tenido desde su primer día de gestión puede haber escalado ya a posiciones de no retorno. La intemperancia de las formas, el desplazamiento del derecho, el atropello a las voces que no coinciden con la propia, el tramado de relaciones internacionales con los autoritarismos y con los fracasados del mundo han metido –llevado por su mano– al país en un berenjenal de agresividad, división, resentimiento y rencor. Todo en la Argentina se dirime por la fuerza. El escrache es la manifestación corriente de la política. Ese mismo escrache que fuera estimulado, permitido y aplaudido cuando se dirigía a los enemigos, es sufrido ahora en carne propia, con la sospecha de haber sido hecho frente a la casa de la madre del presidente en Río Gallegos (aunque muchos de los acusados lo desmintieron fuertemente) y en la propia cara de la hermana presidencial, Alicia Kirchner.

El ministro del Interior, Aníbal Fernández, ha dicho con toda claridad que ese procedimiento frente a una señora anciana o frente a una mujer sola que no ha tenido ni arte ni parte en la crisis de Santa Cruz es una canallada. Está claro que lo es.

El escrache es nazi. Lo inventó el mismísimo Hitler al mandar a pintar cruces de alquitrán en las puertas de las casas de los judíos en Berlín. Lo que olvidó Fernández es que tal procedimiento es una canallada siempre, es nazi siempre, es totalitario siempre. Lo es cuando la víctima es Alicia Kirchner y también cuando el escrachado es Alfredo Bissordi.

Esta dicotomía barata para condenar o estimular el mismo procedimiento según quien lo sufra, también es nazi. Su carácter rastrero y antidemocrático no necesita explicarse.

La crisis de Santa Cruz no debería ser tomada a la ligera. No se saben cuáles han sido las causas históricas por las que una sociedad provincial entera renunció hace años a crecer y a ser adulta. Se ignora por qué siendo tan cócora y anarquista, como dice el presidente, decidió entregar la suerte de sus vidas y el futuro de su bienestar a caudillos totalitarios que, a cambio de venderle la imagen de la protección total, se quedaron con sus sueños y sus ilusiones.

Santa Cruz paga 46.000 salarios públicos sobre un total de 220.000 habitantes. Se deduce de esto (por el cálculo de una familia tipo de 4 personas) que 184.000 habitantes viven del Estado. Sólo el 16% de la población de la provincia tiene algún ingreso privado que no depende del tesoro público. Según dicen muchos que conocen esa tierra indómita, gran parte de ellos son ahora amigos directos del presidente.

¿Dónde está esa furia incontenible de los santacruceños cuando se trata de arriesgar, domar la naturaleza, superar la adversidad? Parece ser que la han guardado sólo para los desmanes de la política. De los números se deduce que son bastante temerosos a la hora de ganarse la vida solos.

El ahora presidente, en sus años como gobernador, supo explotar eso. Una simbiosis perfecta entre una voracidad manifiesta por el poder y una pusilanimidad patética a la hora de tomar el destino en las propias manos se ha verificado para dar como resultado una provincia pobre en medio de la abundancia. Río Gallegos, su capital, es un caserío chato que se mimetizó con el gris del cielo. En lugar de oponer el calor del trabajo y la inventiva al frío, en lugar de enfrentar la oscuridad con la luz de la creatividad, los santacruceños han apostado a lo fácil. Y lo fácil tuvo su precio: la llegada de mesiánicos del poder que han archivado la libertad en los desvanes del recuerdo.

Si Kirchner tuviera este modelo en mente para toda la Argentina, habrá llegado la hora de preguntarnos si existen en el país valores de enjundia positiva que canalicen la típica indocilidad argentina hacia el desafío edificante del riesgo y no hacia el chispazo inoperante de la bravuconada.

Pocas dudas quedan de que el presidente efectivamente aspira a concentrar en un puño todo el poder del país. Poco hace falta averiguar sobre lo que ocurre cuando se tiene semejante ambición: la libertad se pierde y todos somos los súbditos de un dueño. ¿Es ése el horizonte que delineamos para el país? ¿Aspiramos a una Argentina de empleados públicos que esperan por migajas, que sazonaremos con estallidos espasmódicos, propios de los nazis, que nos conformen temporalmente haciéndonos acordar de que nos corre sangre por las venas? ¿O preferimos transformar esas prepoteadas deshilvanadas en una constante energía positiva que nos saque de la miseria?

Ese desafío individual de crecer, de aspirar a más, de buscar nuestro propio lugar, de atender al plan de vida propio y no al trazado por un burócrata, pondrá nerviosos a los aspirantes a Duces. Será el mejor reaseguro para que la Argentina no sea Santa Cruz. Es mentira que la oposición santacruceña formada por docentes radicalizados, sindicatos desbordados y políticos de cuarta sea mejor que Kirchner. No se está verificando allí la lucha de la libertad republicana contra la opresión totalitaria. La exageración del autoritarismo de turno de querer mantener los básicos de los maestros en $165 como si se tratara del peor de los capitalismos salvajes es lo que permitió que otros autoritarios tuvieran la excusa para reclamar su turno. Ahora son ellos los que quieren ocupar el lugar del mandamás. Una vez allí, no serán Carlos Pellegrini. Serán otro Kirchner, con distinto color. Los verdaderos republicanos del país cometerían un error si creyeran que los sublevados del sur son la esperanza de la República. Allí se asiste a una pelea por el lugar de dominio, no por una filosofía de vida mejor.

Esperemos que nos ilumine la Providencia para tener clara la diferencia y evitar que el sinsentido del fin del mundo invada cada rincón de la Argentina. © www.economiaparatodos.com.ar

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