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lunes 12 de julio de 2010

A propósito del matrimonio gay

El oportunismo político de los Kirchner ahora intenta desafiar las leyes de la Naturaleza en aras de una nueva legislación.

Está claro que el gobierno K no tiene ninguna creencia de fondo que no sea el dinero y el poder. Y también está claro que para acrecentar el primero y mantener el segundo hará cualquier cosa. En ese marco de estrategias, la aprobación de la ley de matrimonio gay no es más que otro eslabón en la cadena de cálculos políticos con la que busca alcanzar los objetivos que persigue.

No hay allí ninguna convicción que tenga que ver con los derechos civiles, ni con una consustanciación con las ideas de fondo que dicen defender los grupos homosexuales. Sólo se persigue el endoso de casi 400.000 votos. Ese único hecho debería ser repugnante de por sí, incluso para los principales interesados que son utilizados como carne de cañón para propósitos que no son los suyos.

A estos cálculos de los Kirchner ya deberíamos estar acostumbrados. Lo que en realidad debería importar aquí es hacer un análisis breve de las cuestiones de fondo que hay involucradas en el tema.

En primer lugar, cabe preguntarse si la sanción de una ley de matrimonio entre personas del mismo sexo no es otro caso del avance del relativismo filosófico que viene dominando la vida social, no sólo de la Argentina, sino del mundo en general. Según ese relativismo, las cosas no están ni bien ni mal, sino que todo es posible bajo el sol y todos deben respetar los gustos, las inclinaciones y las posturas de todos, más allá de lo que sean las convicciones propias.

Está claro que el enunciado de esta nueva “teoría de la relatividad” resulta tentador: aquí no hay nada malo ni bueno de antemano, sino que hay distintas aproximaciones, puntos de vista y opiniones, todas válidas dentro del imperio de la democracia y de la tolerancia.

Sin embargo, si la vida no se basara en ningún principio, si todo estuviera bien y mal al mismo tiempo, el desasosiego propio de la inseguridad que produce el relativismo sumiría a las sociedades en un profundo deterioro. Si ningún ancla estuviera firme, el navío humano navegaría sin brújula.

Dentro del amplio marco de libertades que unas pocas anclas seguras le proporcionan a cualquier sociedad sí se podrá optar por gustos, inclinaciones y posturas que conformen más a unos que a otros. Pero destruir todos los cimientos sociales no puede producir más que desmoronamientos.

Desde ya que los gustos sexuales de las personas no pueden conculcarse, ni discutirse, ni embretarse. Lo que no puede desafiarse es la Naturaleza. La elección libre de vivir sexualmente de un modo no hace que de noche salga el sol. Y el sol de día y la oscuridad de noche, en términos sexuales, es que el hombre copule con la mujer y la mujer con el hombre. Luego estarán los gustos personales, como también existe la posibilidad de ir a la playa de noche y dormir de día. Pero lo natural, lo que deviene del orden normal de las cosas, es que el hombre sea el hombre y la mujer sea la mujer.

Por supuesto, la libertad de la democracia entrega la posibilidad de elegir vivir de otro modo y, no por ello, ser castigado, encarcelado o discriminado. Eso es otra cosa. Es que la libertad de elección no puede sustituir el orden natural de las cosas que suele regir la vida y los principios de la mayoría. Someter a toda la sociedad a una confusión profunda sobre lo que es normal no tiene nada que ver ni con la libertad ni con el respeto al derecho del otro.

El caso queda aún más en evidencia cuando se trata la cuestión de adoptar. La opción de vida que han hecho los homosexuales implica la renuncia a tener hijos, porque del tipo de relación sexual que ellos mantienen no se engendra descendencia. El vivir de una manera implica aceptar sus consecuencias.

Para los chicos eventualmente involucrados también supondría el ejercicio de una violencia tácita sobre el orden natural de las cosas. Sus amigos, sus compañeros de colegio, tendrán madre femenina y padre masculino. Su orden exterior será ése, porque –guste o no– eso es lo normal. No puede decirse que no hay “normalidad” en materia sexual y que todo es “normal” de acuerdo a las decisiones libres de cada uno. La “normalidad” no pasa su prueba ácida por el tamiz de la libertad, sino por el de la Naturaleza. Y a ésta no puede desafiársela sin consecuencias.

Los hijos de homosexuales que entren en contacto con hijos de heterosexuales sufrirán una enorme conmoción psicológica que, a una edad que no les permite procesar lo que protagonizan, tendrá consecuencias sobre sus personas y sobre su cosmos personal acerca de lo que está concordancia con la Naturaleza y lo que la contradice.

Todo lo dicho aquí no significa que los homosexuales no puedan vivir juntos, deban ocultarse en público o no puedan acceder a derechos que los comprendan, inclusive desde el punto de vista patrimonial. Pero todo eso sí puede hacerse al amparo de la libertad sin lesionar el dominio de la Naturaleza. No hay necesidad de desafiar el Universo en aras del derecho. Ambos pueden estar protegidos al mismo tiempo. Desafiar al cosmos con la ley es una tarea sobrehumana cuyas consecuencias nunca serán buenas.

Cuando, además, al desafío gratuito al orden cósmico de las cosas se le suma el apetito político de segundo orden, vacío de convicciones y sólo lleno de conveniencias, el cóctel que se prepare no puede tener otro resultado que la descomposición. © www.economiaparatodos.com.ar

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