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jueves 22 de noviembre de 2007

A veces, en política, la “transversalidad” destruye

El reciente fracaso de un intento secreto de conformar un gobierno de coalición en Japón demuestra que no siempre es posible aunar proyectos políticos de distinto signo e intereses.

El concepto de “transversalidad” que ha aterrizado recientemente en nuestro léxico político no es, como quizás pudiera parecer, una creación genial del kirchnerismo. Es, en rigor, una noción importada (como tantas) que se ha incorporado, desde hace algunos años, al vocabulario habitual del progresismo socialista español, en donde seguramente se inspiraron nuestros dirigentes vernáculos, siempre veloces cuando de copiar lo que otros, del mismo pelo, de pronto están haciendo.

La institución de la “transversalidad”, como tal, no aparece en el rico Diccionario de la Real Academia Española. En cambio, allí uno encuentra que “transversal” es un pariente que no lo es en línea recta –es decir, alguien que no es “del mismo palo”– o algo que se aparta o desvía de la dirección principal. En política, el significado habitualmente atribuido a la “transversalidad” es, en rigor, el de una suerte de amalgama de distintas opiniones fundamentada en algunos “denominadores comunes” que permiten a diversos actores trabajar unidos. Apenas eso. Generalmente se invoca la noción para tratar de explicar lo que suelen ser simples faltas de lealtad derivadas del apetito por acercarse al poder, cuando se está lejos del mismo.

En un mundo, como el de la política, donde la moral y los principios son –cada vez más– tan solo una carga incómoda, la “transversalidad” permite a más de uno tratar de justificar lo injustificable.

Sin embargo, la “transversalidad” tiene también sus peligros. Si no lo cree, mire lo que acaba de pasar en Japón.

Una ensalada japonesa

Cuando parecía acercarse rápidamente a la posibilidad de hacerse finalmente del poder –después del aplastante triunfo en las elecciones parlamentarias de julio que le dieron el control de la Cámara Alta y con ello el derecho de veto sobre los proyectos de leyes– y en medio de la dramática crisis que afectaba al Partido Liberal gobernante, el opositor Partido Demócrata del Japón naufragó a causa de lo que luce como un gravísimo (y costoso) error táctico, atribuible a su liderazgo.

La espléndida oportunidad que tenían los demócratas para aprovechar la evidente debilidad de los liberales, consecuencia de la gestión lamentable de Shinzo Abe, se evaporó sorpresivamente.

Ocurre que Yasuo Fukuda, un veterano político que hoy es el primer ministro japonés, convocó a Ichiro Ozawa, el líder demócrata, a mantener negociaciones confidenciales para tratar de que ambos partidos conformaran un gobierno único, de coalición (“transversal”, entonces).

La oferta de Fukuda, luego de intensas discusiones que llegaron hasta el detalle del reparto concreto de los distintos puestos del gabinete, finalmente no fue aceptada, pese a lo cual lo ocurrido generó un tan repentino como inmenso incendio interno entre los propios demócratas, que interpretaron que la invitación recibida debió simplemente ser rechazada desde un primer momento porque obviamente la breva del poder lucía cada vez más madura y cercana para su partido. Y que era tan solo cuestión de esperar que los liberales cavaran su propia tumba.

Las duras consecuencias de la falta de transparencia

Tan fuerte fue la conmoción en el interior del Partido Demócrata del Japón que Ichiro Ozawa –asumiendo lealmente la responsabilidad que creía le correspondía– terminó renunciando al liderazgo del partido, lo que nadie pudo haber previsto al comienzo de las fallidas negociaciones bipartidarias.

El Capitolio japonés (Nagatacho) tembló ante estos hechos hasta en sus propios cimientos. La imprevisible noticia generó, así, un verdadero terremoto político. Para el Partido Liberal, lo sucedido es una suerte de inesperado regalo del cielo. Pero lo cierto es que todo el universo político japonés está en crisis.

Japón, obviamente, no es Alemania. Y ni Yasuo Fukuda, ni Ichiro Ozawa, se parecen en nada a Angela Merkel. A diferencia de Alemania, donde la democracia cristiana y el socialismo poseen, ambos, identidades propias más allá de toda duda, en Japón los dos principales partidos son conservadores y, por ende, tienen mucho más en común que principios o ideas que los diferencien. Además, los demócratas son demasiado jóvenes, desde que nacieron recién en 1998, como para haber podido afirmar una personalidad propia y distintiva en el complejo escenario político nipón. Por esta razón, una coalición habría dejado a los votantes sin opciones y abierto una peligrosa “caja de Pandora”, lo que hubiera supuesto el peligro de una suerte de salto al vacío.

Ante lo sucedido, los liberales recibieron, queda visto, una cuota de oxígeno imprevista. Los demócratas, por su parte, demostraron ante propios y extraños su llamativa inmadurez, lo que es probable que sea reconocido en las próximas elecciones.

Para Japón, la posibilidad de que sus dos principales partidos conformen una “gran coalición” parece haber desaparecido. Al menos por el momento.

Muchos de los principales dirigentes de los dos partidos que estuvieron envueltos en la negociación subterránea antes descripta advierten ahora que la falta de transparencia básica con la que se actuó –y que los dejó por completo de lado en la discusión de una propuesta que era casi revolucionaria– equivalió a haberlos ignorado olímpicamente. Lo sucedido seguramente tendrá algún impacto negativo sobre los actores principales que quedaron envueltos en lo que se ha terminado transformado en un espectacular fracaso. Tarde o temprano. Y esto no es necesariamente bueno para el Japón. © www.economiaparatodos.com.ar

Emilio Cárdenas se desempeñó como representante permanente de la Argentina ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

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