Acelerando la curva
La economía argentina creció 8% por año con inflación promedio del 10% durante la presidencia de Néstor Kirchner y con Cristina, la primera cayó a menos de 3% y los precios crecieron a una velocidad promedio del 20%.
Hoy la economía flota cerca del 1.5%/2% con inflación del 26% y acelerándose. Estamos en estanflación.
Como casi todo lo que ocurre en economía, a la estanflación se llega luego de un proceso de acumulación de inconsistencias macroeconómicas. No sale de un repollo.
¿Cómo es posible que con los mejores términos del intercambio (relación de precios internacionales de los productos que un país exporta contra los que importa) de nuestra historia, con un crecimiento de más del 50% en la última década, el crecimiento de la economía sea tan débil y la inflación tan alta que nos cabe el calificativo de “estanflación”?
En un mirada superflua se diría que es la fuga neta de capitales (salida de los residentes argentos menos la entrada que hacen los no residentes) que ha “secado” al país de recursos.
Durante los años buenos de la convertibilidad (92-98) fue entrada neta por 0.6% del PBI por año, en el Tequila salida por 8.7% del PBI, en el colapso de 2001-2002 salida por 14.5% del PBI, con Néstor salida de apenas 0.7% del PBI y con Cristina vuelta a las “grandes ligas” de la fuga de capitales por 2.3% del PBI y de 4.5% del PBI en 2011-2013 (su segundo mandato).
Luce tragicómico el discurso kirchnerista del “desarrollo de una burguesía de origen nacional” que fuga capitales como nunca en los últimos 20 años en períodos de bonanza económica (exceptuando las grandes crisis cuando fue infinitamente superior).
El riesgo país acompañó el movimiento de los capitales descripto en el párrafo anterior. Llegó a menos de 250 puntos básicos a fines de 2006, antes de la intervención del Indec por parte del gobierno de Néstor Kirchner, y desde hace años que está cómodo en los 1.000 puntos básicos.
Pero en realidad, lo que aparece en la contabilidad del balance de pagos argentino como “fuga de capitales” más que nada es el financiamiento monetario y con reservas del déficit fiscal de caja (ingresos menos gastos menos pagos de capital de deuda pública) del gobierno que la gente convierte a dólares, los gasta en dólares (turismo en el exterior) o los envía afuera una vez que recibe el pago de un bono en moneda extranjera.
O sea, el hecho de que un nuevo programa económico argentino haya terminado (éste por ahora en estanflación) y haya dado todo lo que podía dar, es por un problema fiscal. Más precisamente, por un crecimiento del gasto público muy por encima de lo mucho que creció la recaudación de impuestos.
Es lo mismo que pasó con el Plan de Inflación 0 de José Bel Gelbard que terminó con el Rodrigazo de mediados de 1975.
O con la Tablita de Martínez de Hoz que terminó con las devaluaciones descontroladas de Lorenzo Sigaut ya desde principios de 1981. O con el fallido Plan Austral con su final hiperinflacionario. O con la Convertibilidad que terminó en la peor crisis de la historia con default de la deuda pública, de los depósitos y una megadevaluación del peso argentino.
En la “Década Ganada”, la recaudación de impuestos creció 10% del PBI (retenciones a las exportaciones 2.5%, impuesto al Cheque 1.8%, más aportes y contribuciones por estatización de las AFJP 1.5%, suba de alícuotas de los impuestos provinciales: 0,5%, no ajuste de los mínimos no imponibles y de las escalas de Ganancias 2.5%, el resto 1.2% por la reactivación al inicio luego del colapso cuando la gente se financiaba no pagando impuestos y mejora en la administración tributaria).
Pensemos que el PBI argentino desde 2003 en pesos corrientes se multiplico por 10. Pues la recaudación impositiva creció más que eso como para que haya crecido en términos del producto bruto 10 puntos porcentuales: 18 veces, una enormidad.
Pues bien, a pesar de eso hoy el déficit fiscal es el tercero más grande en 25 años (4% del PBI), sólo superado por el de la hiperinflación de 1989 con 8% del PBI y el del fin de la convertibilidad con 5.4% del PBI. Con un agravante, el déficit primario (sin intereses de la deuda pública como gasto) es el segundo más grande en un cuarto de siglo, dado que el peso de la deuda pública es bajo ¿Por qué? Porque el gasto público creció 13% del PBI desde 2002, más de $ 1.000.000.000.000 corrientes ($1 billón).
O sea que no sólo el problema fiscal se repite igual que en los últimos 40 años sino que otra vez vuelve a ser de exceso de gasto público respecto de una recaudación que creció mucho.
Y eso nos lleva al populismo. El populismo es el poder político que se sirve de la gente con fines de acumular poder y riqueza personal en vez de las democracias republicanas en las cuales la política es servir a la gente. Y el dispositivo fundamental del populismo es el gasto público y el crecimiento sin límites del tamaño del Estado. Por eso la propaganda oficial, siempre habla de los logros del país pero a partir de las acciones que realiza el Estado argentino. El sector privado parecería un apéndice molesto en el accionar estatal.
En la Argentina, el gasto público es de 37% del PBI pero es sostenido con una presión impositiva de 33% del PBI q se eleva a casi 50% del PBI si tenemos en cuenta que algo más de un tercio de la economía está en negro. Una presión impositiva de 50% del PBI (la mitad del año se trabaja para pagar impuestos) es de las más altas del mundo luego de las escandinavas y la más alta si se la ajusta por el hecho de que Argentina al ser un país de ingresos medios, de ninguna manera puede tener una presión impositiva similar a la de países ricos que nos superan en hasta 4 veces nuestro ingreso per cápita de u$s13.000 anuales (oficiales).
Pero también es absurda la asignación del gasto público que se financia con esa presión impositiva salvaje. La educación pública argentina es mala, la seguridad interna peor, la justicia lenta y la salud pública más deficiente todavía. El gasto público es en realidad una gran transferencia de ingresos desde los que pagan aquel 50% del PBI de presión impositiva hacia el desempleo encubierto que es el empleo público ($350.000M al año), los jubilados y pensionados ($200.000M) y los subsidiados ($150.000M) que suman el 70% de lo que aquí se llama “gasto público”.
Estos $700.000M (30% del PBI) van a 12.000.000 de personas que en su mayoría votan y que, al vivir de un Estado que se la pasa de anuncio en anuncio por cadena todos los días.
Es más, en la campaña política que se está desarrollando de cara a las próximas elecciones legislativas, no hay ninguna propuesta con algún volumen con peso electoral que toque los anteriores temas. Casi todas dan vueltas sobre la necesidad (frente a un fisco exhausto) de crear más impuestos. Hoy el que está en boga es el de gravar las rentas financieras que en realidad sería un impuesto sobre los intereses de los plazos fijos de la gente que hoy ¡están 10% por debajo de la tasa de inflación argentina!
Entonces, no se ve ninguna moderación fiscal, con déficit fiscal que se financia con emisión y reservas del Banco Central. Reservas q caen u$s7.500M por año, inflación en 25% (y acelerándose) y ahora encima un gobierno que comenzó a devaluar a la velocidad de la inflación del peso, con lo cual vamos hacia un escalón inflacionario más alto todavía (parece que no queremos perderle pisada al 40% de piso venezolano).
La duda es si frente a esta aceleración con la curva cerca implica seguir viviendo con períodos de furia del dólar blue seguidos por calmas “chicas” por subas de las tasas de interés (como a principios de este año) o si el juicio con los Buitres en Nueva York y las elecciones nos harán desbarrancar como tantas veces nos ha ocurrido (por más que esta vez el desbarrancar no sea volver a sufrir un 1989 o un 2001).
Fuente: El Liberal (Santiago del Estero)