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jueves 20 de octubre de 2005

Alegoría del buen gobierno

Las instituciones por sí solas no garantizan la existencia de un gobierno que trabaje para el bien común. Son los hombres que integran esas instituciones quienes deben garantizar que éstas no se corrompan.

Nunca sabremos a ciencia cierta cuál ha sido la razón por la cual el Fondo Monetario Internacional (FMI) resolvió calificar de ejemplar al presidente Carlos Menem, otorgándole una distinción en asamblea plenaria realizada en Washington con la presencia de Bill Clinton. Tampoco podremos llegar a desentrañar el misterioso cambio de posición de ese organismo a partir de la dirección ejecutiva de Rodrigo de Rato. Mucho menos sabremos cuánta influencia han tenido en este cambio las diatribas contra el FMI de otro presidente, también justicialista, cuando participa en actos de la campaña electoral.

Pero lo cierto es que tanto el FMI como los famosos “organismos internacionales de crédito” han comenzado a preocuparse por lo que ellos denominan el “buen gobierno”, lo cual implica que existe una contraposición que debiera definirse como el “mal gobierno”.

Visión actual del FMI

En el Boletín Oficial del FMI (19/09/2005, vol. 34, nº 17) se publica un documento encargado al Departamento de Estudios y elaborado por Marton Sommer y Angela Espíritu acerca del “buen gobierno”. Ambos expertos, integrantes del staff del FMI, dicen que la condición fundamental para alcanzar un crecimiento alto y sostenido, logrando mejores de niveles de vida, es la existencia de un “buen gobierno”. Éste se consigue cuando las instituciones mejoran sustancialmente su funcionamiento, todo lo cual queda reflejado en tres cuestiones esenciales: normas codificadas en buenas leyes, convenciones oficiosas inteligentemente resueltas y persistencia de los usos y costumbres comerciales que respaldan una tradición económica confiable.

El análisis utiliza datos de 90 países durante el período comprendido entre 1970-2004 para determinar los factores que producen el mejoramiento institucional de un “buen gobierno”. Allí encontraron los siguientes aspectos:
a) la apertura del comercio porque los exportadores, al estar exigidos a una innovación constante, para sostener el ritmo exportador deben requerir y reclamar cambios institucionales positivos. Por otro lado, los importadores permiten mantener a raya las tentaciones de algunos industriales retrógrados por aumentar los precios internos reduciéndoles la renta monopólica que detentan.
b) la libertad de prensa porque al exigir rendición transparente de las cuentas públicas benefician los intereses del país antes que los intereses de unos pocos poderosos enquistados en el poder.
c) la vecindad con países que tienen instituciones de mayor calidad porque los éxitos de otras naciones acicatean el cambio en el propio país.
d) un mejor nivel de educación puesto que la población más educada participa mejor de la cosa pública y adopta un tono crítico que ayuda a mejorar la toma de decisiones por el gobierno.

En cambio el estudio del FMI sostiene que no inciden fundamentalmente las grandes entradas de capitales financieros porque en general han tenido una correlación negativa con la probabilidad de permitir la transición hacia instituciones mejores, ya que su negocio consiste precisamente en aprovechar el statu quo y la lenidad reinantes.

Visión inimitable del pasado

Hace ya 667 años, el más eximio de los pintores góticos de Siena, Ambrogio Lorenzetti, plasmó una obra extraordinaria sobre estas mismas cuestiones. En formas muy claras, con colores puros y vivos que se asemejan a joyas más que a pinceladas de óleo, Lorenzetti avanzó mucho más que el FMI, el elogio a Menem o la crítica de Kirchner sobre estos temas.

En la Gran Sala de las Juntas de Gobierno en el palazzo comunale de Siena, los visitantes de hoy en día quedan extasiados y absortos frente a cuatro enormes cuadros de dimensiones épicas, pintado en las paredes del palacio. Cada uno tiene un tamaño de 3 por 14 metros y se denominan precisamente “Alegoría del buen y mal gobierno”.

En la pared norte está representado el “buen gobierno”, caracterizado por palacios almenados en perfecto estado de conservación, una gran cantidad de torres, casas con pisos en alto, logias con tiendas prósperas en la planta baja, frontispicios de iglesias, fachadas de residencias de buen gusto, terrazas de distintos colores donde los ciudadanos disfrutan moderadamente de la comida y la bebida. El cuadro muestra el trajín intenso de los comerciantes satisfechos en sus tiendas, los mercaderes que reciben nuevas mercancías, los albañiles diligentes que construyen nuevos edificios y un grupo de encantadoras muchachas que bailan en coro festejando el bienestar y la prosperidad de los habitantes de la ciudad. Del mismo modo, en el campo circundante se ven pastores que conducen rebaños bien alimentados a través de puertas fortificadas provistas en una torre, un grupo de cazadores que abandona la ciudad montados en briosos caballos, aldeanos que concurren en sus burros para revender fardos cargados de productos del campo y la huerta. Un campesino cuida a su ganado y otro labora la tierra. En el vasto paisaje de colinas se distinguen campos bien provistos, viñedos ordenados, olivares y campos frutales apacibles y pequeñas granjas en las inmediaciones de castillos y próximas a bosques y laderas peñascosas. La explicación de porqué se consiguen los efectos del “buen gobierno” en la ciudad y el campo se encuentran en la pared oeste. El gobernante está personificado por la Sabiduría, con rostro bondadoso pero enérgico al mismo tiempo, a cuya izquierda está sentada la Justicia sosteniendo una balanza y a la derecha la Concordia, acompañadas por las virtudes políticas del “buen gobierno”: la Magnanimidad y la Paz Social.

En cambio, en la pared opuesta está el “mal gobierno”, presidido por un gobernante con rostro sombrío y aspecto demoníaco, mal trazado y vestido con ropas oscuras. En lugar de Sabiduría se atribuye Poder Omnímodo, con un tizón en sus manos presto para amenazar a los súbditos y una copa enorme para recibir sus tributos. Este mal gobernante está rodeado por los peores vicios que ocasionan las consecuencias negativas de un “mal gobierno” carente de orden. A su derecha están representadas la Crueldad, la Envidia y el Rencor. A la izquierda, se encuentran la Codicia, la Vanidad y la Arrogancia. La Justicia aparece aherrojada con sus manos atadas y a los pies del Poder Omnímodo. Los robos, los actos de violencia y los crímenes están a la orden del día porque gozan de la impunidad y del apoyo oficial.

Colofón

Es tan vívido y aleccionador este majestuoso conjunto de pinturas político-institucionales que bien valdría recomendar al FMI y a los “organismos internacionales de crédito” que antes de redactar un nuevo documento sobre el “buen y mal gobierno” visiten este maravilloso relato de Lorenzetti y recojan sus enseñanzas.

Así como el Consenso de Washington desilusionó a muchos observadores que esperaban un resultado mejor y más justo para el mundo en vías de desarrollo, así también ahora el enfoque del “buen gobierno” puede resultar pueril. Porque en realidad de lo que se trata no es de un cambio abstracto de las instituciones. Las instituciones son entelequias y no pueden mejorarse si no están integradas por hombres y mujeres probos, decentes, con espíritu de grandeza y sujetos a unos principios éticos sinceros y no declamados. Los seres humanos de carne y hueso tienen vicios y virtudes. Si predominan los primeros, las instituciones se corrompen aun cuando hayan sido óptimamente diseñadas. En cambio, si las virtudes tienen mayor importancia en la conducta de la clase dirigente, cualquier imperfección institucional puede ser salvada por este espíritu superior dirigido hacia el bien común. © www.economiaparatodos.com.ar



Antonio Margariti es economista y autor del libro “Impuestos y pobreza. Un cambio copernicano en el sistema impositivo para que todos podamos vivir dignamente”, editado por la Fundación Libertad de Rosario.




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