En muchos (no todos) de nuestros escenarios políticos latinoamericanos -transitoriamente dominados por la izquierda y su total falta de pudor- se puede decir prácticamente casi cualquier cosa, de cualquiera. Sin mayores límites, ni mayores consecuencias personales para quien insulta o injuria. En los hechos, se “hace política” con absoluta impunidad. Especialmente respecto de los adversarios, a quienes se suele “demonizar” y “calificar” constantemente con los sayos más diversos, para así desacreditarlos mecánicamente frente a la opinión pública. Si no me creen, pregúntenle a Enrique Olivera.
Como si la moral no existiera, ni los principios tampoco. Es bien lamentable, pero es amargamente así. Por esto muchos evaden la actuación pública; por esto no se castiga, ni condena, al nepotismo en la política; por esto las dinastías y los matrimonios políticos, como fórmulas de aferrarse al poder; por esto se pisotea la independencia del Poder Judicial, lo que permite recurrir descaradamente ante jueces complacientes o atemorizados para desprestigiar y desgastar a quienes no pertenecen al propio rebaño; por esto es que la corrupción es una peste endémica en la “clase política”; por esto la postergación de todos; por esto la cadena de frustración; por esto las promesas grandilocuentes de “nuevas” políticas “serias” resultan sólo adaptaciones tramposas de las anteriores y pronto se descubre que enfrente hay solamente “más de lo mismo”.
Las interminables cataratas de improperios no tienen solamente como blancos a los adversarios domésticos, sino que se recurre a ellas también cuando se habla en el campo de la política exterior. Como si, de pronto, los latinoamericanos hubiésemos abrazado el estilo norcoreano.
Pero, a veces, las cosas que se dicen complican, luego, la vida. Especialmente cuando el blanco es un país que se mueve con pautas de otra índole, más respetuosas, más civilizadas, donde las cosas graves que se dicen no se esfuman misteriosamente en el aire, como si nada hubiera pasado.
Esto es algo que seguramente acaba de descubrir la ahora senadora boliviana, Leonilda Zurita, una mujer del mundo de la política con gran cercanía con Evo Morales, que intentó visitar a los Estados Unidos para, dijo, dictar allí “un ciclo de conferencias”, ante un público anglosajón que ella suponía estaba ansioso por escucharla. Aunque no tuviera mayores antecedentes que justificaran su pretensión académica.
A la luz de lo que recordamos de los viajes de nuestra propia senadora, la nunca bien ponderada doña Cristina K (que sabemos, como en la canción, “nos quiere gobernar”), que (organizados prolijamente por el periodista que circunstancialmente es nuestro cónsul en Nueva York, aunque de diplomacia no sepa absolutamente nada) tuvieron siempre entre sus objetivos prioritarios las visitas de doña Cristina a los deslumbradores shopping centers del país del norte, el viaje de la Zurita seguramente tenía (más o menos disimulados, como sucede siempre) algunos otros “propósitos personales”.
Pero a la Zurita le “denegaron” la visa que es imprescindible para poder entrar al país de Lincoln. Pobrecita, ahora piensa ir de compras a los shopping de Cuba, seguramente.
Ocurre que la Zurita desde hace dos años aprovecha las manifestaciones políticas para gritar -enfervorizada y a voz de cuello- cosas tremendas como: “¡muerte a los yanquis!!” o “¡larga vida a la coca!”. Por eso, el Departamento de Estado norteamericano le comunicó que no era merecedora de una visa.
Ahora, don Evo Morales está “pidiendo explicaciones” a los “gringos”. Las razones, a nosotros, al menos, nos parecen claras ciertamente. Porque son obvias y hasta lógicas, por lo que no debieron sorprender a nadie.
La alternativa para la Zurita es, quizás, la playa de Baradero, para allí poder tostarse al sol. Pero es una opción muy distinta, porque estará rodeada de gente que quiere escapar de su país y, sin embargo, no puede. Y porque las “compras” con las que pudo soñar quedarán, por ahora, postergadas. Para otra ocasión. Y los pretendidos discursos -presuntamente académicos-, habitualmente llenos de lugares comunes y visiones equivocadas y caprichosas de la realidad, también.
Esto último, me arriesgo a creer, no afectará a las “multitudes” de curiosos norteamericanos que pudieran estar inquietos por escuchar a la Zurita y abrevar en su sapiencia. Como le ocurriera siempre -hasta ahora- a nuestra poderosa doña Cristina (la que “nos quiere gobernar”), los concurrentes a las frustradas conferencias de la Zurita habrían sido seguramente muy poquitos y, probablemente, en su inmensa mayoría de su misma nacionalidad. Y, naturalmente, “del mismo palo” de la oradora; cuidadosamente seleccionados previamente, entonces, para evitar a las damas cualquier tipo de “problemas”. De la libertad de opinión, o las disidencias, pegúntenle a Fidel. Y al bueno de Timerman, nuestro “filtro” (cónsul) oficial en el país del norte, ahora en llamativo “silencio de radio”, como si no quisiera estropear sus elevadas “chances” de reemplazar a Bordón en Washington. De la mano de la que “nos quiere gobernar”, doña Cristina, claro está. Lo que “ayuda”, y mucho. © www.economiaparatodos.com.ar |