El principio fundamental sobre el cual se basa un gobierno sujeto a la ley consiste en que los gobernantes tienen límites estrictos en el uso del poder que les confieren los ciudadanos, esto implica, entre otras cosas, que todos somos iguales ante la ley, lo que significa que los gobernantes no pueden, si pretenden ser realmente democráticos y republicanos, sancionar leyes por las cuales unos son más iguales que otros.
Cuando los gobernantes no acatan esos límites, terminan transformándose en dictadores, por más que hayan llegado al poder por el voto de una mayoría circunstancial. Hitler llegó al poder con el voto de la gente y terminó generando una guerra mundial que causó millones de muertos. Perón llegó al poder con el voto de la gente y persiguió a sus opositores políticos, confiscó el diario La Prensa e incitó a la violencia desde el balcón de la Casa Rosada. Chávez, luego de un intento golpista, llegó al poder con el voto de la gente y ahora no para de violar los derechos de los que piensan diferente a él. De manera que tener votos no significa, por definición, ser un gobierno sujeto a la ley.
Cuando los gobiernos pueden sancionar leyes por las cuales unos tienen más derechos que otros, lo que termina ocurriendo es que el Parlamento y/o el Ejecutivo se transforman en un mercado en el cual se “venden” privilegios al mejor postor.
La Argentina es el paraíso de la desigualdad ante la ley. Por ejemplo, ¿por qué causa el campo tiene que pagar tantos impuestos, siendo discriminado respecto a otros sectores? Muy fácil, porque el campo genera ingresos importantes, lo suficientemente importantes como para que los gobiernos se apropien de parte de ellos. Ahora bien, como, además, en la Argentina debe haber no más de 400.000 productores agropecuarios y suponiendo que cada productor aporta 3 votos familiares, la cuenta que hacen los políticos es la siguiente. ¿Cuánta plata me puede aportar el campo? Digamos $ 10.000 millones al año. ¿Cuántos votos representa el campo? El 6% del padrón electoral. Resultado: al campo se lo puede esquilmar porque no pesa electoralmente. Éste es un claro ejemplo de cómo el Estado puede violar derechos de terceros para conseguir el voto de otra mayoría más amplia que es la que se beneficia del saqueo que sufren los productores. ¿Cómo los demagogos no van a conseguir el voto de las mayorías si prometen beneficiarla con la plata ajena? En definitiva, lo que están proponiéndolo al votante es: “votame a mí, que yo te voy a hacer vivir a costa del trabajo de otros”.
Claro que así como al principio los gobiernos avanzan sobre los derechos de unos pocos, con el beneplácito de las mayorías que se benefician de la expoliación de esos terceros, con el tiempo, los gobiernos no sujetos a la ley terminan avanzando sobre los derechos de casi todos. ¿Por qué? Porque estos gobiernos no sujetos a la ley son gobiernos populistas que se limitan a redistribuir lo que producen unos pocos. El negocio bajo los gobiernos populistas es repartir la plata ajena y ni se ocupan de crear las condiciones necesarias para producir e invertir. El problema es que como todos ven que la forma de avanzar es conseguir que el Estado viole los derechos de terceros para favorecerlos, el sistema termina paralizando la producción y limitando seriamente el ingreso disponible para redistribuir. Esto significa que, indefectiblemente, los gobiernos populistas terminan encontrándose con demandas de todo tipo y escasos recursos para repartir, pero, en el camino, cuando van viendo las restricciones que tienen para exprimir a los sectores más eficientes, empiezan a exprimir a los menos eficientes, hasta que terminan abarcando a casi toda la sociedad.
Pero los gobiernos no sujetos a la ley con mayorías circunstanciales de votos también van tratando de ganarse el favor de los medios. Con los fondos públicos “compran” titulares con buenas noticias o, mediante presiones de todo tipo, logran que la televisión se transforme en el circo que entretiene a la gente mientras ellos disfrutan del negocio de “vender” privilegios, gracias a que, suponen, el voto de la gente les legitima cualquier tipo de latrocinio.
Así, gobiernos no sujetos a la ley surgidos del voto avanzan sobre los derechos de propiedad, reparten la plata de los contribuyentes para ganar elecciones, mantienen callados a los medios, “venden” privilegios y, muchas veces, van desarticulando el brazo armado del Estado para que, llegado el momento, el ciudadano común quede totalmente indefenso frente al nuevo monopolio de la fuerza que crean estos gobiernos. Monopolios de la fuerza que suelen estar en manos de incondicionales al dictador de turno surgido de las urnas. Es en ese momento que la gente se da cuenta de que ya es tarde porque la población quedó totalmente atada de pies y manos y no tiene escapatoria frente a la opresión. Una vez que Hitler había copado el poder, ¿podía alguien oponerse a sus dictados y plantear otro tipo de gobierno? El aparato de coerción y compulsión del Estado se transforma, de esta manera, en una maquinaria de violar derechos en vez de ser utilizado para defender los derechos de los ciudadanos. Así, aquellos que se habían “ilusionado” con las promesas del dictador, empiezan a advertir que ya no son los otros los que sufren la persecución. Dirigentes sindicales, empresarios aduladores, periodistas y demás sectores de la sociedad pasan a estar bajo libertad condicional. Ahora les toca a ellos. Pero, lamentablemente, cuando se dan cuenta del monstruo que alimentaron y adularon, ya es tarde. Las fuerzas de choque del dictador tienen el monopolio de la fuerza y son expertas en romperle la cabeza de un palazo a cualquiera que piense diferente o mandarlo por 20 años a un calabozo inmundo como hace Fidel Castro.
La democracia es un sistema de gobierno maravilloso, pero les exige a los ciudadanos estar siempre alerta del acecho de sus depredadores, porque si los depredadores (gobiernos no sujetos a la ley) toman el poder, aunque sea por unos escasos votos, cuando la gente quiera reclamar por su libertad, ya será demasiado tarde. © www.economiaparatodos.com.ar |