Argentina tendrá el más alto crecimiento económico entre los países de América Latina el 2004: alrededor del 6%. ¿Significa eso que está en clara vía de recuperación? ¿Puede Chile entonces confiar en la normalización del comercio, tanto para nuestros exportadores como para que nuestros consumidores sigan abasteciéndose con tranquilidad de gas y otros productos?
Mucho me temo que no será así. Los empresarios y el gobierno chileno deben ser cautelosos con las promesas argentinas. El crecimiento de este año es sólo un bote más en la pendiente de caída que lleva Argentina hace más de 50 años. El último tiempo, en vez de haberse rectificado, se han agravado las políticas económicas y prácticas políticas que llevaron a la actual crisis.
Se acumula cada vez más evidencia que los países se desarrollan con libertad de trabajo y emprendimiento, con instituciones confiables que den estabilidad a los contratos y a las políticas, generando ahorro, inversión, trabajo y educación.
Se crece creando riqueza y no disputándosela. Con más emprendedores y no nuevas empresas públicas; invirtiendo y no regulando más; con políticas eficientes y no con retórica; dándole seguridad a los inversionistas y no poniéndoles trabas, ni acusándolos generalizadamente de explotadores o aprovechadores. En resumen, con más espacio para el desarrollo de las empresas y menos para la expansión del Estado.
Nada de eso está ocurriendo en la Argentina de Kirchner. Su gobierno es probablemente lo más parecido a la Unidad Popular que ha tenido América Latina desde Allende. Lo que predomina es el populismo. El presidente y los ministros parecen obsesionados por obtener apoyo y aprobación de la gente, prometiendo cosas que no pueden cumplir. Creen que todos los problemas económicos vienen de la maldad de las empresas y que todo se puede corregir con la intervención del Estado.
Chile con el gas natural no es la única víctima de ese estilo del gobierno argentino. Lo es toda su población que a la larga va a seguir empobreciéndose. Un ejemplo reciente es lo que pasó el mes pasado con el gas licuado, cuyo precio se elevó por la situación internacional y la falta de inversión doméstica. Solución: fijar un precio más bajo para los balones chicos usados en los sectores populares. Las empresas se opusieron. Acusaciones de todo tipo contra ellas. Apoyo popular al gobierno, de los dirigentes sindicales, parlamentarios, etc. Resultado: ganó el gobierno, se fijó un precio bajo. Perdió la gente; no se podían encontrar balones chicos de gas. Se vendían en locales especiales que cubrían menos del 10% del consumo. Pero allí tampoco se conseguían porque algunos los obtenían antes y los revendían a precios muy superiores, creando un gran mercado negro de gas licuado. Así como ese hay muchos otros ejemplos de políticas demagógicas e ineficaces.
Uno de los problemas centrales de Argentina es la corrupción. Esta sólo puede terminarse con menos regulaciones e intervención estatal. Por definición, si no hubiera tantos precios y regulaciones fijadas por el gobierno, no se le pagaría a tantos funcionarios y políticos para que los fijen a favor de quienes pagan la corrupción. Por lo tanto, a pesar de las promesas retóricas actuales, con más intervención estatal la corrupción va a crecer y no disminuir.
No hay razón para esperar que los problemas de fondo de Argentina se vayan a solucionar con el actual estilo de gobierno. El proyecto para que las provincias dejen de tener la facultad de endeudarse todavía no logra aprobarse. Las negociaciones con el FMI siguen estancadas, la inversión extranjera sigue cayendo (de US$ 2.200 millones el 2001 a US$ 232 millones el 2003); la deuda externa sigue siendo gigantesca y Argentina sigue encerrada en el Mercosur y su política comercial proteccionista obsoleta modelo 1960.
Para agravar las cosas han aparecido problemas nuevos: la pobreza y la delincuencia crecientes, los secuestros, los cortes de caminos por los piqueteros (que subieron a 130 mensuales este semestre contra 106 el año pasado). En esas condiciones no llegará inversión extranjera ni nacional para generar un verdadero crecimiento. Y sin él no habrá estabilidad social ni política.
Sé que es triste y duro decir estas cosas. Pero cerrar los ojos ante la evidencia llevará a peores consecuencias. Los consumidores, gobernantes y empresarios chilenos podrían pagar altos costos si ingenuamente creen las promesas argentinas y ceden antes sus amenazas e imposiciones. Argentina tendrá que hacerse responsable de sus actos si quiere revertir su suerte. Seguirá cuesta abajo si sigue creyendo que todos sus problemas se deben a causas ajenas. Chile debe apoyarse en el derecho internacional y presionar por el cumplimiento de los contratos y el imperio de la ley. Así ayudará verdaderamente al pueblo argentino a salir adelante, en beneficio propio y de vecinos como nosotros a quienes nos importa e interesa su progreso y bienestar.
Ernesto Tironi es economista y asesor de empresas.
El artículo que aquí reproducimos fue publicado en el chileno Diario Financiero, sección Opinión, el 28 de julio de 2004. (ver: http://www.eldiario.cl/shnoti.asp?noticia=22644) |