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lunes 31 de marzo de 2014

«Argentina: entre lo que parece y lo que es»

«Argentina: entre lo que parece y lo que es»

Frente a la imagen, en plena época digital, la palabra y el relato, se extinguen

Todo parece demasiado alborotado. Pero la Argentina no es un mar picado y bravío sino un río que cuando parece calmo, provoca la más feroz corriente y arrasa sin salvaguarda. Así nos lleva. No hay forma de prever cómo serán las mareas.

En ese escenario ha trabajado el kirchnerismo desde su asunción en el 2003, no desde el 2005 o el 2007. En este sentido sucede algo parecido a lo acontecido con cierta historia del país: el terrorismo de Estado no nació en 1978 sino en 1976 aunque se lo “festeje” un 24 de marzo, y se decrete que fue hace 38 años.

Este modelo es el modelo de Néstor, lo fabricó en Río Gallegos y lo perfeccionó a nivel nación luego. Entre sus consignas más básicas estuvo y está la de no mencionar ni mostrar nada que evidencie la ignominia, la ineficacia y el fracaso. Lo ha logrado durante un tiempo demasiado largo.

Llevado a otro plano, uno más doméstico supongamos, es como si una ama de casa mostrara su hogar brillando a fuerza de barrer debajo de la alfombra, la suciedad. Inexorablemente llegará el día en que el piso lucirá como el dibujo de la boa tragando al elefante que hiciera El Principito de Saint Exupery. Habrá quienes siguen insistiendo en que es un sombrero, pero lo cierto es que no puede disimularse más ni al elefante ni a la boa.

Los deshechos no son siempre reciclables y el hogar ya no luce impecable. Frente a la imagen, en plena época digital, la palabra y el relato, se extinguen. No sirven más. Pretender venderlos en el mercado es pretender el éxito de una fábrica de miriñaques o daguerrotipos.

Lo cierto es que la alfombra se ha convertido en frazada, y estamos sufriendo la limitación de su tamaño. Si tapa por un costado, destapa por otro. Esto sucede encima en todos los ámbitos: desde la economía hasta lo institucional sin descartar tampoco al grueso del tejido social. Y explica de alguna manera, aunque no justifica, el linchamiento que dejó muerto a un ladrón, la semana que pasó, en Rosario.

Hartazgo desbordado. Se quebró hasta el contrato social. El barco se hunde y el “sálvese quién pueda” muestra la verdadera naturaleza, desnuda la idiosincrasia nacional.

Por eso, justamente, a la inflación real se le suma la criolla: “Por las dudas, te cobro de más“, y se genera un círculo vicioso donde ni siquiera quienes se creen beneficiados lo son en realidad. En definitiva, ellos viven también en esa Argentina y padecen esa Argentina, pese a los microclimas que dan sensación de otra escenografía. Esos microclimas son el maquillaje de los artistas. Dura un rato y luego se cae a pedazos. La mentira no deja de ser tal aunque se la disfrace de verdad.

En el trayecto, el kirchnerismo se apropió títulos que no le pertenecieron jamás. Presentó la “democratización de los derechos” como presentara antes la merluza compactada o el “mirar para cuidar” que descuidó la credibilidad. Si algo había de popular en Argentina eran los derechos humanos. Nadie los cuestionaba hasta el 25 de mayo de 2003. Desde entonces, fueron populares a conveniencia del matrimonio presidencial, se politizaron y terminaron bajando un cuadro para subir otro sin diferencia o muy similar.

En consecuencia, todos tenemos derecho a todo, incluso a matar a patadas si nos roban una cartera. Si a ésto le sumamos la desconfianza que se ganó en buena ley, la dirigencia en general y el gobierno en particular, terminamos creyendo que el ladrón apaleado por la gente en la vereda es la solución pues, de lo contrario, entra a la cárcel por la puerta de adelante y sale, ya no por la de atrás, sino por la misma que acababa de atravesar. Y encima al hacerlo, saluda al vigilante. Se ha logrado algo que no es en absoluto fácil: que el remedio sea peor que la enfermedad.

En este contexto, es comprensible que surja Sergio Massa vitoreado por “audaz”. 

También lo fue Néstor Kirchner, ¿y quién puede negar la audacia de Cristina Fernández? Pocas veces se ha visto otra igual. Ahora bien, ¿esa es la virtud que elige en el cuarto oscuro la sociedad? La honestidad queda relegada, se ha descartado porque se hizo carne la idea de que un político no puede ser honrado.

Claro que es verdad que el ex jefe de Gabinete llega antes, que se adelanta a los hechos y a las respuestas, y lo hace muy bien porque aprendió y se ejercitó con el mejor maestro: el kirchnerismo. Y puede que suceda en este caso la paradoja del alumno que supera al maestro. O no. Se verá llegado el caso. No suma hacer “futurología” en el reino del corto plazo.

Asimismo, el enigma Scioli no puede ser explicado por un analista político en Argentina sino que requiere, para ser comprendido, de la psiquiatría. La gente puede desdeñarlo, criticarlo, etc., pero no lo responsabiliza ni de aquello que él mismo puede haber generado y es responsable en primer grado. ¿Por qué pasa esto? Porque Cristina ha fallado una vez más. El ex motonauta es el resultado de otro de sus tantos boomerang.

Néstor lo apretó en público, ella lo acostó con los aguinaldos y lo que parecía un hecho aislado derivó en costumbre. Daniel Scioli es el truco de un mago que sólo sabe eso de magia, y la carta terminó cayéndosele de la manga. Así como muchos trucos pasan desapercibidos, otros no. Y este es un caso de excepción a la regla digamos.

Hoy todo cuanto le pasa al gobernador bonaerense parece ser provocado por una mano negra que ópera desde Balcarce 50. La culpa pues también apunta al despacho de la Presidente. Finalmente, Scioli no es sino sciolista, como Massa no es más que massista. A otros con los engaños. 

En este teatro la función de mañana es una réplica exacta de la que vieron la semana pasada aún cuando se altere la escenografía. No hay causas, hay consecuencias, y no hay arte de magia. Lo único que puede cambiar apenas es el costo de la entrada.