Después de escuchar las acusaciones formuladas por Gustavo Béliz sobre el comportamiento de la SIDE y del gobierno en general, volví a mi viejo dilema de tratar de definir cuál es el problema de fondo que tiene Argentina, porque dependiendo de las características del problema, las soluciones son diferentes. ¿Cuál es mi viejo interrogante o el dilema que tengo? Tratar de saber si Argentina está en permanente decadencia por causa de una cuestión de mafias que luchan por el poder o si, en cambio, tenemos un problema de ideas equivocadas que, sistemáticamente, la gente apoya con su voto.
¿Por qué pensar que podemos tener un problema de mafias? Porque los comportamientos de una buena parte de la dirigencia política muestran que son capaces de utilizar cualquier método para conservar el poder. ¡Cuántas veces se ha hablado de las carpetas con que se tirarían unos contra otros para demostrar la corrupción del adversario! Y, al igual que cuando existía la Guerra Fría donde ninguna de las dos potencias nucleares se animaba a apretar el botón porque saltaba todo al diablo, ahora tampoco se animan a abrir las carpetas porque, aparentemente, todos perderían (obviamente, todos son ellos, los políticos). Resultado: cada uno de los contendientes sigue acumulando carpetas por las dudas, igual que Estados Unidos y la Unión Soviética acumulaban bombas nucleares.
Otro ejemplo que podría darse respecto a comportamientos mafiosos fue la caída de De la Rúa. Al margen de su incapacidad para liderar los cambios que requería el país, lo cierto es que a fines de 2001 a la gente le agarró un ataque de hambre y salió a saquear supermercados. A los 20 días, cuando ya no estaba más De la Rúa en la Casa Rosada, la inflación se disparaba, el salario real se destrozaba y la pobreza aumentaba en forma exponencial, pero a la gente, repentinamente, se le pasó el ataque de hambre y dejó de saquear los supermercados.
Los ejemplos sobre comportamientos mafiosos podrían seguir. Pero el punto central es éste. Si tenemos un problema de mafias quiere decir que nos caben dos posibilidades para salir de la decadencia: a) utilizar los mismos métodos de la mafia para desplazarla, con lo cual uno también se vuelve mafioso, o b) resignarse y, ante cada elección, optar entre Al Capone y Frank Niti. Así, cada votación consistiría en elegir al mafioso más eficiente, si es que existe tal categoría de mafioso. Espero que exista otro camino alternativo a los dos que acabo de plantear.
Si no tenemos una cuestión de mafias y lo que debemos enfrentar es problema de ideas, el asunto no es menos complicado, porque el trabajo para cambiar la Argentina puede llegar a ser titánico. Lo que hay que lograr es que la gente modifique su comportamiento electoral y vote, no al político que le promete más dádivas, sino al que le promete crear las condiciones necesarias para que cada uno pueda crecer en base a su esfuerzo personal, trabajo e inteligencia.
Uno puede suponer que con el simple ejercicio de emitir el voto regularmente, la gente va aprendiendo la lección y deja de votar a los demagogos que prometen todo tipo de bendiciones sin ningún esfuerzo para la población. Sin embargo, la realidad es que en cada votación uno no deja de sorprenderse del comportamiento del electorado, ese mismo electorado que luego termina despreciando a quien eligió en las urnas, para luego votar a otro que es peor que el anterior.
Soy plenamente conciente de que lo que acabo de decir es políticamente incorrecto. Es más, alguien podría argumentar lo siguiente: ¿quién se cree que es Cachanosky para contradecir la voluntad de la mayoría?
Y aquí el punto es doble: a) la mayoría, por el sólo hecho de ser mayoría, no necesariamente tiene la razón, y b) personalmente no tendría ningún problema en que la gente elija a los peores, siempre y cuando no me transfieran el costo de los desaguisados que cometen los peores cuando llegan al poder. En otras palabras, si una mayoría circunstancial se deja encandilar por el demagogo de turno, lo ideal sería que esa mayoría circunstancial y sólo ella, tuviera que bancarse los disparates del demagogo que obtuvo la mayor cantidad de votos. Pero, lamentablemente, con esta democracia trucha que tenemos, el costo nos los tenemos que bancar todos.
Así que, si el problema es de ideas, no queda otro camino que seguir machacando sobre los perjuicios del populismo hasta que, posiblemente algún día, la mayoría de los votantes cambie su forma de votar o el desastre que hagan los populistas sea tan grande, que la gente modifique su comportamiento por la realidad de los hechos. En este sentido tengo que confesar que, por el momento, tengo mis reservas sobre esta posibilidad, al menos en lo inmediato. ¿Por qué? Porque si la mayoría aprendiera viendo la realidad, Kirchner nunca podría haber llegado a ser presidente, siendo que contaba con el apoyo de Duhalde, quien no dejó desastre por hacer en su breve paso por la presidencia.
El gran desbalance entre los populistas y los que creemos en un Estado sujeto a la ley es que los populistas prometen subsidios, proteccionismo y dádivas de todo tipo. Los que creemos en los beneficios de un gobierno sujeto a la ley lo que le podemos ofrecer a la gente son reglas de juego claras y estables para que puedan desarrollarse en libertad. La verdad es que lo nuestro es intangible y difícil de vender. Lo de los populistas es fácil de vender y bastante tangible. Posiblemente, en el próximo descalabro en que derive el populismo actual, la gente recapacite y escuche a quienes sólo ofrecen como política de gobierno ni más ni menos que reglas claras para que cada uno pueda prosperar trabajando. Un gobierno previsible. Que no expolie a los contribuyentes. Un país en el que cada padre no tenga terror de que su hijo sea secuestrado por un grupo de facinerosos o atacado por una banda de delincuentes. Un país donde, como antes, se pueda caminar tranquilamente por la calle disfrutando de la ciudad. En definitiva, un país donde se pueda vivir, trabajar y prosperar en paz.
Es por esta última razón que Economía para Todos sigue saliendo. Porque creemos que el debate por las ideas no está perdido y que la Argentina puede ser un país para ser disfrutado por sus habitantes.
Mientras tanto, como no tengo respuesta al interrogante con que comencé esta nota, me limito a pensar que la Argentina tiene un doble problema: un problema de mafias y un problema de ideas.
La tarea que nos queda por delante, entonces, es buscar el camino para solucionar ambas cuestiones. © www.economiaparatodos.com.ar |