Hace un tiempo, en algún lugar impiadoso para con el ego nacional, surgió esta broma: con la palabra “argentinos” sólo puede formarse, usando las mismas letras en posiciones distintas, la palabra “ignorantes”.
Un reguero de incredulidad, mezclada con asombro y bronca, surgió de inmediato entre nosotros. “¿Cómo se atreven?” fue la pregunta que resumía el sentimiento de estupefacción.
Sin embargo, si definimos la ignorancia como algo parecido a la tozudez, la terquedad y a la persistencia en lo obtuso, deberíamos rever nuestro enojo y preguntarnos si aquella broma brutal no llevaba en sí el germen, a veces incómodo, de la verdad.
La repentina idea de querer cancelar la deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha generado una serie de comentarios que van desde aquellos que consideran el intento como una locura hasta aquellos que lo ven con buenos ojos. Dentro de estos últimos está el mismísimo Gobierno, que ha insinuado la posibilidad de reformar (nuevamente) la carta orgánica del Banco Central de la República Argentina (BCRA) para permitir que la institución financiera pueda prestarle más dinero al Tesoro, entre otras cosas para cancelar deuda. Muchos han dicho, incluso, que la idea de la independencia del BCRA es un mito, propio de los resabios “noventistas” que deben arrasarse.
Otros (entre ellos, obviamente, el Gobierno) se han preguntado por qué algunos se asombran ante esta posibilidad cuando se han pasado la vida criticando la política de endeudamiento permanente. “Ahora –dicen- que queremos pagar y cancelar deuda, tampoco les gusta…”
Cancelar deuda siempre estará bien. Se trata, en definitiva, de un acto de honor. Y nadie que defienda causas o ideas honorables puede estar en contra de que nuestras deudas se cancelen. Lo que aquí me gustaría profundizar es la verdadera motivación de este súbito empecinamiento nacional.
La deuda es hoy, paradójicamente, nuestro único vínculo con el mundo y, más aún, con los mercados internacionales. La Argentina no existiría si no fuera porque tiene deudas que pagar. En las condiciones que el mundo ve hoy al país, -sus perfiles, sus ideas, su horizonte, sus alianzas-, no le prestaría un solo minuto de su tiempo si no fuese porque quiere cobrar lo que le corresponde. El Universo soltaría la última mano con la que sostiene a este conjunto de díscolos y los abandonaría a su suerte. “Si quieren probar que el sol sale por el Oeste, sigan intentándolo solos”, nos dirían sin el menor atisbo de piedad. Pero resulta que por querer cobrar o por querer darles una lección a futuros países en default siguen en un recio contacto con nosotros.
Ese contacto nos molesta. Es como un constante recordatorio de que el mundo tiene otras maneras de ver las cosas; de que para ellos el sol sale por el Este y de que no tienen ninguna intención de sumarse a una quijotada estéril.
Cortar el último lazo con ese repiqueteo incómodo nos subyuga. Pasaríamos a girar en nuestra propia órbita, lejos de los equivocados y en compañía de nuestra propia soledad, con la mirada puesta en demostrar, de aquí a un tiempo, que, como nosotros decíamos, el sol sale por el Oeste.
Esta es la verdadera motivación del repentino ataque de honradez: el llegar al ansiado aislamiento, lejos de las contaminaciones, encerrados en nuestro propio cascarón. Allí seremos los mejores, nunca equivocados, fuera de toda competencia…
Si el deberle dinero a una institución como el FMI nos separa de este ideal, pues debemos pagarle. “¿Porque te debo no puede aislarme?”. “Pues bien, aquí está lo que te debo. Y no quiero saber más nada con vos”. Este es el resumen simple de la idea.
El FMI, más allá de sus justificados cuestionamientos, es una institución que resume el entendimiento del mundo actual. Más que una institución financiera es una institución filosófica. Quien pretenda cortar sus lazos con él, más que ganar independencia está enviando un metamensaje al mundo. Algo así como “no comulgo con tus formas, con tus ideas, con tu filosofía”.
Y es aquí donde vuelvo al juego de letras del título. Sólo hay una cosa peor que rendirse: defender causas perdidas. Gastar energías valiosas en pretender demostrar la planicie de la Tierra no es de valientes, es de ignorantes. Alzar una lanza imaginaria al cielo y perseguir utopías muertas no es propio de los románticos ni de los corajudos, es propio de los idiotas.
Una reciente encuesta de Hugo Haime arrojó como resultado que una sólida mayoría de argentinos está dispuesta a que se mejore la oferta a los bonistas con tal de salir del default. Si este resultado lo interpretamos en el sentido de que la sociedad quiere volver al mundo y no soporta el aislamiento, entonces es fácil identificar dónde se concentra el conjunto de ignorantes. La broma de “argentinos-ignorantes” no se le podrá echar en cara a la gente sino a gobiernos miopes. Si, por el contrario, la interpretación va en el sentido de que la sociedad también prefiere cerrar el capítulo financiero que nos mantiene unidos al mundo para cortar su último lazo con él, entonces, el patrimonio de la ignorancia no solo alcanzará a los que nos gobiernan sino que nos cubrirá a todos. © www.economiaparatodos.com.ar |