Arquetipo del demagogo
«Ponte una corona, haz una libación a la estupidez y ataca a tu rival denodadamente«. – Demóstenes
La demagogia desde los tiempos de la antigua Grecia se ha caracterizado por constituirse en una falsificación y una corrupción de la democracia. El centro, eje y motor de un proceso de esta naturaleza es el líder transformado en demagogo. Este personaje ha sido caracterizado por Emilio Temprano, investigador en este campo, como un centauro de la vida política, al cual se le distingue a mucha distancia.
Plantea el mencionado autor que el demagogo «apenas pronuncia sus primeras palabras, ya se sabe cuál es su intención: el mandato, la dominación, el lucimiento, pero, fundamentalmente, la permanencia en el torbellino del éxito». En tal sentido, si hay algo que debe reconocerse en este tipo de líder es su tesón por figurar y estar en primera línea en el escenario político. Así como el vampiro de los relatos de terror vive de la succión de la sangre humana, el demagogo vive de la exaltación a su imagen, de los aplausos y los elogios. El demagogo es egocéntrico y no soporta que otro le «robe» el escenario.
El investigador consultado es de la opinión que uno de los elementos que forman parte de su personalidad es «su fluida oratoria provocativa contra sus oponentes y su habilidad para halagar al ‘pueblo». Sin embargo, manifiesta que el demagogo no debería fiarse de tales lisonjas, pues la antigua sentencia latina ya advierte que: ‘No des fe a los cazadores de palabras demasiado halagadoras. El cazador atrae a los pájaros con el dulce sonido del caramillo’. De ahí que la facilidad de los demagogos para la adulación da mucho qué pensar».
Temprano esboza un conjunto de rasgos propios de los demagogos de todos los tiempos, ante cuyos líderes y discursos «hay que tomar las debidas precauciones si no se quiere terminar preso en la telaraña urdida con la incansable elocuencia de estos demiurgos». He aquí, pues, algunas de las características psicológicas esenciales de los demagogos:
– Autoritarismo.
– Insolencia y arrogancia.
– Fácil elocuencia, con un don innato a la persuasión.
– Excelente «comunicador» para convencer a las masas.
– No duda jamás, vive de afirmaciones y negaciones rotundas.
– Se alimenta generalmente de tópicos vulgares.
– Es violento y provocador nato.
– La difamación y la calumnia suelen ser a veces sus armas predilectas.
– Recurre, si es preciso, a la emoción inflamada.
– Utiliza la ironía retadora o el humor bufonesco.
– Su oratoria se asienta en los prejuicios más rastreros.
– Desprecia cualquier opción alternativa, aunque
hable difusamente de derechos humanos.
– El reduccionismo histórico está presente en su discurso.
– Emplea la mentira de forma descarada y sin
parpadear.
– Adulador de los sentimientos populares.
– Utiliza con naturalidad las técnicas de la intriga.
– Recurre a gestos y expresiones bajas y chabacanas.
– Manipula a su conveniencia el vocablo «pueblo».
– Narcisismo unido a una pedantería insoportable.
– Le gusta rodearse de gente sumisa para que lo adulen y admiren.
Estas características las extrajo Temprano, como denominadores comunes, de la personalidad desplegada por líderes de la contemporaneidad, de quienes «unos creen que son gentes para escapar a kilómetros y otros, los consideran seres privilegiados, se arroban ante ellos y los aclaman».
Dentro de este orden de ideas, el investigador destaca que «en el fondo del demagogo siempre se destaca, por mucho que lo disimule, una personalidad autoritaria que quiere imponerse a los demás: por medios violentos si es preciso. El germen del dictador se le puede detectar desde sus primeros años. Ante un público de admiradores, casi nunca se muestra con su verdadero rostro autoritario, salvo en épocas de fiero dogmatismo político. Según Le Bon, la multitud sólo puede ser impresionada por sentimientos excesivos, y el damagogo que desee seducirla debe abusar de las afirmaciones violentas. Su método consistirá en exagerar, asegurar, repetir y no intentar jamás demostrar nada mediante razonamientos».
El demagogo se convierte en un hábil maestro en la utilización de los discursos falaces caracterizados por la lógica como argumentos de la fuerza, al pueblo, de la autoridad, contra la persona, de la misericordia, entre otros. Su habilidad consiste en convencer a otros de que lo falso es verdadero.
Finalmente, cabe destacar que, en opinión de Aristóteles: «Las democracias se alteran sobre todo por la insolencia de los demagogos». A lo cual el autor consultado complementa: «¿Insolencia? He aquí la clave de su éxito». Saque usted sus propias conclusiones.
Fuente: http://independent.typepad.com/