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jueves 16 de octubre de 2014

Asalto legal

Asalto legal

En esta nota me refiero a los políticos que permanentemente recurren a la fuerza para expandir las funciones gubernamentales que dicen es para el bien de la gente, no solo más allá de los atributos esenciales en el contexto de un sistema republicano sino en abierta contraposición a esas facultades puesto que no se limitan a proteger derechos sino que los invaden.

 

Es del caso recordar al abrir esta nota que la primera moneda de un centavo estadounidense (el penny) que fue diseñada por Benjamin Franklin y acuñada en cobre en 1787 tenía como leyenda mind your business (ocúpese de lo suyo), léase no se entrometa en lo que es de otros, un consejo, sabio por cierto, aplicable a todos y especialmente dirigido a los gobernantes para que se circunscribieran a garantizar derechos de los gobernados en consonancia con el espíritu y la letra de los Padres Fundadores de aquella nación.

 

Según el célebre Robert A. Nisbet en su ensayo titulado “El nuevo despotismo”, nada hay más peligroso para las libertades de la gente que cuando un gobierno expande sus funciones en nombre del humanitarismo y la bondad. Consigna que habitualmente la gente está en muy guardia frente a los avances del mal declarado pero los encuentran desarmados física y moralmente cuando se sostiene que la política que se encara es para el bien de la sociedad. Sostiene que se prepara el camino al despotismo cuando se ceden libertades frente al discurso político de la comisión y el desinterés con que se invaden espacios privados supuestamente para el bien de los receptores (por supuesto, siempre con coactivamente con el fruto del trabajo ajeno).

 

Nada hay más destructivo que los consejos de quienes apoyan y fomentan nuevas incursiones del Leviatán en las vidas y haciendas de los demás y, como queda dicho, más peligroso aun si se envuelven en el manto de la misericordia y la benevolencia. Estos sujetos siempre hablan recurriendo a la tercera persona del plural, nunca asumen directa responsabilidad por lo que consideran hay que hacer, no usan la primera persona del singular.

 

Es de esta vertiente de donde surgen medidas tales como la guerra contra las drogas, la seguridad social obligatoria, la manipulación monetaria, el incremento de los impuestos, la deuda pública, las mal denominadas “empresas” estatales, la redistribución de ingresos, los aranceles aduaneros, el control de precios, el matrimonio civil consagrado por el gobierno y demás sandeces que nada tienen que ver con gobiernos limitados a proteger derechos. Ya autores como James Buchanan y Gordon Tullock han puesto al descubierto el cinismo de los políticos que se dicen sacrificados por los intereses de la gente y que denominan “gestionar” el desconocimiento más grosero de los derechos a la vida, a la libertad y a la propiedad tal como rezaban todos los documentos de una sociedad abierta.

 

Es de desear que finalmente produzcan cansancio y repugnancia los carteles que pululan por doquier de políticos con sonrisas estúpidas siempre prometiendo que se terminará con la corrupción, la injusticia y la inseguridad que han promovido sus antecesores en una rutina demoledora de calesita perpetua.

 

El principio básico de una sociedad abierta consiste en que cada uno asume la responsabilidad por lo que hace y por lo que no hace. Los gobiernos no son tutores o curadores de los ciudadanos, existen solo para proteger derechos, es decir, que cada uno pueda hacer lo que le plazca con su vida y propiedad siempre y cuando no lesione derechos de terceros. Tengamos presentes los experimentos mortales de los maoísmos, nazis, stalinistas, guerrillas-terroristas latinoamericanas y sus múltiples imitadores, todo para fabricar “el hombre nuevo” y la felicidad terrenal (que como ha escrito Hölderlin: “Lo que siempre ha convertido al Estado en un infierno en la tierra ha sido precisamente que el hombre lo ha tratado de convertir en el cielo”).

 

Igual que argumentaban Burke, Spencer, Tocqueville, de Jouvenel, Hayek, Friedman, George Stigler, von Mises, Rothbard, Kirzner, Sartori y tantos otros economistas y filósofos políticos, es perentorio pensar en nuevos y más eficaces límites al poder al efecto de minimizar los abusos del poder político que estamos viendo en todas partes para que el “nuevo despotismo” que sigue las líneas principales de la “vieja monarquía absolutista” no termine por imponer dictaduras electas o no electas que aniquilen las autonomías individuales y, por ende, la condición humana.

 

Vamos a la raíz de tema considerado. En el instante en que en esferas gubernamentales comienza el debate sobre la conveniencia para las personas de manejar sus vidas de tal o cual manera, el tema se ha salido de madre: es del todo improcedente y es impertinente e insolente que tal discusión tenga lugar desde el vértice del poder. En todo caso son temas a tratar en el seno de la familia, de amigos, consultores o eventualmente con los médicos que la persona elija (si es que decide consultar al facultativo) pero no es tema de debate en las esferas políticas para concluir como administrar las vidas de otros compulsivamente: la administración de sus finanzas, su salud y demás asuntos personales. Y no es cuestión de si es verdad o no que la elección de activos monetarios o tal o cual dieta es o no perjudicial para el presupuesto personal o para la salud, hay un asunto de orden previo y es el respeto irrestricto por la forma en que cada cual maneja sus asuntos personales.

 

La arrogancia del poder es fenomenal, no solo pretenden jugar a Dios sino ser más que Dios puesto que en las religiones convencionales nos da libre albedrío al efecto de la salvación o la condena, mientras que los megalómanos instalados en la burocracia teóricamente quieren la salvación (o, por lo menos, alegan tal fin)…es, en definitiva, un asalto legal. Nadie puede ser usado como medio para los fines de otro no importa cuan bondadoso se crea quien procede de ese modo y lo mucho que estime está haciendo el bien, si actúa contra la voluntad de una persona pacífica la está violando en sus derechos y ha recurrido a la fuerza agresiva lo cual es inaceptable.

 

Para tomar solo una parte pequeña de El hombre rebelde de Albert Camus es conveniente subrayar que el autor apunta que “hay crímenes de pasión y crímenes de lógica” y en este último caso se pone como coartada la filosofía para sustentar la tiranía que se impone en nombre de la libertad. Asimismo, señala que muchos pretendidos cambios que aseguran es para bien de la gente en verdad liquidan derechos, como cuando describe el alarido de Marat: “¡Oh, que injusticia! ¿Quien no ve que quiero cortar un pequeño número de cabezas para salvar muchas más? […] El filántropo escribía así”.

 

Reiteramos que los espacios privativos del individuo no están sujetos a procesos electorales sino reservados al entendimiento y a la conciencia de cada cual. Para convivir civilizadamente se requiere respeto recíproco, lo cual a su vez reclama marcos institucionales que protejan y garanticen derechos para que cada uno administre su vida, pero de ningún modo para que los gobernantes -no importa el número de votos con los que hayan asumido- son para manejar los destinos individuales de quienes no infringen iguales derechos del prójimo. Nuevamente decimos que lo que le hace bien o mal a los mandantes no es materia de discusión en las esferas políticas.

 

Como hemos puntualizado antes, cabe en una sociedad abierta que se establezcan asociaciones de socialistas que lleven a la práctica sus ideas en la zona que hayan adquirido lícitamente, pero sin comprometer la suerte de quienes mantienen el sentido de autorrespeto, respeto a los derechos inalienables del prójimo y, sobre todo, de dignidad (ser digno de la condición humana), es decir, la imperiosa necesidad de ser libres que consideran como su oxígeno vital e irrenunciable. Es en esta dirección del pensamiento que con toda razón ha sentenciado Tocqueville y que tantas veces hemos citado: “El hombre que le pide a la liberad más que ella misma, ha nacido para ser esclavo”. Es en dirección opuesta a la adoración de leyes mal paridas y contrarias al derecho que en la obra A Man for all Seasons de Robert Bolt, donde se apunta que en definitiva los gobernantes no pueden decidir en dirección opuesta a la realidad (aunque lo intentan permanentemente). Además, como se ha escrito desde tiempo inmemorial, la ley injusta no es ley, es atropello, un asalto con apariencia de legalidad.

 

Para finiquitar esta nota subrayo la imperiosa necesidad de atender la indelegable faena de cada cual de salir al cruce de las falacias comentadas, y no limitarse como dice uno de los personajes de García Márquez a “hablar mucho de nada” o alabar la insignificancia como expresa uno de los de Milan Kundera en su última obra a la que aludí al pasar en mi columna de la semana pasada. Todo en el contexto de lo que ha consignado Marx (no Karl que, en la práctica, estaba convencido de la infalibilidad del monopolio de la fuerza en manos de lo que serían sus secuaces…hasta la próxima purga, se trata en cambio de Groucho): “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después remedios equivocados”.