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lunes 5 de enero de 2009

Atajos para la felicidad

Frente a la catarata de estímulos de la actualidad, los adolescentes buscan formas de divertirse que copian los modelos publicitados como ejemplares y divertidos.

No todo es divertido y no necesariamente lo divertido nos hace felices porque, como dice el título de una película, “no hay atajos para la felicidad”.

En el mundo acelerado y resultadista en el que vivimos, del “llame ya” y del “minuto a minuto”, del adelgazamiento mágico sin esfuerzo y del sexo casual sin compromiso, la diversión es el valor del momento y todo lo que no sea divertido se vuelve aberrante.

Las publicidades nos muestran lo bueno que es vivir como esa gente desinhibida, lo felices que son los que hacen lo que sienten, lo aburridos que somos los padres que tratamos de poner límites.

Frente a tanto estímulo, los adolescentes buscan formas de divertirse que sigan estos modelos, y no es casual que el alcohol sea siempre el protagonista, como para “entonarse”, animarse a hacer lo que solos no se animan, soltarse, bailar, aparentar ser lo que no son.

No es casual que la violencia conviva con ellos cada noche (a tal punto se acostumbraron a que exista que ya no la reconocen). Chicas acosadas, tomadas desde atrás por manos anónimas, manoseadas. Chicos peleando porque se miraron mal, porque son de otra tribu o son distintos. Chicos y chicas borrachos, tirados en el piso, vomitando, internados por comas alcohólicos. Situaciones cotidianas que a los chicos les parecen lo más normales.

El origen del problema está en casa. La primera y peor violencia que se ejerce contra los hijos es la ausencia de los padres. Porque violento es todo aquello que no respeta o sigue la naturaleza de algo, no lo deja ser lo que debe ser, lo coarta en su desarrollo o crecimiento natural. Eso es violencia, lo que se opone al ser, y nada más propio y necesario al ser de un hijo que la existencia y presencia de sus padres.

Nada más natural para un hijo que su educación, formación en valores, orientación amorosa y autoridad, todo lo necesario para crecer. Claro que educar y ser educado no siempre es divertido, y acá aparece el valor olvidado, la felicidad. No es lo mismo que la diversión, aunque a veces se le parece.

La alegría, la felicidad, es el fin de la vida de cada persona, pero es un estado del alma mucho más profundo que la mera diversión y es algo que se busca y construye no en un instante sino durante toda la vida.

El momento tal vez más pleno y feliz de una madre debe ser el parto, y sin duda que de divertido no tiene nada. El escalador que alcanza la cima ha puesto mucho esfuerzo y entrenamiento, por momentos divertidos, por otros agotadores, pero el premio de alcanzar lo más alto de la montaña vale todo el cansancio. Si sólo se buscara lo divertido, nadie podría superarse, crecer, progresar. No habría héroes, próceres, modelos de vida.

Tal vez eso es lo que esté faltando, que los padres nos mostremos convencidos de los valores que queremos vivir. Que vean en nosotros una profunda alegría, aún en los momentos de dolor y sacrificio. Que les mostremos alternativas de sana diversión, que seamos modelos de diálogo y paz.

Si no hay atajos para la felicidad, debe haber caminos trazados. Los padres debemos ser los caminantes que los llevemos de la mano, para que cuando sean grandes, ellos caminen solos. Como dice el poeta, se hace camino al andar.

La Madre Teresa nos dice: “Enseñarás a vivir, pero no vivirán tu vida. Enseñarás a soñar, pero no soñarán tu sueño. Enseñarás a volar, pero no volarán tu vuelo. Sin embargo en cada vida, en cada sueño y en cada vuelo, perdurará por siempre la huella del camino enseñado”. © www.economiaparatodos.com.ar

El profesor Eduardo Cazenave es rector general del Colegio San Juan el Precursor y miembro del equipo de profesionales de la Fundación Proyecto Padres.

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